domingo, 28 de julio de 2024

0874: Una breve historia

 Tres cucarachas hambrientas vinieron a un granjero y le pidieron comida. Él voluntariamente les ofreció algo de pan y algo de queso. Comieron a satisfacción y acopiaron comida para llevar a casa a sus familias.

Al irse, el granjero les dijo,

Escuchen cucarachas, en vez de rogar por comida, ¿por qué no trabajan en mi granja? Ofrecemos buena paga, comida y protección para sus familias. 

¿Qué trabajo tenemos que hacer y cuánto salario recibimos? 

Hay cuatro puestos disponibles, cada uno tiene un salario diferente. ¡Depende de ti elegir cuál de ellos prefieres! El trabajador cuyo trabajo es informar a mis pollos que la comida está lista recibe $3,000 cada mes. El trabajador cuyo trabajo es pelar y cortar mi ajo recibe 5.000 $ mensuales. El trabajador cuyo trabajo es perseguir a lagartijas molestas fuera de la granja recibe 4.000 $ cada mes. Y por último, el trabajador cuyo trabajo es cantar y bailar para mis cabras recibe solo $250 mensuales. ¡Puedes hacer tu elección ahora! "

Exclamó la primera cucaracha,

¡Elijo el trabajo de 5.000 $! ¡Quiero pelar y cortar tu ajo! 

La segunda cucaracha corusa,

¡Quiero el trabajo de 4.000 $! ¡Déjame perseguir a los molestos lagartos fuera de la granja!

La tercera cucaracha pensó por un largo momento, luego dijo sorprendentemente,

¡Preferiría el trabajo de $250! ¡Quiero cantar y bailar para tus cabras! 

Por un momento, las otras dos cucarachas la miraron y pensaron que era muy tonta. ¿Cómo podría haber elegido el trabajo que más paga en la granja? ¿Es ella tan tonta e irrazonable? "Pensaban dentro de sí mismos.

A la mañana siguiente, las tres cucarachas llegaron para su primer día de trabajo. Sin embargo, cuando comenzaron sus funciones, la primera y la segunda cucarachas murieron de repente.

El curioso agricultor llamó a la tercera cucaracha y preguntó:

Dime, ¿por qué elegiste el trabajo que mejor paga? 

Ella respiró profundo y respondió:

En primer lugar, la comida favorita de los pollos son las cucarachas, ¿por qué elegiría un trabajo donde tengo que acercarme a los pollos? En segundo lugar, el olor picante del ajo puede matar rápidamente a una cucaracha - ¿por qué elegiría un trabajo donde tenga que pelar y cortar ajo? Tercero, a los lagartos les encanta merendar y cazar cucarachas. ¿Por qué elegiría un trabajo donde tenga que perseguir a los lagartijas fuera de la granja? No se trata del dinero, se trata de poner mi vida en consideración. 

LECCIÓN PARA APRENDER:

Ten cuidado con las ofertas que aceptas de la gente. No saltes en cada oferta que te hagan. No te ciegues tanto por el dinero y las cosas materiales que te niegues a hacer una pausa y considerar cuidadosamente las ramificaciones antes de tomar una decisión. ¡Sé sabio!


miércoles, 24 de julio de 2024

0873: El cementerio de los elefantes

 El Cementerio de los elefantes al igual que Averno es un bar, un tugurio, frecuentado por alcohólicos, prostitutas, ladrones, gente del bajo mundo. Este cuchitril así como otros similares en la ciudad de La Paz, fueron descritos en las obras de Víctor Hugo Viscarra; “Borracho estaba pero me acuerdo” y “Alcolathum y otros drinks”. 

En el filme, Juvenal un hombre de 33 años es alcohólico desde sus 14 años, decide ir a pasar sus últimos días de vida en el “Cementerio de los elefantes”, un local que es preferido por empedernidos alcohólicos de la ciudad de La Paz. En la obra de Viscarra, estos bebedores consuetudinarios son llamados “artistas”, “artilleros” o “cañas”.

En esta cantina, existe la “Suite Presidencial”, un cuarto inmundo para los que buscan morir al pie del cañón, es decir los que quieren morir bebiendo sin parar los tragos más infames.


domingo, 21 de julio de 2024

0872: La tortilla americana

 La tortilla española que nos hemos zampado en estas tierras era, la clásica, de papas (o patatas, en castizo) y muchos llenamos, rápida, nuestra hambre con ella. Me dejaré guiar un poco por el (insustituible) Wikipedia: «La tortilla de patatas​ o tortilla española es una tortilla u omelet  [perdón mi digresión: la omelette que castellaniza Wikipedia es ‘similar al de una hoja redonda, extendida o plegada sobre sí misma’ describe Wikipedia en otra entrada; una versión en plato como Twiggy; continuaré con la copia] (es decir, huevo batido, cuajado con aceite en la sartén) ​a la que se le agrega patatas troceadas. ​Se trata de uno de los platos más conocidos y emblemáticos de la cocina española.


Y vamos muy bien hasta acá: tortilla es igual a revoltijo de  huevo + papas + cebolla (a mí me gusta un diente de ajo y algo de cilantro (o culantro o coriandre) y cebollín (o ciboulette, como ahora ponen en los supermercados para alegría de mi hermana La Margarita); quizás debo ser un poco afrancesado ¡y no me repitan el cántico de los futbolistas campeones!). 


Heráldica de ambas orillas del Gran Charco debe ser la tortilla de huevo (pero sin papas) porque Cortés la encontró en los mercados de Tenochtitlán —favor de no confundir con la exquisita tortilla de maíz taquera (la de maíz negro con quesillo y chilecito manzano junto con su buen chocolate debió hacer pecar a muchos canónigos, encomenderos, monjas y frailes) o la de harina de trigo norteña—. Luego, en tierra de Incas (fratricidas por ese entonces los Señores del Sol), el tubérculo apareció y fue un bien muy precioso llevado a Europa, más importante que el oro digo yo, porque salvó hambrunas en las Alemanias —las del Sacro Imperio, que eran varias y disímiles y a veces no inteligibles entre sí (pasaba como pasa aún hoy en Las Bolivias), y aun después, tras las dos Guerras—, en Polonia, en España, en Rusia, en Ucrania —cuando en los 30s Stalin mató de hambre a más de cuatro millones de personas durante el Holomodor—, en Bielorrusia y por estas tierras bendecidas de este lado: al Norte —sobre todo en el crack del 29 y lo que siguió— y en las de acá. (Claro que no nos bendijo en los políticos).


Tan importante es la tortilla que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) está llena de un celemín de frases al uso: “hacer tortilla algo (o a alguien)”, “volver alguien la tortilla”, “volverse la tortilla” y mi preferida coloquial: “dar la vuelta a la tortilla”, que el DRAE explica en acepción como: “locs. verbs. coloqs. (léase extendido como locuciones verbales coloquiales) Invertir las circunstancias o producir un cambio total en una situación”.


Y esa inversión total en una situación es mi tema de hoy. Empecemos con una aclaraciones “claringas”: liberal en los EE.UU. es todo lo contrario de lo que entendemos por estas tierras y por el otro lado del charco; allá significa de izquierdas y muy liberal equivale a muy de izquierda, progre, zurdo y lo que apareja; mientras que conservador será lo contrario (de derecha), que no es lo mismo que libertario (que entre ellos a veces se aman y a veces se odian). Dicho esto, pasemos a “la tortilla”: la búsqueda de la Presidencia en EEUU.


martes, 16 de julio de 2024

0871: "El camaleón", cuento de Antón Chéjov

 -¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es esto? ¿Qué haces tú ahí con el dedo?… ¿Quién ha gritado?

-Yo no me he metido con nadie… Venía a hablar con Mitri y este maldito perro, sin más ni más, me ha mordido el dedo… Perdóneme, yo soy un hombre que se gana la vida con su trabajo… Es una labor muy delicada. Que me paguen, porque puede que esté una semana sin poder mover el dedo… En ninguna ley está escrito, que haya que sufrir por culpa de los animales… Si todos empiezan a morder, sería mejor morirse…

-¡Hum!… Está bien… ¿De quién es el perro? Esto no quedará así. ¡Les voy a enseñar a dejar los perros sueltos! Ya es hora de tratar con esos señores que no desean cumplir las ordenanzas. Cuando le hagan pagar una multa, sabrá ese miserable lo que significa dejar en la calle perros y otros animales. ¡Se va a acordar de mí!…infórmate de quién es el perro y levanta el oportuno atestado. Y al perro hay que matarlo. ¡Sin perder un instante! Seguramente está rabioso… ¿Quién es su amo?

-Es del general .

-¿Del general? ¡Hum!… Eldirin, ayúdame a quitarme el capote… ¡Hace un calor terrible! Seguramente anuncia lluvia… Aunque hay una cosa que no comprendo: ¿cómo ha podido morderte? ¿Es que te llega hasta el dedo? El perro es pequeño, y tú, ¡tan grande! Has debido de clavarte un clavo y luego se te ha ocurrido la idea de decir esa mentira. Porque tú… ¡ya nos conocemos! ¡Los conozco a todos, diablos!

-Lo que ha hecho, ha sido acercarle el cigarro al morro para reírse, y el perro, que no es tonto, le ha dado un mordisco… Siempre está haciendo cosas por el estilo

-¡Mientes, tuerto! ¿Para qué mientes, si no has visto nada? Su señoría es un señor inteligente y comprende quién miente y quién dice la verdad… Y, si miento, eso lo dirá el juez de paz. Él tiene la ley… Ahora todos somos iguales… Un hermano mío es gendarme… por si quieres saberlo…

-¡Basta de comentarios!

-No, no es del general. El general no tiene perros como éste. Son más bien perros de muestra…

-¿Estás seguro?

-Sí, señoría…

-Yo mismo lo sé. Los perros del general son caros, de raza, mientras que éste ¡el diablo sabe lo que es! No tiene ni pelo ni planta… es un asco. ¿Cómo va a tener un perro así? ¿Dónde tienen la cabeza? Si este perro apareciese en Petersburgo o en Moscú, ¿saben lo que pasaría? No se pararían en barras, sino que, al momento, ¡zas! Tú, has salido perjudicado; no dejes el asunto… ¡Ya es hora de darles una lección!

-Aunque podría ser del general… No lo lleva escrito en el morro… El otro día vi en su patio un perro como éste.

-¡Es del general, seguro! -dice una voz.

-¡Hum!… Ayúdame a ponerme el capote, Eldirin… Parece que ha refrescado… Siento escalofríos… Llévaselo al general y pregunta allí. Di que lo he encontrado y que se lo mando… Y di que no lo dejen salir a la calle… Puede ser un perro de precio, y si cualquier cerdo le acerca el cigarro al morro, no tardarán en echarlo a perder. El perro es un animal delicado… Y tú, imbécil, baja la mano. ¡Ya está bien de mostrarnos tu estúpido dedo! ¡Tú mismo tienes la culpa!…

-Por ahí va el cocinero del general; le preguntaremos… ¡Acércate, amigo! Mira este perro… ¿Es de ustedes?

-¡Qué ocurrencias! ¡Jamás ha habido perros como éste en nuestra casa!

-¡Basta de preguntas! Es un perro vagabundo. No hay razón para perder el tiempo en conversaciones… Si yo he dicho que es un perro vagabundo, es un perro vagabundo… Hay que matarlo y se acabó.

-No es nuestro es del hermano del general, que vino hace unos días. A mi amo no le gustan los galgos. A su hermano…

-¿Es que ha venido su hermano? ¡Vaya por Dios! No me había enterado. ¿Ha venido de visita?

-Sí…

-Vaya… Echaba de menos a su hermano… Y yo sin saberlo. ¿Así que el perro es suyo? Lo celebro mucho… Llévatelo… El perro no está mal… Es muy vivo… ¡Le ha mordido el dedo a éste! Ja, ja, ja… Ea, ¿por qué tiemblas? Rrrr… Rrrr… Se ha enfadado, el muy pillo… Vaya con el perrito…



sábado, 13 de julio de 2024

0870: el truco

 Cuando se llenó el número de pasajeros en el tren que iba de Francia a Gran Bretaña, por casualidad había una mujer francesa sentada al lado de un hombre inglés. La tensión apareció en el rostro de la mujer francesa, por lo que el inglés le preguntó: 

¿Por qué está preocupada?  

Llevo conmigo más dólares de los autorizados, que son 10.000 dólares. 

El inglés dijo: 

Divídelo entre nosotros, así si la policía francesa te arresta, o me arrestan a mí, escaparás con la mitad. Escríbeme tu dirección para devolvértelo cuando lleguemos a Londres. 

¡La francesa quedó convencido y le dio su dirección! 

Pero al inspeccionarla, la francesa pasó sin problemas. 

Entonces el inglés gritó: 

Oficial, esta mujer lleva diez mil dólares, la mitad de los cuales tengo y la otra mitad ella ¡No traiciono a mi país, cooperé con ella para demostrarles mi amor por Gran Bretaña! 

De hecho, la registraron nuevamente, encontraron el dinero y lo confiscaron. 

El oficial habló sobre el patriotismo y el daño que el contrabando causaba a la economía nacional, y le dieron las gracias al inglés, luego el tren cruzó a Gran Bretaña. 

Dos días después, la mujer francesa fue. sorprendida por el inglés en la puerta de su casa, y ella le dijo enojada: 

¡Qué descarado y atrevido eres! ¿Qué quieres ahora? 

Le entregó un sobre que contenía 15.000 dólares y le dijo 

¡Este es tu dinero con una prima! 

¡Eso la sorprendió!  

No se sorprenda, señora. Quería distraerlos de mi bolso, que contenía tres millones de dólares. Y me vi obligado a hacer ese truco.


lunes, 8 de julio de 2024

0869: La madre y la hija

En todo caso yo estaba horrorizado con toda la historia. Estaba extremadamente escandalizado ante la falta de dignidad de la Condesa, que seguía viéndose con el hombre cuya mano había acabado con su marido.
—El marido había sido un hombre brutal; y nadie sabía la verdad.
—El que no se supiera no cambia nada. Y en cuanto a lo de que Salvi fuera un bestia, eso no es más que una manera de decir que su mujer y el hombre con el que su mujer se casó luego no lo apreciaban.
Stanmer parecía en extremo meditativo; sus ojos estaban fijos en los míos.
—Sí, es difícil sobreponerse a una boda así. No fue muy apropiado.
—¡Ah! —exclamé—. ¡Menudo respiro cuando me enteré! Me acuerdo del lugar y de la hora. Fue en una estación de montaña en la India, siete años después de haber dejado Florencia. El correo me había traído algunos periódicos ingleses, y en uno de ellos había una carta de Italia con una buena cantidad de eso que llaman “ecos de sociedad”. Allí, entre escándalos de la alta sociedad y otras delicias del estilo, leí que la Condesa Bianca Salvi, famosa durante varios años en su calidad de anfitriona del salón de la gente más interesante de Florencia, estaba a punto de conceder su mano en matrimonio al Conde Camerino, un distinguido bolones. ¡Ah, mi querido muchacho, de buena había escapado! ¡Había estado dispuesto a casarme con una mujer capaz de algo semejante! Pero mi instinto me había avisado, y yo confié en él.
—¡”El instinto lo es todo”! ¿Le dijo a Madame de Salvi que su instinto le prevenía contra ella?
—No; le dije que ella me asustaba, me escandalizaba, me horrorizaba.
—Viene a ser lo mismo. ¿Y ella qué dijo?
—Ella me preguntó que qué quería. Yo dije que su amistad con Camerino era un escándalo, y ella contestó que su marido había sido una bestia. Además, nadie lo sabía, por tanto no era ningún escándalo. ¡Exactamente su mismo argumento! Yo repliqué que ése era un razonamiento detestable, y que ella no tenía sentido moral. Tuvimos una vehemente discusión, y yo declaré que nunca más la volvería a ver. En el acaloramiento de mi disgusto me fui de Florencia y mantuve mi palabra. Nunca más volví a verla.
—No debía de estar muy enamorado de ella.
—No lo estaba… tres meses después.
—Si lo hubiera estado hubiera vuelto… tres días después.
—¡Tan seguro le parece! Todo lo que puedo decir es que fue el esfuerzo más grande de mi vida. Como soldado en ocasiones he tenido que enfrentarme al enemigo. Pero no fue en esos momentos cuando necesité toda mi determinación; fue cuando dejé Florencia.
—¡No lo entiendo! No entiendo por qué tuvo que decirle que Camerino había matado a su marido. Eso solo podía perjudicarla.
—Temía que le perjudicara aún más el que yo pensara que era su amante. Ella deseaba decirme aquello que más pudiera convencerme de que él no era su amante, de que nunca podría serlo. Y además quería apuntarse el mérito de ser muy sincera.
—¡Santo Dios, cuánto debe haberla analizado!
—No hay nada más analítico que el desencanto. Pero ahí lo tiene. Se casó con Camerino.
—Sí, no pretendo negar ese hecho. Quizás no lo hubiera hecho si usted se hubiera quedado.
¡Pero qué manera más inocente tiene de decir las cosas!
—Muy probablemente hubiera prescindido de la ceremonia
—¡Caramba, cómo la ha analizado!
—Debería estarme agradecido. Yo he hecho por usted lo que parece incapaz de hacer por sí mismo.
—Yo no veo a ningún Camerino en mi caso
—Quizá yo pueda encontrarle uno entre todos esos caballeros.
—¡Gracias, pero ya lo haré yo mismo!
Y con esto se fue… Convencido, espero.

Esta noche he ido a despedirme de la Scarabelli. Me preguntó, cómo no, por qué había estado tanto tiempo sin ir.
—Creo que eso solo lo dice por guardar las apariencias. Me imagino que ya lo sabe.
—¿Qué he hecho?
—Nada en absoluto. Es demasiado lista para eso.
Ella me miró durante unos momentos.
—Creo que está un poco loco.
—Ah, no; demasiado cuerdo es lo que estoy. Me sobra juicio, más que faltarme.
—De cualquier modo, usted tiene lo que podríamos llamar una idea fija.
—Eso no tiene nada de malo, mientras sea buena.
—¡Pero la suya es abominable!
Exclamó ella con una carcajada.
—Es natural que no le guste yo, o mis ideas. Pensándolo bien, usted me ha tratado con una amabilidad extraordinaria, y eso se lo agradezco. Mañana me voy de Florencia.
—¡No diré que lo siento! —dijo ella, riendo de nuevo—. Pero me alegra mucho haberlo conocido. Siempre me hice preguntas sobre su persona. Es usted una curiosidad.
—Sí, estoy seguro de que debo parecérselo. ¡Un hombre que puede resistirse a sus encantos! Pero la verdad es que no puedo. Esta noche está encantadora, y es la primera vez que estoy a solas con usted.
Ella no hizo caso de este último comentario y se alejó. Pero al momento volvió, y se quedó parada frente a mí, mirándome, y sus preciosos y solemnes ojos parecían brillar en la penumbra de la habitación.
—¿Cómo pudo tratar a mi madre de esa manera?
—¿Tratarla de qué manera?
—¿Cómo pudo abandonar a la mujer más encantadora del mundo?
—No se trataba de un caso de abandono; y si lo hubiera sido, tengo la impresión de que pronto se consoló.
En ese momento se oyó un ruido de pasos en la antecámara, y vi que la Condesa se había dado cuenta de que eran los de Stanmer.
—Eso no hubiera ocurrido —murmuró—. Mi pobre madre necesitaba un protector.
Stanmer entró interrumpiendo nuestra conversación, mirándome, pensé, con un aire ligeramente desafiante. Debe de pensar que soy un pesado, un fastidioso entrometido; caramba, pensándolo bien, estoy asombrado de su docilidad.
—Adiós, Condesa —dije, y ella me dio la mano en silencio—. ¿Y usted, necesita un protector?
Ella me miró de la cabeza a los pies, y entonces contestó, casi con enojo:
—Sí, Signore.
Y como para contarrestar su enfado, sostuve su mano unos momentos, incliné mi venerable cabeza y la besé. Creo que eso la apaciguó.

BOLONIA
Llevo aquí tres días. Antigua ciudad italiana realmente preciosa; pero le falta el encanto de mi secreto florentino.Mi última anotación en este diario data de hace cinco días, ya tarde por la noche, tras mi regreso de Casa Salvi.
—Quería despedirme de usted. Me voy por la mañana. No se tome la molestia de decir que lo siente; por supuesto que no lo siente. Debo haberlo incordiado considerablemente. Él no intentó decir que lo sentía, pero declaró que se alegraba mucho de haberme conocido.
—Su conversación —dijo con su pequeño aire inocente— ha sido muy sugerente.
—¿Ha encontrado a su Camerino? —pregunté yo, sonriendo.
—He abandonado la búsqueda.
—Bueno, algún día, cuando se dé cuenta del gran error que ha cometido, recuerde que yo se lo advertí.
Por un momento tuvo el aspecto de alguien que está intentando anticiparse a ese día mediante el ejercicio de la razón.
—¿Alguna vez se le ha ocurrido pensar que usted podría haber cometido un gran error?
—Oh, sí, a uno se le llega a ocurrir todo, tarde o temprano.
Eso es lo que yo le dije; pero no dije que la pregunta, encarnada en su candido y joven semblante, había tenido, en ese momento, más fuerza de la que nunca antes había tenido. Y entonces me preguntó si, tal y como habían salido las cosas, yo mismo había sido tan especialmente feliz.

PARÍS
Una nota del joven Stanmer, al que conocí en Florencia; una singular y breve nota, fechada en Roma y que vale la pena transcribir:
Mi querido General,
Tengo el placer de informarle de que hace una semana me casé con la Condesa Salvi-Scarabelli. Usted llegó verdaderamente a confundirme con sus palabras; pero un mes después todo estaba muy claro. Las cosas que implican un riesgo son como la fe cristiana; tienen que verse desde dentro. Siempre suyo,
E.S.
P.D.- ¡Al diablo con las analogías, a menos de que pueda encontrar una analogía para mi felicidad!

Su felicidad le hace ser muy ingenioso. Espero que dure; quiero decir su ingenio, no su felicidad.

LONDRES
La pasada noche, en casa de Lady H., me encontré con Edmund Stanmer, el que se casó con la hija de Bianca Salvi. Yo había elaborado toda una teoría sobre ella. Pero él no mostró la menor frialdad; al contrario, pareció disfrutar con nuestro encuentro. Le pregunté si su esposa estaba allí. Tenía que hacerlo.
—Oh, sí, está en otra de las salas. Venga conmigo a que se la presente; quiero que la conozca.
—Se olvida de que yo ya la conozco.
—Oh, no, no la conoce; nunca lo hizo.
Y soltó una pequeña carcajada llena de sobreentendidos.
Yo no tenía muchas ganas de enfrentarme con la Scarabelli en esos momentos, así que dije que estaba a punto de marcharme, pero que sería para mí un honor ir a visitar a su esposa en persona. Hablamos durante un minuto más o menos, y entonces, interrumpiéndose repentinamente y mirándome, posó la mano sobre mi brazo. Para ser justos tengo que decir que tiene un aspecto feliz.
—¡Puede estar seguro de haberse equivocado! .
—Mi querido y joven amigo, no sabe con cuánta presteza le doy la razón.
Dijimos algo más, pero al cabo de un instante volvió a repetir sus palabras:
—Puede estar seguro de haberse equivocado.
—Estoy seguro de que la Condesa me habrá perdonado, y en ese caso no debe usted guardarme rencor. Como he tenido el placer de decirle, iré a visitarla en cuanto pueda.
—No estaba refiriéndome a mi esposa. Estaba pensando en su propia historia.
—¿Mi propia historia?
—Hace tantos años. ¿No fue más bien un gran error?
Lo miré durante unos momentos; definitivamente su rostro estaba sonrosado.
—Esa no es una cuestión que pueda resolverse en una reunión mundana londinense llena de gente.
Y me alejé de allí.

Todavía no he ido a visitar a la ci-devant; tengo miedo de encontrarla en casa. Y las palabras del muchacho resuenan en mis oídos —“Puede estar seguro de haberse equivocado”—. ¿No habrá sido quizá un error? ¿Me equivoqué? ¿Fue un error? ¿Fui demasiado prudente, demasiado suspicaz, demasiado lógico? ¿Era realmente un protector lo que ella necesitaba, un hombre que la hubiera ayudado? ¿Se habría beneficiado él de haber creído en ella, y fue la única falta de la Condesa el que yo la hubiera abandonado? ¿Fue la pobre mujer muy infeliz? ¡Que Dios me perdone, cómo me invaden las preguntas! Si yo estropeé su felicidad, es seguro que tampoco hice la mía. Y podría haberla hecho, ¿verdad? ¡Qué descubrimiento tan encantador para un hombre de mi edad!