domingo, 24 de noviembre de 2024

0901: neologismos

 Es difícil rastrear quién la inventó, así que yo quiero creer que fue un amigo Piñata al que escuché por primera vez: nuncamente. 

Ahora, ese vocablo es tan popular que ya han aparecido otros similares, como mismamente, capazmente. 

En la entretenida tertulia, no faltaron las burlas, bromas pesadas y comentarios ofensivos que, como si de usuarios anónimos de internet se tratara, se troleaban unos a otros. Y en el peor de los casos, se ninguneaba al blanco más débil; o se lo puenteaba; es decir, se lo saltaba o ignoraba en la conversación. Para decirlo más claramente: se lo caracheaba.

Los más tecnológicos confesaban que guglean y estokean a sus jóvenes pretendientes y las afuerean o bloquean si les parecen engañifles. Algunos se dicen jichis para clikear y loguear en páginas escabrosas sin dejar huellas. Una gran mayoría aceptaban que les costó hacerse selfis y no querían postear sus fotelis para evitar que les digan figuretis. A más de uno, ya lo habían jaqueado. Otros, admitían que no tenían las agallas para tiktokear y preferían feisbukear y likear, aunque el guasapeo y el chateo los tenía droguis y embalados de la contentura; y calentura, debo añadir.

Cuando los temas comenzaron a ser picantes, y estos señores de la tercera edad advertían de las habilidades de ciertas féminas que los shugardean y que podrían tumbarlos, apareció el término nalguear, que no es precisamente dar palmadas en las nalgas. Al final de una de esas acostumbradas charlatanerías picarescas —casi obscenas—, alguien, bien fichinga, con incredulidad, soltó una sonora expresión que causó una risotada general: ¡naquewer!

La irrupción de vocablos inéditos es producto de nuestra necesidad de rellenar la realidad con significados compartidos —no siempre inocentes—, que intentan nombrarla, explicarla o comunicarla a nuestros interlocutores. Los seres humanos jugamos para estimular nuestro desarrollo cognitivo y para profundizar apegos y experiencias afectivas con nuestros pares. No toda la realidad es lenguaje, pero jugar con el lenguaje puede ser un modo de intervenir o crear esa realidad.


Por Alfonso Cortez


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