—No quiero hacer ningún reproche.
Has sido una mujer divina, pero siempre mujer, y en amor, cruel.
—Es que tú llamas cruel lo que
constituye precisamente el elemento de la voluptuosidad, el amor puro, la
naturaleza misma de la mujer de entregarse a lo que ama y de amar lo que le
place.
—¿Qué puede haber más cruel para
quien ama que la infidelidad del ser amado?
—¡Ay! Somos fieles en tanto que amamos;
pero ustedes exigen que la mujer sea fiel sin amor, que se entregue sin goce.
¿Dónde está ahora la crueldad, en el hombre o en la mujer? Hablan de deberes
donde no hay otra cosa que placer.
—Sí, señora. Tenemos sobre ese
punto sentimientos respetables y, además, sólidas razones.
—Y siempre la curiosidad,
eternamente despierta y eternamente insaciada, de las desnudeces; pero el amor,
que es la mayor alegría, la pureza divina misma, eso no les conviene a ustedes:
hijos de la reflexión. Les sienta mal. En cuanto se hacen ustedes naturales, se
ponen groseros. La naturaleza les parece una cosa hostil y hacen de nosotras, un
demonio. Puedes desterrarme, maldecirme, hasta inmolarme; pero alguno de ustedes
habrá tenido el valor de besar mis labios.
—Gracias por la lección clásica, pero
no me negaras que, el hombre y la mujer son enemigos por naturaleza, con los
cuales el amor hace durante cierto tiempo un solo y mismo ser, capaz de una misma
concepción, de una misma sensación, de una misma voluntad, para desunirlos
luego más, y que el que no sepa sojuzgar al uno será pronto pisoteado por el
otro.
—Y lo que tú sabes mejor que yo, es
que el hombre está bajo los pies de la mujer.
—Seguramente, y de aquí no me
haga ninguna ilusión.
—Lo que quiere decir que serás
siempre mi esclavo sin ilusión, por lo cual no tendré yo misericordia.
—¡Señora!
—¿No me conoces aún? Sí, soy
cruel; ya que tanto te gusta esa palabra. ¿Pero no tengo derecho para serlo? El
hombre es el que solicita, la mujer es lo solicitado. Esta es su ventaja única,
pero decisiva. La naturaleza la entrega al hombre por la pasión que le inspira,
y la mujer que no hace del hombre su súbdito, su esclavo, ¿qué digo?, su
juguete, y que no le traiciona, es una tonta.
—¡Buenos principios!
—Descansan sobre diez siglos de
experiencia. Cuanto más fácilmente se entrega la mujer, más frío e imperioso es
el hombre. Pero cuanto más cruel e infiel le es, cuanto más juega de una manera
criminal, cuanta menos piedad le demuestra, más excita sus deseos, más la ama y
la desea. Siempre ha sido así, desde la bella Helena y Dalila, hasta las dos Catalinas
y las Kardashian.
—Usted sueña. ¡Despiértese! ¡Despierte!
Levanté los ojos con pena. Vi la
mano que me tocaba, pero la mano era de color de bronce y la voz, áspera, de
bebedor de aguardiente.
—Levántese. Es una verdadera vergüenza.
—¿El qué?
—Dormirse sentado
con un libro al lado, con un libro… de Klaus Kinski. Además, es hora de ir a
casa de don Severino, que nos espera…