sábado, 2 de septiembre de 2017

043: pan para hoy y hambre para mañana

—... perdone el atrevimiento, pero... ¿por qué no lo manda al diablo?
—Estuve a punto. Hubo una cosa que me llamó la atención. Resulta que cada vez que le nombraba el viaje a México se ponía de mal humor.
—Egoísmo…
—Pero eso a mí me gustó, me pareció que él rechazaba mi viaje porque me iba a extrañar.
—Y era eso, él a su modo la quiere, a mí me pareció siempre. Él es buena persona, no se devane más la sesera. Pero es pan para hoy y hambre para mañana, así que si eso a usted le molesta... ¡mándelo a paseo de una vez!
—Algo de eso hubo, lo de mandarlo a paseo, ¿sabe? Pero es una tontería, la voy a aburrir.
—No, tontería nada, ahora quiero saber ¡cuénteme, por favor!
—Es que como no quería separarse, que me fuese de vacaciones, me empecé a ilusionar de nuevo, de que él me puede querer... más de lo que parece, de lo que demuestra. Pero por otro lado como él dejaba de venir por cualquier pavada, esa contradicción me tenía mal. Entonces le tendí una trampa, pobre...
—La oigo.
—Le dije un día que tal vez yo no iba a poder ir a México después de todo, por falta de tiempo. Mentira mía, claro. Y que ese pasaje yo no lo había pagado, que era invitación del gobierno, y que muy fácilmente se lo podía pasar a nombre de él, que lo aprovechase, que se fuese... de paseo.
—Ay, no, no me diga más...
—Sí que se lo digo. Yo ahí me esperaba que dijese ¡Fantástico, no te vas nada, te quedas conmigo!  Pero no fue así, dio un salto de alegría, y no porque yo me quedaba, ¡porque así iba a poder viajar él!
—Qué feo...
—A él le daba rabia que me fuese yo. Eran celos, pero no de mí, ¡del viaje!
—Yo creo que él no la merece entonces. Me lo imaginaba más bueno, más desprendido.
—Es bueno. Pero tiene ese problema adentro, de frustración, de no haber vivido. Le da rabia que los otros sí pueden hacer algo.
—Usted lo comprende, será por eso que él se aprovecha.
—Yo un poco tengo eso, tal vez, a la gente la justifico demasiado.
—Sí, pero él se aprovecha, y no le aporta nada.
—Bueno, eso no tanto. Él sí me comunica algo, y muy positivo. Será esas ganas de vivir que tiene, esas ganas atrasadas, retroactivas. Tan pocos tienen eso, la ilusión por las cosas. Él está seguro que saliendo de esa vida que hace, todo sería una maravilla, esos viajes con que sueña... A mí me contagia, me dan ganas de subir con él a ese barco, que zarpa quién sabe para dónde. Aunque sea a una balsa me subiría con él. Una balsa que no lleva a ninguna parte. O que sí lleva.
—No sé qué decirle, no es fácil darle un consejo. Que se suba a ese... bote, o no.
—No crea, ya me está ayudando, hablar con usted. Es bueno hablar, se me aclaran las cosas.  
—Basta que no se arrepienta cuando le llegue la cuenta del teléfono.
—No, ojalá todos los problemas fueran de dinero. No, lo de él es tan importante para mí, ahora hablando con usted me doy cuenta mejor de lo que pasa, es que cuando estoy con él... me contagio, y me viene la certeza de que la balsa sí lleva a alguna parte, a buen puerto. Pero cuando estoy sola empiezo a dudar, y es feo pensar que nada lleva a ningún lugar.
— ¡Pero una cosa sí se me ocurre! ¡No le vaya a pagar el viaje a México a ese pelandrún!
— ¡No, eso ni loca! Además que él allá me molestaría. Allá quiero la compañía de mi hijo
— ¿De veras allá le molestaría?
—Por supuesto. Un mes apenas me va a alcanzar para estar con mi hijo. Sabe cómo somos las madres. Y ver a todos los amigos de antes. Todavía quedó algún exiliado regado por allá.
—Ah…
— ¿Le parece mal?
—No sé si entendí bien. ¿A México no le gustaría viajar con él?
— ¡No! ¿Para qué lo quiero allá? ¡Aquí es que me hace falta un poco de afecto!… 

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