¡Vaya por Dios! Otro al que se le ha ocurrido hacer preguntitas.
No ganamos para leña.
Eso mismo (más o menos) se preguntó en el siglo XIII el teólogo Gauthier de Montfauçon (nombre premonitorio donde los haya).
El razonamiento de este benedictino con demasiado tiempo libre (su caligrafía era espantosa, así que lo habían sacado del scriptorium y hacía el vago en el huerto), se puede resumir así: si, y sólo si existiesen tierras pobladas más allá de la Mar Océana, tal y como puede deducirse de la descripción de Gerodoto de un extraño animal con el cuerpo cubierto de plumas, mas sin alas y el enorme pico situado sobre la cabeza y no en la cara, entonces no habría forma de que Jesús de Nazaret lo ignorase.
Jesús de Jericó sí, porque no era más que un samaritano, y tonto por añadidura.
Pero el de Nazaret no. ¿Por qué?
Porque, según deducía este animal de bellota, y dado que, después del soviético Elías, protagonizó el primer viaje espacial de la historia del Mundo Libre, no hubiese podido dejar de ver, desde la altura, una masa de tierra tan grande como la que describe Herodoto.
El abad le mandó llamar y le preguntó si, en su opinión, en la opinión de un burro piojoso de dos patas, Jesús permitiría, conscientemente, que unos bestiajos feos de narices anduviese por ahí comiéndose a sus vecinos y paseádose con las napias aplastadas con una piedra y un cuchillo de obsidiana atravesándoles esos morros de cerdo trufero.
Ya hemos insinuado que el amigo Gauthier no era demasiado listo, así que contestó que sí. Que sí a todo.
Entregado a la Santa Inquisición, confeso de tres delitos de sodomía con Belzebú, herejía y profanación.
Ésta, al no lograr una plena y satisfactoria retractación de ese maléfico subnornal, lo entregó al brazo secular.
Y ésa es la parte más divertida de la historia del tonto éste.
Al serle mostrado el lugar de su futura ejecución, como último intento de salvar su alma, y demostrando de nuevo que era un retrasado mental de la peor especie, ofreció retractarse totalmente siempre que se le enviase a su Montfauçon natal, en París.
Su petición fue aceptada de inmediato con amplias sonrisas, que él atribuyó a la alegría por haber salvado el cuerpo de su hermano en Cristo.
Reiteramos que se trataba de un gilipollas integral.
En el tiempo que se había pasado en el convento, el preboste de París habia hecho construir un gran patíbulo en Montfauçon.
Patíbulo que, más tarde, sería empleado para quitar de en medio a un montón de templarios y a otros dos mongoles de estirpe: los hermanos Aunay. Éstos no tuvieron la suerte del monje y no fueron quemados, sino enrodados, castrados, decapitados y ahorcados (sicut y en ese orden)
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