Ellas
están en la sala, dispuestas en medialuna: Melissa, administradora de
empresas; Gaby, analista de sistemas; Elsa, modista y chef de alta
cocina; Ninfa, ingeniera alimentaria; Beatriz, comunicadora;
y Aurora —Lola—, arquitecta. Llevan un puntito en la frente, que en
realidad se llama bindi y se ubica a la altura del sexto chakra,
el de la sabiduría.
‘Taffy’
y ‘Besito’, los poodles de la heptagonal familia, corretean por el
living, salpicado de fotografías y cuadros místicos, la mayoría pintados por
una de las exesposas fallecidas. Ricardo Badani acaricia a los
cachorros y les dice: “Ya, chicos, ya, basta”. La luz matutina se cuela por los
ventanales. Hay una fogata y, sobre ella, la escultura de Shiva, el
dios representado por un pene erecto. El dios de esta casa.
Invita
al bar, un ambiente mínimo que colinda con la cocina y donde cuelgan algunas fotografías. La
cava está casi vacía. Las copas de cristal destellan porque tiene una obsesión
compulsiva por la limpieza y el orden. Se sirve coñac.
“¿Tú
tienes piercing ahí abajo?”, pregunta Badani a la fotógrafa. El
diálogo no llega —no puede llegar— hasta la sala, donde ellas esperan sentadas
en las butacas.
Políglota
y anticatólico
Badani
es un mixólogo autoeducado, capaz de citar el origen de cada bebida que prueba
y ofrece; un chef gourmand, políglota y anticatólico; un autodidacta erudito y
experto en sexualidad —su último test de inteligencia arrojó 198 puntos—; un
emprendedor que levantó una boutique de lencería y una línea de productos
artesanales; un panelista digital con seguidores millennials; un obseso por la
etimología cuyo concepto ideal de pareja es la simbiosis entre la esclava y el
paladín. Se
sienta a la mesa y pregunta: “¿Por dónde comenzamos?”
En
la biblioteca tiene una colección de casi cinco mil libros y alberga, por
supuesto, literatura erótica como el Kamasutra. Arriba están los dos
dormitorios donde ellas duermen (cada uno con tres camas).
“En
mi línea no es el hombre el que se declara. Es ella quien se arrodilla ante él,
le extiende las manos y le dice: ‘quiero ser tuya’ —explica—. Si él toma sus
manos, significa ‘sí, me interesas’; pero ambos deben decir qué ofrecen, qué
piden y qué no aceptarían. Cuando están de acuerdo, recién el hombre levanta a
la mujer, la abraza, la besa y empieza un compromiso formal. Después
puede venir la boda, si el compromiso se mantiene el tiempo que se ha dicho.
¿Vamos con las chicas?”.
Lava
los vasos, los seca dos, tres veces, apaga la luz del bar y, entonces, uno sabe
que hay que seguirlo. Cuando llega a la sala, las mira una a una, y con el
fulgor del coñac bebido a las diez de la mañana se deja caer, delicadamente, en
un sofá de cuero negro.
“La
boda es al estilo hindú antiguo, por fuego. Se prende una hoguera y ambos
dan siete pasos alrededor para poder encontrarse vida tras vida. Hasta que la
muerte los vuelva a unir”.
La
primera vez que Ricardo Badani giró en torno al fuego fue en
noviembre de 1980, cuando se casó con Elsa, una iquiteña que tiene, como
él, 71 años. Lo hizo por segunda vez en agosto de 1982, con María Gabriela
Amor, Gaby, una limeña de 60; en octubre de 1985 con Lola, nacida en Jauja
hace 69 años; y en 1986, con Mercedes, La Gatita, que falleció hace ocho
años.
En
la última década del siglo pasado hubo celebración doble: con Beatriz, una
chilena de la misma edad de Gaby, y con Mara, también chilena, fallecida
en 2016. Con Ninfa, de 43 años, se casó en octubre del 2004; y
con Melisa, la menor de todas —tiene 40—, en diciembre del 2005.
A Badani le gusta decir que Ninfa y Melisa fueron, antes de
todo, “esclavas alternativas” que se integraron a la familia tras el deceso de
La Gatita y Mara.
Hay
un blog en el que las esposas cuentan cómo conocieron al ‘gurú' y por
qué decidieron seguir a su lado. En algunas líneas se lee: “Fue más que un
enamoramiento, él le dio sentido a mi vida”, “No crean que esta rareza nos
ocurrió tan solo a nosotras seis […] en todos estos años, ha habido muchas
mujeres que se le han acercado con el mismo pedido”, “Él calmó mi sed de
conocimiento, me cautivó su voluntad de hierro”, “Él ha hecho que me desarrolle
plenamente como mujer, no solo en lo sexual, sino también en lo intelectual y
espiritual”, “Ahora solo quiero ser lo que él desee o necesite, eso me hace
feliz”, “Él me devolvió mis sueños y los hizo realidad; me hizo florecer”.
Por
estas cosas, las han llamado locas o mantenidas, o ubicado en
contra del feminismo. Pocos entienden la fuerza del amor, dicen ellas, y
por lo mismo, ya no se esfuerzan en discutirlo. Cada una tiene un rol en casa,
un horario, una tarea asignada en el día. Aunque todo es orquestado por Gaby,
son como mejores amigas.
Infancia
católica y juventud atea
Badani es
el apellido materno de Ricardo Ruiloba, hijo de Luis María Ruiloba y
Teresa Badani. El
matrimonio se quebró cuando él tenía tres años y es probable que eso haya
producido un cataclismo en la casa, al punto de sepultar el Ruiloba para
siempre. No habla mucho de su infancia, pero creció en una familia católica a
rajatabla. “Hasta
que leí este versículo que dice: Dios ha creado a algunos para condenación
/ para mayor honra y gloria de su nombre. Para mí, si Dios crea gente para
someterla a un tormento eterno por una falta temporal, es un demonio sádico.
Dije: no, Yahvé es un demonio, no quiero saber de él. Y pum. Cerré mi
biblia, chau”.
“Yo
no soy un desertor. La palabra es abjurar, porque no dejé la batalla: le
presenté batalla a la Iglesia. Renuncié con una carta al Arzobispado”
Después,
probó con el esoterismo —aprendió a leer el Tarot— y el taoísmo,
hasta que un amigo le comentó que un gurú de la India había llegado al Perú, y
fue a buscarlo. “Parecía
un loquito. Esos que andan con camisones blancos, todo barbón”, recuerda
Badani. “Me
habló en un inglés muy pobre. Me dijo que me iban a pasar cinco cosas y, en
efecto, pasaron.
Me
dijo, también, que todavía no estaba preparado. Un año más tarde, yo estaba
pasando por el mismo hotel, y él me esperaba. Le dije que me haga iniciación y
ahora sí lo hizo. Desde ahí estoy en el
camino Shaeva Tamntrika Vaamaachaar. Shaeva, porque
adoramos al señor Shiva.
Tamntrika,
porque seguimos los Tamntra, las normas que conducen al camino.
Y Vaamaachaara porque no somos acéticos”.
Así
pasó o así le gusta contarlo. Por disposición de ese gurú, Ricardo
Badani tiene, a la fecha, uno de los rangos más altos en
el tantrismo, una religión milenaria que, representada por las deidades Shiva
y Shaktii (él y ella), ve el sexo como un lazo con lo divino y como
la plenitud del conocimiento espiritual.
Badani
hace el amor todos los días para adorar a Dios, y sus esposas secundan ese
fervor por elección propia. Cada una tiene un día asignado para pasar la noche
en su alcoba, pero si otra desea unirse, hay plena libertad de irrumpir y
unirse a la adoración.
Acusado
y expulsado de Chile
A
inicios de los 90, Badani se marchó a Chile con cuatro
esposas, dos de las cuales todavía integran la familia. En ese país devino
en asesor informático de Apple, pero antes ya había trabajado en una
petrolera y en su microempresa de software para PCs. Vivían en un rancho a dos
horas al sur de Santiago —que luego vendió para adquirir esta casa señorial en
el pasaje Los Plátanos— hasta que, en abril de 1996, efectivos de
la División de Delitos Sexuales irrumpieron en su casa y los acusaron
de integrar una secta sadomasoquista.
Todo
quedó registrado en videos. Las golpearon, les pidieron declararse como
víctimas de trata. Ellas dicen, otra vez, que se negaron por amor. Badani recuerda
que, mientras a otro de los devotos le contraían los testículos, se dirigió a
uno de los policías: “Puedes hacer lo que quieras, ahora mismo. Pero si las
tocas, olvídate que existes y de tu familia”. El efectivo no hizo nada más. El gurú
se jacta de ese juego psicológico. Fueron deportados sin cargos.
“Para
Chile, yo era el secuestrador de chicas para enviarlas a los países árabes. Éramos
satanistas que organizábamos misas negras. Y todo porque usaron de prueba un
cuadro pintado por un amigo. ¿Quieres verlo?”.
Badani pide
a Gaby traer el cuadro y ella, por supuesto, obedece. En el cuadro hay una
mujer desnuda que sostiene, sobre sus senos, una calavera.
“Después,
usaron de prueba esta foto que nos tomamos en el desierto de Ica.
El
Gobierno, en suma, armó una mentira. Nos deportaron, como dice Sofocleto en
el Manual del perfecto deportado, porque no tenían nada contra nosotros.
Hasta la fecha estamos esperando que la CIDH se pronuncie. Llevamos
27 años reclamando”.
Badani, entonces,
se dedicó a escribir o pulir lo que había escrito.
En
2008, Planeta publicó ‘Secretos Sexuales’, que junto
con ‘Sobre la libertad y la filosofía’ y ‘En aspas de molino’,
conforman su trilogía sobre sexualidad y conocimiento; y dos años
después, con gestiones propias, lanzó la revista ‘Sexualidad de bolsillo’.
Luego llegó un período de reserva, hasta que en 2015 abrió Amrita, una
marca de productos artesanales libres de químicos en la que —dice— las
accionistas son sus esposas y él es empleado. A la par, empezó a trasmitir,
todas las noches, por Facebook, Instagram, TikTok y YouTube, donde
encontró una audiencia que no lo conocía o que lo recordaba por Noches de
Badani o que terminó enganchada por su rigor cuando aborda el sexo, el
placer, las relaciones de pareja, el tantra.
Amrita
Badani
es un torrente de ideas. Bebe, pero dice que nunca se ha emborrachado. No
fuma. No consume drogas. El yoga lo mantiene atlético. Algunos
domingos organiza el almuerzo para sus suegras y en esas reuniones, a veces,
puede aparecer Melisa, Ninfa, cualquiera de ellas, ataviada en
un bedlah para bailar la danza del vientre. Hace un rato, Elsa entró
a la cocina a preparar el almuerzo. Han sido días agotadores, días en los que
ha tocado despachar granola, postres saludables, como su yogurt natural, que
fue premiado en 2019.
Amrita significa néctar
de los dioses y fue idea de Ninfa, que tenía el proyecto diseñado desde la
universidad. Los primeros productos —20— se ofrecieron a los vecinos y se
vendieron con éxito. Después la familia mandó a diseñar una marmita de 320
litros y ahora producen siete sabores de yogurt. También incursionaron con
otros productos. La parte trasera de la casa se destinó a esta nueva empresa,
que sostiene a la familia Badani junto con la venta de libros en Amazon
y las asesorías personalizadas. Badani es ahora un septuagenario que supervisa
la calidad de lácteos y postres, un hombre del siglo pasado que usa Android y
se dispone, cada noche, ante un público mayormente conformado por millenials.
Su
piel límpida, sus ojos briosos, su pelo perfectamente peinado, su aspecto de
genio voraz cuando dice: climaterio, menopausia, lubricación.
La
muerte, una vieja amiga
“Lo
único que proyecto es seguir viviendo. Yo vivo al día, cada día de forma plena.
Ese es el secreto. Si en este minuto me dices: Ricardo, por tu problema
cardíaco de nacimiento te quedan quince minutos de vida, seguiría haciendo lo
que estoy haciendo. Lo más que haría es llamar a las chicas y despedirme de
todas. La muerte es una vieja amiga y le he visto la cara muy de
cerca. No es tan fea como la pintan. La muerte viene, te abraza y te dice:
es tiempo de descansar. Y si la abrazas, mueres en paz, sin caos”.
Su
cadencia, su forma de nombrar las cosas, su oratoria perfecta y, por momentos,
avasalladora.
“Agonía
viene del griego agón, que quiere decir lucha desesperada o lucha perdida.
Es una batalla que sé que no voy a ganar, pero sigo desesperado. Mara murió
tranquila en el hospital. La Gatita, la artista de la familia, se fue en mis
brazos. Simplemente me dijo estoy cansada, quiero dormir. Un mes antes comentó
que estaba mejorando, pero que sentía que era imposible. La famosa mejoría de
la muerte”.
Una
mañana de 2014, Gaby se encargó de dar la noticia. No lloró. No se sobresaltó.
“Solo me dijo: creo que La Gatita se nos fue— recuerda Badani—. Fui al cuarto y
usé el sistema italiano. Llevé un espejo, se lo puse a la altura de la boca y
ya no empañó el espejo”.
“¿Y
entonces?”.
“Entonces,
como ocurriría después con Mara, empezamos a cantar el mantra de la muerte”.