Para navidad le regalé un reloj con mi nombre y nos amamos como nunca a pesar de que en ciertos momentos quedaba pensativo y triste, mirando siempre hacia arriba, hacia este cielo tan caliente y azul, tranquilo por el fresco de la estación.
Yo me divertía en grande pero él no estaba muy alegre, lo notaba cansado. Llevaba una vida agotadora. Imposible para él continuar por mucho tiempo con las dos cosas: el estudio y el trabajo. Su mirada se perdía a veces a través de la ventana de mi alcoba por donde el viento entraba, secándonos el sudor, aplacándonos, aquellas tardes de domingos en las cuales la ciudad huía hacia las playas y los restaurantes, y podíamos sentirnos tranquilos, dueños de nuestros actos. Su familia apenas si le enviaba dinero para pagar la matrícula y últimamente ni eso, dejaban a Juan a merced de él mismo. El pobre, ¡con tantos deseos de ser profesional!
Juan fue perdiéndose poco a poco. Comprendí que yo no sería el destino de Juan.
Por lo visto no seré el destino de nadie
No quiero juzgarlo, no quiero ni pensar que... ¡Bah!, le debo mucho a Juan. El me dio lo que ninguno, me trató como a una mujer. Hasta me obligó a aceptar la devolución del reloj y yo sentí que algo se caía dentro de mí; vendí el reloj prometiéndome no regalar otra vez nada a nadie. A veces lo veo de lejos. Prefiero que sea así, prefiero mantenerlo intacto en mi memoria, ahora que he vuelto a los que cochinamente llegan por vergüenza, casi con repugnancia, a desahogarse entre mis piernas.
Y sigo yo. Sigo yo, con mis shorts, mis movimientos, mi pelo sobre la cara y esta sensación rara que jamás tuve, esta sensación de actuar sin darme cuenta.
En días pasados alguien me dijo que Juan andaba con una muchacha muy rica. Está muy bien él, parece que no tiene problemas de dinero y luce ropa bien bonita. El martes lo vi por casualidad, está saludable, tranquilo.
¡Cómo me gusta mentirme a mí misma!
Lo sé todo.
Es la hija del dueño de la tienda con quien anda, con la que aparece en el Chevrolet. Piensa que sería un buen matrimonio. ¡Claro! Se casaría con el padre y la tienda. Me da pena por él. Yo estoy acostumbrada a recibir lo peor. Pero él no se estima con lo que hace, vende su hombría.
¡Cochino!
Por eso es que me evita, me da la espalda, cambia de acera, cuando me ve aparecer en cualquier parte.
¡Cómo si yo no supiera de sus venidas al parque con la muchachita esa!
Margot me lo dijo y quiero comprobarlo con mis ojos. Es verdad, ahí está el chevro plomizo. ¡Y yo paseando como una tonta entre aquellos vagos, por la iglesia! Ahí está. Con movimientos muy educados y sonrisas una detrás de otra, engatusa a los padres con su palabrerío mientras aprieta una mano de la virgencita descolorida que lo acompaña, y ella pone ojos de buey.
He golpeado con odio las llantas del chevro.
Juan se ha puesto lívido, disimula volviendo la cara. Finge que no me ha visto pero sabe que estoy aquí.
Recojo mi pelo y lo ato detrás de la nuca. Que vean bien lo que soy.
Cuando empujo la puerta de cristal mi imagen se refleja momentáneamente en la superficie inmaculada: los muslos bronceados, la cadera, los pezones pujantes a través de la blusita sin mangas, mi rostro: la zanja violácea que empieza en un ojo y me hunde un lado de la cara hasta llegar a un extremo de los labios, dejando fuera varios dientes.
Qué fresco en este aire acondicionado. ¡¡Voy a sentarme sobre las piernas de Juan!!
Mal futuro le intuyo a Juan.
ResponderEliminarDe esta sale trasquilado.
Saludos.
Ninguno de los dos, logrará ya ser feliz ni salir indemne...
ResponderEliminarUn relato de esos tuyos, que tanto me gustan, Chaly.
Besos.
"Más ata pelo de coño que maroma de barco".
ResponderEliminarUn abrazo.
Buen relato. Besos.
ResponderEliminarcomplicarse la vida. especialisimo en nosotros
ResponderEliminarLos planes no siempre salen bien.
ResponderEliminarMuy buen relato!!!
Saludos :)