miércoles, 10 de abril de 2024

0848: POR EL CAMINO DEL AGUA

 Los dos guardianes acompañan desde lejos a la esbelta joven aproximándose al fuerte. Los perros están nerviosos. Se agitan en el canil y olfatean la brisa.

—¿Ves algo sospechoso? —pregunta el fusilero. 

—No. Viene descalza eludiendo los charcos. Usa un vestido oscuro y suelto. Mira hacia acá. Sabe que la observamos.

Ella ve al guardia y clava los ojos en el largavistas. Los labios se mueven. 

«¿Te gustan mis ojos, soldado? ¿Y mi boca? ¿Te gustaría besarla? Déjame llegar un poquito más cerca. ¿Es tanto lo que me deseas?».

Marca las palabras como si gritara. «Es probable que el vigía sepa leer los labios», piensa y continúa con su mímica silenciosa. 

«Ya me he despojado de mi ropa interior. Hace tanto calor…»

Contornea la región de los hoyos. Mira fijo al binocular, como si viera la mirada ardiente del otro. 

—¿Ves algún micrófono o algo sospechoso? —insiste el fusilero, nervioso. 

—No. Sólo mueve los labios. 

—¿Cómo es eso?

—Lectura labial. Tal vez confía en que yo la descifre. 

—¿Qué dice?

—No quieras saber. Dice cosas obscenas. 

El vigía espera que pase el último hueco. La mujer muestra una pulsera en el brazo derecho.  Vuelve a dibujar palabras silenciosas. 

«No dejas de mirarme. ¿Qué será que tengo que te atrae tanto?».

«Yo no sé leer labios. Tendrás que dejarme llegar más cerca».

El binocular recorre entero el hermoso cuerpo. Tanto que parece tocarlo. 

«Y tu colega está muy excitado también? ¿Me dejarán entrar?».

La mujer llega al portón y pide permiso para pasar levantando el brazo derecho. El de la pulsera. 

—Dile que se quite esa cosa y la arroje lejos. Tengo un mal presentimiento —dice el fusilero. 

Ella no espera la orden. Sin demora, se quita el brazalete y lo arroja en una poza. En el canil, los animales quieren romper las rejas. Los dos hombres se miran con los ojos vacíos. 

El pesado portón de hierro se abre y ella camina decidida hacia la Plaza de Armas. Los guardias se colocan uno a cada lado con los rifles destrabados. 

—Creo que no se asustarán si me rasco la espalda. Me está picando justo aquí, cerca del implante. 

Esto lo dice a voz en cuello por primera vez, para que ellos no dejen de oír. 

Los dos descubren que es demasiado tarde un segundo antes de ser barridos por el chorro de fuego.

1 comentario:

  1. «Más tiran dos tetas que dos carretas», dice el sabio refranero.
    Un abrazo.

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