viernes, 29 de noviembre de 2024

0902: EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY (Fragmento)

 -Clifford ¿de verdad te gustaría que tuviera un hijo alguna vez?

El la miró con una inquietud furtiva en sus ojos un tanto prominentes y pálidos.

-No me importaría si eso no cambiara las cosas entre nosotros .

-¿No las cambiara en qué?  

-Entre tú y yo; en el amor que nos tenemos. Si va a afectarnos en eso, entonces estoy en contra. ¡Sin contar con que hasta es posible que un día yo mismo pudiera tener un hijo!

Ella le miró desconcertada.

-Quiero decir que eso... podría volverme uno de estos días.

Ella siguió mirándole desconcertada y él se sintió incómodo.

-¿Entonces no te gustaría que tuviera un hijo? -dijo ella.

-Ya te he dicho -contestó é1 inmediatamente, como un perro acorralado- que estoy totalmente dispuesto, siempre que eso no afecte a tu amor por mí. Si lo afectara estoy decididamente en contra.

Connie pudo sólo mantenerse en silencio con un frío temor y desprecio. Aquella manera de expresarse parecía más bien el balbuceo de un imbécil. Clifford ya ni siquiera sabía de qué hablaba.

-Oh, no cambiaría en nada mis sentimientos hacia ti -dijo con un cierto sarcasmo

-¡Eso es! -dijo él-. ¡Eso es lo importante! En ese caso no me importa en absoluto. Quiero decir que sería una maravilla tener un niño corriendo por la casa, y saber que se está construyendo un futuro para él. Entonces tendría algo por lo que luchar, y sabría que se trata de tu hijo, ¿no es verdad, querida? Y sería lo mismo que si fuera mío. Porque lo que importa eres tú en esas cosas. Eso ya lo sabes, ¿no es cierto, querida? Yo no cuento para nada, no soy más que un número. Tú eres el gran yo, por lo que se refiere a la vida. Y eso lo sabes, ¿no? Quiero decir, por lo que a mí respecta. Quiero decir que si no es por ti y para ti, yo no soy absolutamente nada. Vivo por ti y por tu futuro. Yo mismo no soy nada.

Connie le escuchaba con un creciente desánimo y repulsión. Aquélla era una de las siniestras verdades a medias que envenenan la existencia humana. ¿Qué hombre sensato se atrevería a decir aquellas cosas a una mujer? Pero los hombres carecen de sentido. ¿Qué hombre con un resquicio de sentido del honor habría echado aquella siniestra carga de responsabilidad ante la vida sobre los hombros de una mujer, para dejarla luego allí, en el vacío?



domingo, 24 de noviembre de 2024

0901: neologismos

 Es difícil rastrear quién la inventó, así que yo quiero creer que fue un amigo Piñata al que escuché por primera vez: nuncamente. 

Ahora, ese vocablo es tan popular que ya han aparecido otros similares, como mismamente, capazmente. 

En la entretenida tertulia, no faltaron las burlas, bromas pesadas y comentarios ofensivos que, como si de usuarios anónimos de internet se tratara, se troleaban unos a otros. Y en el peor de los casos, se ninguneaba al blanco más débil; o se lo puenteaba; es decir, se lo saltaba o ignoraba en la conversación. Para decirlo más claramente: se lo caracheaba.

Los más tecnológicos confesaban que guglean y estokean a sus jóvenes pretendientes y las afuerean o bloquean si les parecen engañifles. Algunos se dicen jichis para clikear y loguear en páginas escabrosas sin dejar huellas. Una gran mayoría aceptaban que les costó hacerse selfis y no querían postear sus fotelis para evitar que les digan figuretis. A más de uno, ya lo habían jaqueado. Otros, admitían que no tenían las agallas para tiktokear y preferían feisbukear y likear, aunque el guasapeo y el chateo los tenía droguis y embalados de la contentura; y calentura, debo añadir.

Cuando los temas comenzaron a ser picantes, y estos señores de la tercera edad advertían de las habilidades de ciertas féminas que los shugardean y que podrían tumbarlos, apareció el término nalguear, que no es precisamente dar palmadas en las nalgas. Al final de una de esas acostumbradas charlatanerías picarescas —casi obscenas—, alguien, bien fichinga, con incredulidad, soltó una sonora expresión que causó una risotada general: ¡naquewer!

La irrupción de vocablos inéditos es producto de nuestra necesidad de rellenar la realidad con significados compartidos —no siempre inocentes—, que intentan nombrarla, explicarla o comunicarla a nuestros interlocutores. Los seres humanos jugamos para estimular nuestro desarrollo cognitivo y para profundizar apegos y experiencias afectivas con nuestros pares. No toda la realidad es lenguaje, pero jugar con el lenguaje puede ser un modo de intervenir o crear esa realidad.


Por Alfonso Cortez


martes, 19 de noviembre de 2024

0900: “Habana Nostra”

 En este fragmento, Sinatra, que será la tapadera de la convención mafiosa, conoce a Luciano. Ha llegado a La Habana preocupado porque J. Edgar Hoover, director del FBI, lo ha puesto en su mira:

—¡Frankie! —gritó alguien con acento siciliano muy marcado, y provocó una ovación. La mayoría se levantó de la silla a esperar su saludo. Rocco Fischetti se le acercó y fue quien le sirvió de guía por la ribera izquierda de la larguísima mesa. Para saludar a los que estaban al otro lado debía inclinar su cuerpo cuarenta y cinco grados. En una de esas, su chaqueta barrió con una copa de Brunello di Montalcino, derramando su contenido sobre el mantel de hilo blanco bordado a mano. Alguno rememoró otros manteles, manchados también de vino y de sangre. Ocurrió cuando Big Mike le agarró como pudo por las solapas y le besó los huesos de sus mejillas.

—Tus padres fueron muy buenos clientes cuando la prohibición —le dijo—. ¿Cómo se llamaba aquel speakeasy que llevaban? Hacía esquina en…

—M.O.B. —respondió Frankie.

—¿Mob? ¿En honor a nosotros? —otra risotada siguió a este comentario de alguien.

—Son las iniciales de Marty O’Brian, mi padre —aclaró Frankie.

—Ahí te vi cantar, eri un ragazzino. Tocabas la mandolina —recordó Big Mike.

—El ukelele —rectificó Frankie.

—Eso, una piccola chitarra. Lo recuerdo.

—¿O’Brian? ¿No eres italiano? —intervino Marcello.

—Mi padre fue boxeador y su primer promotor le cambió el nombre sin contar con él, porque los italianos en el boxeo… ya sabes.

—Graziano cambiará las cosas —le respondió rápidamente Marcello.

—Acaba de perder con Tony Zale —replicó Frankie.

—Será campeón del mundo este año, créeme. Si no lo logra por su cuenta… ya nos encargaremos nosotros de que así sea.

Más risas.

—¡Congratulazioni figlio! —le dijo Big Mike sonriente, antes de separársele mesa mediante.

El trayecto fue muy lento. A mitad del recorrido le esperaba Willie Moretti, el hombre que intercedió entre él y Tommy Dorsey. Se abrazaron risueños. Tommy le preguntó por Nancy. Frankie se limitó a alzar sus cejas. Luego miró a los que estaban a su alrededor y les dijo que debía mucho a ese hombre. A Moretti.

—¡Como si no lo supiéramos! —gritaron desde atrás, seguido de otra carcajada, antes de llegar al final de mesa. Allí, en la proa, estaba Charles Lucky Luciano.

—Hay algo que quizás no sepas —le dijo Charly antes de abrazarlo—. Mi familia…

—Tu familia vivía en la misma calle de mi padre en Lercara Friddi —interrumpió Frankie—. No para de decirle a todo el que conoce que era vecino tuyo.

—Yo tu padre, me lo callaba —aconsejó Charly en tono de broma mientras lo abrazaba—. Aunque en honor a la verdad no nos conocimos. Tu abuelo y mi padre creo que sí.

—Sí. Eso he escuchado.

Todos alrededor miraban a los dos centros de atención.

—Igual perdimos otro buen cantante contigo, Charly —bromeó Anastasia ante la mirada severa de Genovese, que no se contuvo.

—De todos nosotros, el único interesado en ser una estrella es Bennie —soltó refiriéndose a Ben Siegel—. Lástima que solo le queden un par de shows.

No hizo gracia. Se hizo un silencio perturbador. Todos miraron a Genovese, conscientes de que «el tema Ben» estaba en la agenda a tratar y era el más sensible de todos. Lo peor es que llevaba razón: le quedaban un par de shows.

Trece minutos antes, Charly había sido la sensación. La diferencia es que cuando entró al Aguiar, todos hicieron un pasillo que parecía ensayado. Cada uno ocupó su puesto y ni siquiera hubo un choque en la maniobra. Todos besaron su mano, alguno que otro de mala gana y todos le entregaron sobres abultados. Él se los iba pasando a Meyer a medida que avanzaba y saludaba. Ante cada uno se detuvo. Primero frente a los de babor y luego a los de estribor. A cada uno lo miró a los ojos. A cada uno lo llamó por su nombre. A cada uno le dijo que estaba encantado de verle. A cada uno, menos a Vito Genovese, a quien llamó Vitone y se limitó a darle una palmadita en el hombro y a decirle en alta voz que ya le había visto y le había dicho todo lo que tenía que decirle, con la clara voluntad de que todos escuchasen.

Recibió el sobre y le dio la espalda, evitando mirarle en lo que restó de la noche.

Fue el primero en sentarse. Su diestra la ocupó Meyer, con ciento cincuenta mil dólares repartidos en sobres de variados formatos.

—Todo eso conviértelo en acciones aquí en La Habana, donde creas conveniente —susurró Charly mientras se sentaba. En la silla derecha se sentó Frank Costello. Genovese, que debía estar en uno de esos dos sitios, encontró su nombre entre Bonano y Luchesse, otrora hombres de Salvatore Maranzano. ¿Había un mensaje? Probablemente. Quizás no tanto en la ubicación como en la no ubicación.

—Siento haberme retrasado, Mr. Luciano —le dijo Frankie en cuanto pudo.

—Charly. Llámame Charly, como todos mis amigos. No pasa nada. Si alguien es libre de hacer aquí lo que quiera eres tú.

Él era la tapadera. Le quedó muy claro. Si algún hijo de puta preguntaba qué pasaba en el hotel, se respondería: hay un tributo a Frank Sinatra.

—Pasado mañana vendrán las esposas y las novias de los chicos. Te haremos un homenaje. Sería bonito que te sentaras en cada mesa y fueras amable con todos.

—Estaré encantado, señor Luciano.

—Charly.

—Charly.

«Soy algo menos que una tapadera», rectificó en su cabeza. En efecto, era un mero adorno. Un caro adorno que solo podían permitirse esta clase de tipos.

Regresó a su habitación aliviado y abrió la botella de Jack Daniel’s que le habían dejado a modo de cortesía. Los Fischetti, contrario a él y al resto, que prefirieron estar descansados para el día siguiente, se habían ido de farra. Ellos estaban más relajados que el resto, porque Chicago no era un conflicto. La pugna estaba concentrada en Nueva York y Nueva Jersey, y si asistieron a La Habana fue por respeto a Charly y porque traían una generosa contribución del tío Al Capone. Venía en esa maleta que abrazó Rocco durante el trayecto del aeropuerto de Boyeros al hotel. Frankie estaba exhausto y fue de los que prefirió irse a la cama, por más que los hermanos insistieran en arrastrarlo a la perdición. Antes de tomar un baño para librarse del tufo a tabaco impregnado en su piel por estar encerrado horas entre fumadores de puros, quería saborear ese güisqui en solitario y la terraza con vista al mar parecía perfecta para ello.

Abrió el panel de cristal y salió. El olor a salitre y la brisa húmeda lo sedujeron tanto, que cerró sus ojos y extendió los brazos. Respiró y comenzó a tararear If You Are But A Dream, un tema que dos años antes aparecía en la cara B de White Christmas, pero que había tomado un segundo aire cuando integró la banda sonora del cortometraje The House I Live In, que, protagonizado por él, había ganado el Oscar en su última edición. Imaginó a los violines acompañándolo y se animó a entonar aún más alto. Se detuvo al terminar la primera sección del tema y escuchó un aplauso. Miró a su izquierda y se sorprendió con la silueta de Meyer, rodeado del humo de su cigarrillo, en calzoncillos, recostado en la baranda de la amplia terraza común que unía varias suites. Entre las de ambos estaba la de Charly, pero apagada.

—¿Qué tal esta noche? —preguntó Meyer.

—Bien —le respondió Frankie—. Les agradezco mucho la invitación.

—Nosotros somos los que te agradecemos. Sinceramente. ¿Hay algo que te preocupa?

—No. ¿Por qué me pregunta?

—No te he visto muy cómodo.

Frankie no supo qué decir.

—¿A quién temes? —insistió Meyer.

—No entiendo.

—Todos tememos a alguien. Yo temo a mi ex.

—Yo… pues no sé. A Hoover.

—¿En serio?

—Sé que anda detrás de mí.

—Si anda detrás de ti es porque le gustas. Es un puto maricón.

Meyer agarró su vaso de Pernod y se acercó a Frankie.

—Mientras estés con nosotros, no te tocará. Ni aunque te cases con la hermana de Stalin. Si lo hace, su culo roto por una verga será la primera plana en todo el mundo al día siguiente.

Alzó su vaso y lo chocó contra el de Franky.

—A que se está bien aquí —le dijo Meyer, extendiendo su brazo como si fuese un agente inmobiliario intentando venderte el paraíso.


La nueva novela de Pavel Giroud, Habana Nostra, recorre uno de los episodios más picantes de ese pasado cercano. Luciano, exiliado en Sicilia tras haber obtenido su libertad por haber cooperado con los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, sospecha que Lansky, su mano derecha en el Caribe, conspira en su contra. Regresa clandestinamente, con la excusa de la convención, y al terminarla le anuncia a Lansky que se quedará a vivir en La Habana.


jueves, 14 de noviembre de 2024

0899: la verdad sobre los Pitufos

Los Pitufos nacieron en 1958, creados por el caricaturista belga Peyo. Comenzaron apareciendo en periódicos, luego en sus propios cómics. El nombre original es el de Schtroumpf, que se le ocurrió al creador cuando olvidó la palabra para 'sal' en una cena con un amigo.

En español, el nombre de PITUFOS se lo debemos al editor español Miguel Agustí, quien mientras buscaba el nombre se encontró con una estatua de Patufet, una criatura de la mitología catalana. Así fue exportado a todo el mundo hispano.

¿De qué trata Los Pitufos?

La historia es la siguiente: en una aldea de hongos, viven unos seres mágicos, Los Pitufos, que son todos azules y todos casi iguales, con pantalones y gorro blanco, salvo Papá Pitufo que viste de rojo.

A los Pitufos los intenta capturar siempre un villano, llamado Gargamel que vive con su gato Azrael, que los quiere convertir en oro. Un día, para engatuzar a los Pitufos, crea a Pitufina.

Pero el plan no le sale bien, Papá Pitufo la ayuda y Pitufina se convierte en la única mujer dentro de la aldea 

En cada episodio, los pitufos debían huir de Gargamel o de algún otro villano del momento. Cada Pitufo lleva por nombre su principal característica (como los enanos de Blanca Nieves): Pitufo Goloso, Pitufo Vanidoso, Pitufo Deportista.

Aunque en la aldea de los Pitufos viven más de 100 pequeñitos, los protagonistas eran 8. De acuerdo con algunos teóricos de internet, estos representan a los pecados capitales y al diablo.

Me explico.

Goloso: Avaricia

Cocinero: Gula

Gruñón: Ira

Vanidoso: Vanidad

Dormilón: Pereza

Filósofo: Soberbia

Pitufina: Lujuria

¿Y el octavo? El octavo sería Papá Pitufo, con su traje rojo color diablo, que guía a los pequeños pecados.



Gárgamel, en realidad no era el malo de la historia, sino por el contrario era un sacerdote pobre de sotana negra que vivía en una iglesia con campanario. Su gato Azrael significa Israel, es decir: El pueblo de Dios, este seguía al cura Gargamel a todas partes para ayudarlo a erradicar el mal.

Papá Pitufo está vestido de rojo porque es la cabeza de todos los pecados capitales, es decir, es el diablo.

Los pitufos eran espíritus malignos del bosque que se reproducían en los días de luna llena con conjuros mágicos (es decir, solo con la luna llena aparecía un pitufo porque por medio de la luna le roban el alma a los niños). 

La aparente inocencia de los pitufos es solo un disfraz para ocultar al Mal en la Tierra.

Para muchos, la teoría de arriba indica que el creador de los pitufos era un anti religión, pues el villano es el representando de la iglesia, y los pitufos viven felices en el pecado.

No solo eso, sino que al tener una economía colaborativa y sin dinero, también fueron acusados de comunistas.


El creador, y el hijo del creador, han desmentido estas teorías.

¿Tú qué opinas? 


domingo, 10 de noviembre de 2024

0898: Cómo limpiar un horno, paso a paso

Preparación del área: retirar las parrillas del horno y lavarlas aparte con agua y detergente.

Solución de vinagre: mezclar tres partes de agua con una parte de vinagre en una botella con atomizador.

Rociado y limpieza rápida: rociar la solución de vinagre en las paredes del horno, dejar actuar unos minutos y limpiar con un paño húmedo. Para una limpieza rápida, calentar el horno a 200 grados con una fuente de dos vasos de agua caliente y uno de vinagre durante 30 minutos para aflojar la suciedad con el vapor.

Uso del bicarbonato: esparcir bicarbonato de sodio directamente en la base del horno si hay restos de alimentos. Pulverizar con la solución de agua y vinagre.

Preparación de pasta con bicarbonato y vinagre: mezclar diez cucharadas de bicarbonato con cuatro de agua caliente. Agregar tres cucharadas de vinagre poco a poco para evitar una reacción brusca y formar una pasta espumante. Aplicar la pasta sobre las superficies del horno, especialmente las más sucias.

Tiempo de reposo: dejar que la pasta actúe durante varias horas; toda la noche es ideal para la suciedad persistente.

Remoción de pasta: limpiar la pasta con un paño húmedo o usando el spray de agua y vinagre, sin necesidad de frotar, ya que la suciedad se desprenderá fácilmente.

Cómo limpiar el vidrio del horno

Para limpiar el vidrio del horno sin desmontarlo, existe un truco casero con bicarbonato de sodio. Este es eficaz debido a sus partículas de ácido natural que ayudan a descomponer la grasa. 

Si el horno tiene un pequeño espacio entre los cristales de la puerta, es importante seguir estos simples pasos:

Humedecer un paño de cocina en una solución de bicarbonato de sodio y agua

Introducir el paño a través del hueco del horno entre los cristales

Limpiar la superficie del vidrio por dentro hasta que quede limpio

Si el horno es antiguo y no hay espacio para insertar el paño, será necesario desatornillar los laterales de la puerta para acceder a los cristales y limpiarlos. Si esto no resulta, se puede quitar la puerta por completo para una limpieza más exhaustiva.

 

viernes, 8 de noviembre de 2024

0897: Pasaporte de pacotilla

 Mi hermano Peter falleció el sábado 7 de septiembre en Virginia, Estados Unidos. No pude ir a su entierro porque me fue imposible presentar todos los requisitos para obtener la visa gringa en tan poco tiempo. Mi hermana Emma y mi hermano Pablo, que tienen doble nacionalidad y pasaportes de Francia y de Canadá respectivamente, viajaron sin problema, a ellos no les exigen demostrar nada más que su identidad.


El problema es nuestro pasaporte de pacotilla, boliviano, uno de los menos valorados del planeta.


Para los bolivianos, viajar es una pesadilla. Lo dije con todas sus letras en un artículo que publiqué en 2022, cuando me tocó vivir en carne propia la humillación de solicitar una visa al consulado de Francia (país donde viví y estudié muchos años, publiqué dos libros, estuve casado con francesa, tengo dos hijos, cuatro nietos y una hermana franceses).


Hay casos peores. Canadá es un ejemplo de tortura sicológica para los que quieren visitar ese país tan influenciado por Estados Unidos. Una visa puede tardar 3 o 4 meses, sin explicación. Hace diez o veinte años hice varios viajes a Canadá, y la visa se conseguía en un par de días en el propio consulado de cualquier país latinoamericano. Luego tercerizaron el trámite a un servicio que responde a las siglas VSF y aunque tiene todas las ventajas tecnológicas de internet, el tiempo de espera es mayor, tan grande como la humillación de toparse con una página web que no ayuda para nada, y donde ningún ser humano responde a los reclamos. Quizás algo de IA (inteligencia artificial) no les vendría mal.


Parece que nuestros gobiernos, no solamente el actual, se olvidaron de lo que significa la “reciprocidad diplomática”, un principio consagrado en tratados internacionales.  Una de las pocas veces (creo que la única) que celebré una medida de uno de los gobiernos de Evo Morales, fue cuando se dispuso que los ciudadanos de Estados Unidos y de Israel soliciten visa para ingresar a Bolivia. Lamentablemente, la medida no duró nada, y eso que se les ofrecía la ventaja de pagar la visa al llegar al aeropuerto, sin ningún requisito previo humillante.


La verdadera reciprocidad consistiría en hacer padecer el mismo calvario a los ciudadanos de los 146 países que nos exigen visa: que paguen el alto costo que nosotros pagamos, que esperen los largos meses que nosotros esperamos, que presenten documentos bancarios, títulos de propiedades, certificados de buena conducta de la policía, una foto perfecta y más. Nada de eso sucede. A Bolivia entra como Pedro por su casa cualquier mochilero con alpargatas, aunque no tenga cuatro pesos para subsistir durante su estadía.


Las agencias de turismo, más preocupadas por su negocio que por la dignidad del país, son las que presionan al gobierno para que no exija visas a nadie. Tienen más poder que el ministerio de Relaciones Exteriores, con el argumento falaz de que, si Bolivia exige visas, no vendrán turistas. Parece que ignoran que los países que atraen más turismo en el mundo, son precisamente los que exigen visas (Francia, Italia, Grecia, etc). Para atraer turistas lo que hay que hacer es crear condiciones atractivas, no basta decir que tenemos un bello salar si los hoteles son una porquería y si Uyuni o Copacabana son basurales y por La Paz corren las aguas de una cloaca abierta.


La reciprocidad tiene, además, un precedente histórico que no debemos olvidar, al menos en lo que se refiere a los países europeos. Entre 1880 y 1930, más de doce millones de europeos empobrecidos desembarcaron en América Latina con una mano atrás y otra adelante, muertos de hambre, en su mayoría analfabetos que apenas sabían escribir su nombre.


Descendían de barcos abarrotados, sin documentos de identidad ni recursos para sobrevivir, huyendo de la miseria de una Europa incapaz de alimentarlos y de darles trabajo, sobre todo de Italia, Portugal y España, los países subdesarrollados del viejo continente. Fueron acogidos en Argentina, Brasil, Uruguay, Cuba o Venezuela, y siguieron su tránsito a otros países donde se instalaron, tuvieron descendencia y algunos hicieron fortuna. En Asturias (España) fotografié las casas de los “indianos”, ostentosas y de mal gusto, de los que regresaban de América con las petacas llenas.


Sin educación, pero con la voluntad de progresar se dedicaron al comercio o a la agricultura y se mezclaron en el crisol de identidades que hoy constituye la población diversa de nuestra región latinoamericana. Esto lo conozco no sólo por la información histórica disponible, sino porque tuve abuelos maternos de Italia y Francia que fueron parte de esa gran ola de migrantes que supuso una presión demográfica muy superior a la de los latinoamericanos que, un siglo más tarde, buscan viajar a Europa pero no son recibidos con la misma generosidad.


En resumen, somos tratados como ciudadanos de quinta. Quizás lo merecemos, gracias a un gobierno que apoya a Rusia en la agresión a Ucrania, y a violadores de derechos humanos como Nicaragua o Venezuela, entre otros. Pero hay sin duda otras razones para discriminarnos como apestados, que quizás los canadienses o europeos nos puedan explicar (ya que de esas cosas nuestra improvisada Cancillería no entiende absolutamente nada).


Por Alfonso Gumucio Dagron


miércoles, 6 de noviembre de 2024

0896: Y a vos, ¿qué te gustaría recordar?

Seguramente ya lo dije, probablemente lo escribí. Una de las grandes líneas divisorias entre las personas se da entre quienes tienen una mayor inclinación hacia el pasado y los que, por el contrario, tienden a mirar hacia el futuro.

En mi caso, todo lo que tiene que ver con el ayer (no solamente mi ayer sino el mundo de ayer) me interesa más que aventurarme en el porvenir y no es que me resulte indiferente hacia dónde va la humanidad, que es algo que me importa y mucho. Pero en términos de arte, de creación, de literatura pero sobre todo de mi presente, lo que me atrae y me resulta magnético es de dónde venimos y lo que vamos dejando atrás.

Me pasa desde siempre, pero creo que se acentuó con los años. La clave tal vez está en esta frase de Magalí Etchebarne, a propósito de la relación entre la vejez y la memoria. “Pienso que, a medida que crecés, lo que más tenés por delante en realidad es pasado”

Ese “a medida que crecés, lo que más tenés por delante es pasado” no es un trabalenguas, es el horizonte que se nos revela cuando lo que queda por vivir es mucho menos que lo que ya vivimos.

Es de noche, hay brisa fresca de otoño y me ajusto el abrigo y la chalina; camino por un callejón empedrado y sombrío pero estoy bien, no tengo miedo. Sé que estoy en una ciudad europea aunque no termino de darme cuenta de cuál. No estoy sola, me acompañan otras personas; diría que son mujeres por el ruido de los tacones sobre las hojas secas y por el modo en que nos reímos y hablamos, no a los gritos, pero sí en voz alta. Son (somos) tres o cuatro voces altas en eco...

Por esa callecita y entre risas estamos llegando a una esquina en escuadra. Ahí nomás se ve la avenida y la luz que avanza sobre nosotras, igual que el ruido de los autos y los buses, que comienza a tapar nuestras voces. Dije que es de noche, pero tal vez es el final de la tarde: algunos locales están bajando sus persianas. Sé, no sé bien por qué, que estamos buscando un lugar para cenar. Sé, tampoco sé bien por qué, que venimos de una actividad que tiene que ver con el trabajo y que salimos con ánimo de seguir la jornada así, juntas. En realidad no es que lo sé, es algo que siento. Por eso necesito saber quiénes están conmigo, dónde estoy, cuándo pasó eso que toma mi mente con frecuencia durante el momento de la relajación final en mis clases de yoga con Eli, mi profe adorada.

Es una curiosidad infinita que me abruma, no tengo claro si me angustia porque esa escena me hace bien, me emociona, me dan ganas de regresar, de estar ahí mismo. Durante mucho tiempo hice esfuerzos por recordar de dónde venía ese flash. Me preguntaba además por qué ese momento, por qué esa caminata quién sabe desde dónde y hacia dónde. Por qué tanta precisión en algunos detalles (la brisa fresca, el callejón en escuadra, las voces, el ruido de los tacos sobre las hojas, la luz de la avenida) y por qué la nebulosa con el resto: quiénes me acompañan, qué estamos haciendo ahí y cuándo fue que viví algo así, que ni siquiera parece haber sido un momento clave en mi vida y que, sin embargo, retorna en oleadas cuando estoy conscientemente relajada.

Pero lo que me pregunto, sobre todo, es por qué es eso lo que recuerdo cada vez que termino mis clases; por qué eso y no otra cosa.


Por Maria Teresa de los Angeles