-Ahora va a reposar
Dijo tomándola por el talle. Cada
vez que la agarraba sus ojos se agrandaban y su voz se volvía íntima y humilde.
Sacando del armario una copa le hizo tomar un licor.
-Tome, tome, no tenga miedo.
Ella estaba en un estado de
dejadez, en una ausencia de voluntad, en un sopor agradable. De inclinar
solamente su cabeza se hubiera dormido. Era como una excursión submarina muy
agradable. La señora Gantier tenía visible apuro en verla durmiendo. Le quitó
la bata.
-¡Ande! No le importe. Estamos
solas.
Una onda eléctrica recorrió mi
cuerpo desnudo, saliendo por los botones del pecho.; echó en la cama gotas de azahar
y la mulló de manera que yo entrara en ella. Me sumí en ese nidal soberano,
almohadillado en sedas, plumas y lana, donde vagaba el perfume tranquilizador
que me venció blandamente. La penumbra, la voz de ella, todo se fue
desvaneciendo, hasta sentirme deslizar a un sueño de piedra. Sólo mucho más
tarde debió ser cuando soñé que iba a caballo y que estaba nevando. Saltaba el
caballo por un terreno desigual; yo iba montada "a lo hombre", y la
silla me dolía haciéndome daño, un daño persistente y malicioso, como si fuera deseado;
de pronto volaba con caballo y todo. Quedaba flotando en el azul, liviana y
fluida como si me hubiera vuelto de gas, y multitud de grandes mariposas gruesas
y palpables me traspasaban o se fundían en mis ojos, en mi boca gaseosa, en
todo mí ser.
Cuando desperté, la habitación
tenía una inconsistencia de vapor de agua; mis ojos pesaban. No supe dónde
estaba, hasta un largo rato después, cuando vi a la señora Gantier, enigmática
y sonriente, sentada en la cama. Me miraba de una manera tan fraternal y
segura, que me hizo nacer la idea de alguna broma hecha mientras yo dormía.
-¿He dicho algún disparate
mientras dormía? Porque siempre hablo, y mi papá cuenta que, cuando tenía ocho
años, le confesé medio soñando que había robado mermelada.
La señora Gantier soltó a reír,
llamándome criatura. Iba de un lado a otro, arreglándose el pelo, y noté que
sus ojos habían perdido su sublimidad; en toda ella vagaba un sentimiento
irónico y materialista de persona satisfecha que hizo la digestión de algunas
ilusiones. De rato en rato me miraba en los ojos y volvía a reír, henchida de
goce pasado, como si quisiera jugar o recordara alguna broma.
-¿No me haya escondido los zapatos?
¿Qué ha hecho?
No podía convencerme, al verle
esa cara tan cómica, de que no me hubiera hecho alguna diablura. Sus ojos eran
risueños, y sin embargo los sentía penetrar en partes de mis entrañas donde
nada había penetrado antes.
¿es lo que parece?
ResponderEliminarDebe dejarlo a la imaginación del lector, pero yo también he pensado mal.
EliminarCiertamente he pensado lo mismo que Tracy y Macondo.
ResponderEliminarY bueno....como aries que soy ya con una edad, mejor me callo.
Besos
Pasara lo que pasara, ahí quedo. Aunque perfectamente a esta historia se le pueden aplicar varias interpretaciones.
ResponderEliminarAbrazo.