Nos mentimos
continuamente. Sé muy bien, que no soy guapa. No tengo unos ojos
azules en los que los hombres se contemplan, en los que desean sumergirse para
que te lances a salvarlos. No tengo talla de modelo; soy más bien chica buena,
tirando a rolliza. Tengo un cuerpo que
los brazos de un hombre de tamaño medio no pueden rodear entero. No poseo la
gracia de esas mujeres a las que susurran largas frases acompañadas de suspiros
a modo de puntuación, no. Yo provoco más bien la frase breve. La fórmula cruda.
El hueso del deseo, sin chicha; sin la grasa confortable. Todo eso lo sé. Y aun
así, antes de que Juvenal llegue a casa, a veces subo a nuestra habitación y me
planto delante del espejo del armario... Una vez allí, cierro los ojos y me desnudo
despacio, como nadie me ha desnudado jamás. Siempre siento un poco de frío; me
estremezco. Cuando estoy completamente desnuda, espero un poco antes de abrir
los ojos. Saboreo. Vagabundeo. Sueño. Imagino los cuerpos conmovedores,
lánguidos, de los libros de pintura que había en casa de mis padres; y años
después, los cuerpos más crudos de las revistas. Luego levanto despacio los
párpados, como a cámara lenta. Miro mi cuerpo, mis ojos negros, mis tetas
pequeñas, mis michelines y mi bosque de vello oscuro y me veo guapa, y les juro
que en ese instante soy guapa, incluso muy guapa. Esa belleza me hace
profundamente feliz. Enormemente fuerte. Me hace olvidar las cosas feas. Esa
belleza me hace olvidar las cosas inmóviles. Como una vida sin aventuras. Como
esta ciudad espantosa, esta ciudad gris de la que no se puede huir y a la que
jamás llega ningún ladrón de corazones, ningún caballero blanco montado
en un caballo blanco. Desnuda, tan guapa frente al espejo, tengo la impresión
de que me bastaría mover los brazos para echar a volar, ligera, graciosa; para
que mi cuerpo se uniera a los de los libros de arte que había en la casa de mi
infancia. Sería entonces, definitivamente, tan hermoso como ellos. Pero nunca
me atrevo. El ruido de Juvenal, abajo, siempre me sorprende. Un crujido en la
seda de mi sueño. Me visto deprisa y corriendo. La sombra cubre la claridad de
mi piel. Yo sé que hay una belleza rara bajo mi ropa. Pero Juvenal nunca la ve.
Una vez me dijo que era guapa. Hace más de veinte años y yo tenía algo más de
veinte años. Iba preciosa, con un vestido azul, un cinturón dorado, un falso
aire de Dior; quería acostarse conmigo. Su cumplido pudo más que mi precioso vestido. Ya lo ven, nos mentimos continuamente. Porque el amor no resistiría
la verdad.
Este tipo de mujer es la que más me gusta, porque se muestra tal cual, y para mí tienen más encantos que otras que presumen de muy bellas, de rompecorazones y de esas que van por la vida de divas. Estas normalmente al final hasta dejar de tener tantos amoríos y acaban solas.
ResponderEliminarAbrazo Chaly
... y además tenemos un arte para hacerlo....
ResponderEliminarMentimos tanto que a veces ni nos damos cuenta.
ResponderEliminarBesitos
Qué horror andar mintiendo siempre! Cuando descubro una mentira algo se quiebra en mí. Y ya no me vuelvo a fiar más de esa persona. Ya no sé cuándo me va a volver a mentir!
ResponderEliminarNos mentimos a nosotros mismos que es la peor de las mentiras...
ResponderEliminarPero no la veo yo fea a esta mujer. Quizá debería hacerse más caso así misma cuando se ve guapa.
Besos