-Busco a Oscollo Huaraca -dice en el
Idioma de la Gente.
(Jamás, jamás digas quién eres. Quién
has sido).
-No conozco el Idioma, Padrecito
-responde Salango en lengua manteña-. No entiendo lo que dices.
Y sigue removiendo el terreno con su
chaquitaclla. El forastero lo observa con aprensión, casi con temor, como quien
toma impulso antes de saltar una acequia torrentosa. Se decide y se levanta de
golpe la camiseta de bayeta.
-Mira -le dice.
Adosado a su cuerpo, asoma con toda
claridad un cinturón de tres franjas de tokapu de lana de vicuña, tramadas con
esmeradísima factura, que contrasta flagrantemente con la restante pobreza de
su vestimenta. Salango reconoce, escondidos entre cuadrados de motivos
ordinarios de despiste, las tres escaleras de color encarnado que separan
oblicuamente el puñado de estrellas de la Luna a medio morir: la señal secreta
del Señor Cusi Yupanqui.
¿Eres tú, hermano y doble? ¿Qué puedes
querer de mí, después de toda el agua que ha llovido, que ha corrido por las
acequias? ¿En épocas volteadas como estas? Sin saber por qué, Salango se
escucha decir, como si fuera ajeno, el nombre con que era llamado en el tiempo
soleado que sirvió como Contador-de-un-Vistazo al Inca Huayna Capac:
-Yo fui Oscollo Huaraca.
El forastero vuelve a mirar a todas
partes. Mete la mano dentro del bolsón de venado y extrae una bolsa más
pequeña. Deshace el nudo que la ciñe en uno de sus extremos. Sosteniéndola con
la otra mano, deja caer su contenido: una larga catarata de granos de maíz.
Antes de que la última semilla haya tocado la tierra, la magia del Guerrero ya
ha visto a través de sus ojos, y Salango conoce la respuesta antes de oír la
pregunta que le hace el forastero:
https://www.foruq.com/books/es/xyz/3/El-espia-del-Inca-Rafael-Dumett.pdf