Ahora la conocía bien, a la hora
de las confrontaciones definitivas tenía que admitir que ella era como había
sido su esposo, de las que se quedan atrás y sólo obran por inercia, aunque empleara
a veces una voluntad casi terrible en no hacer nada, en no vivir de veras para
nada. Se hubiera entendido mejor con su esposo que con él, y los dos lo venían
sabiendo desde el día de su casamiento, desde las primeras tomas de posición
que siguen a la blanda aquiescencia de la luna de miel y el deseo. Ahora ella
volvía a tener la pesadilla. Soñaba mucho, pero la pesadilla era distinta, él
la reconocía entre muchos otros movimientos de su cuerpo, palabras confusas o
breves gritos de animal que se ahoga. Había empezado a bordo, cuando todavía hablaban
de su esposo porque acababa de morir y ellos se habían embarcado unas pocas
semanas después.
Una noche, después de acordarse
de su esposo y cuando ya se insinuaba el tácito silencio que se instalaría
luego entre ellos, ella lo despertaba con un gemido ronco, una sacudida convulsiva
de las piernas, y de golpe un grito que era una negativa total, un rechazo con
las dos manos y todo el cuerpo y toda la voz de algo horrible que le caía desde
el sueño como un enorme pedazo de materia pegajosa. Él la sacudía, la calmaba,
le traía agua que bebía sollozando, acosada aún a medias por el otro lado de su
vida. Decía no recordar nada, era algo horrible pero no se podía explicar, y
acababa por dormirse llevándose su secreto, porque él sabía que ella sabía, que
acababa de enfrentarse con aquel que entraba en su sueño, vaya a saber bajo qué
horrenda máscara, y cuyas rodillas abrazaría ella en un vértigo de espanto, quizá de amor
inútil.
Era siempre lo mismo, le alcanzaba un vaso de agua, esperando en
silencio a que ella volviera a apoyar la cabeza en la almohada. Quizá un día el
espanto fuera más fuerte que el orgullo, si eso era orgullo. Quizá entonces él podría
luchar desde su lado. Quizá no todo estaba perdido, quizá la nueva vida llegara
a ser realmente otra cosa que ese simulacro de sonrisas y de cine francés.
Qué bonito post.
ResponderEliminarMe gustó.
La verdad es que tienes gran sensibilidad escribiendo.
Besos.
Tiempo al tiempo.
ResponderEliminarComo se suele decir, con paciencia y una buena caña, cualquiera puede pescar.
ResponderEliminarAbrazo.
Ese es uno de los refranes que he heredado de mi abuela.
EliminarY es que nuestros monstruos nunca nos abandonan, no.
ResponderEliminarUn beso.
Es muy bueno tu escrito y muy triste...
ResponderEliminarParece que el amor no pierde la esperanza ni la fuerza...
Muchos besos.
¡Qué horror! Dicen que tres son multitud, pero si el tercero es algo horrible, ¿el espíritu de su anterior marido? que le cae encima en medio del sueño... Necesita un exorcista.
ResponderEliminarQuizá sería mejor abrir la puerta y marcharse...
ResponderEliminarBesos, Chaly
Unos de los textos mas bonitos que te he leído Chaly
ResponderEliminarUn besito