—... perdone el
atrevimiento, pero... ¿por qué no lo manda al diablo?
—Estuve a punto. Hubo
una cosa que me llamó la atención. Resulta que cada vez que le nombraba el
viaje a México se ponía de mal humor.
—Egoísmo…
—Pero eso a mí me
gustó, me pareció que él rechazaba mi viaje porque me iba a extrañar.
—Y era eso, él a su
modo la quiere, a mí me pareció siempre. Él es buena persona, no se devane más
la sesera. Pero es pan para hoy y hambre para mañana, así que si eso a usted le
molesta... ¡mándelo a paseo de una vez!
—Algo de eso hubo, lo
de mandarlo a paseo, ¿sabe? Pero es una tontería, la voy a aburrir.
—No, tontería nada,
ahora quiero saber ¡cuénteme, por favor!
—Es que como no quería
separarse, que me fuese de vacaciones, me empecé a ilusionar de nuevo, de que
él me puede querer... más de lo que parece, de lo que demuestra. Pero por otro
lado como él dejaba de venir por cualquier pavada, esa contradicción me tenía
mal. Entonces le tendí una trampa, pobre...
—La oigo.
—Le dije un día que
tal vez yo no iba a poder ir a México después de todo, por falta de tiempo.
Mentira mía, claro. Y que ese pasaje yo no lo había pagado, que era invitación
del gobierno, y que muy fácilmente se lo podía pasar a nombre de él, que lo
aprovechase, que se fuese... de paseo.
—Ay, no, no me diga
más...
—Sí que se lo digo. Yo
ahí me esperaba que dijese ¡Fantástico,
no te vas nada, te quedas conmigo! Pero no fue así, dio un salto de alegría, y no
porque yo me quedaba, ¡porque así iba a poder viajar él!
—Qué feo...
—A él le daba rabia
que me fuese yo. Eran celos, pero no de mí, ¡del viaje!
—Yo creo que él no la
merece entonces. Me lo imaginaba más bueno, más desprendido.
—Es bueno. Pero tiene
ese problema adentro, de frustración, de no haber vivido. Le da rabia que los
otros sí pueden hacer algo.
—Usted lo comprende,
será por eso que él se aprovecha.
—Yo un poco tengo eso,
tal vez, a la gente la justifico demasiado.
—Sí, pero él se
aprovecha, y no le aporta nada.
—Bueno, eso no tanto.
Él sí me comunica algo, y muy positivo. Será esas ganas de vivir que tiene,
esas ganas atrasadas, retroactivas. Tan pocos tienen eso, la ilusión por las
cosas. Él está seguro que saliendo de esa vida que hace, todo sería una
maravilla, esos viajes con que sueña... A mí me contagia, me dan ganas de subir
con él a ese barco, que zarpa quién sabe para dónde. Aunque sea a una balsa me
subiría con él. Una balsa que no lleva a ninguna parte. O que sí lleva.
—No sé qué decirle, no
es fácil darle un consejo. Que se suba a ese... bote, o no.
—No crea, ya me está
ayudando, hablar con usted. Es bueno hablar, se me aclaran las cosas.
—Basta que no se
arrepienta cuando le llegue la cuenta del teléfono.
—No, ojalá todos los
problemas fueran de dinero. No, lo de él es tan importante para mí, ahora
hablando con usted me doy cuenta mejor de lo que pasa, es que cuando estoy con
él... me contagio, y me viene la certeza de que la balsa sí lleva a alguna
parte, a buen puerto. Pero cuando estoy sola empiezo a dudar, y es feo pensar
que nada lleva a ningún lugar.
— ¡Pero una cosa sí se
me ocurre! ¡No le vaya a pagar el viaje a México a ese pelandrún!
— ¡No, eso ni loca!
Además que él allá me molestaría. Allá quiero la compañía de mi hijo
— ¿De veras allá le
molestaría?
—Por supuesto. Un mes
apenas me va a alcanzar para estar con mi hijo. Sabe cómo somos las madres. Y
ver a todos los amigos de antes. Todavía quedó algún exiliado regado por allá.
—Ah…
— ¿Le parece mal?
—No sé si entendí
bien. ¿A México no le gustaría viajar con él?
— ¡No! ¿Para qué lo
quiero allá? ¡Aquí es que me hace falta un poco de afecto!…