lunes, 27 de mayo de 2024

0861: INOCENCIO

 Prudencio, se encontraba en las afueras de la cafetería, degustando un humeante tinto negro.  Y mientras distraídamente, le daba vueltas y vueltas a la cucharita adentro del pocillo de flores, su mirada se perdía en un punto fijo  entre las nubes. En esas llegó Inocencio y arrastrando un taburete hacia la mesa de Prudencio, lo saludó y le preguntó, bastante intrigado :

-¿¡Porqué tan pensativo hombre!?

-¡Es que no sé cómo se le dice a la mujer que es muy coqueta y le gusta "engrupir" y también ser muy simpática con los hombres, pero que con ninguno se compromete o tiene nada en serio. Porque es que mira Inocencio, pon harto "cuidao" Si es un hombre quien corteja, piropea, acosa y "engatusa" a una o varias mujeres...a ese hombre le dicen MUJERIEGO. Pero si eso mismo  lo hace una mujer con uno o varios hombres...¿¡Cómo se le dice...¡HOMBRIEGA o será... HOMBRERIEGA!? o qué!?

-¡No!...¡no!...¡no! hombre, esa palabra no existe en español. ¿¡ Y... vos ya buscaste en el diccionario!?

-¡Si claro!...pero aparece así : Mujeriego : Dícese del hombre que corteja, piropea, y abruma a una o varias mujeres con amoríos, hasta convencerlas y llevarlas a la cama. Pero de la mujer que corteja, piropea y abruma a uno o varios hombres con amoríos, hasta llevarlos a la cama...no dice nada... Entonces, no se sabe como se le dice a esa mujer y no hay término para definirla...porque..."loba" no es, porque eso es otra cosa, "zorra"...tampoco..."perra" ...menos...."grilla"...ni riesgos. Y eso son vocablos que no pertenecen al idioma español, sino a un "parlacho" que se inventaron.

-¡Pero no te preocupes más por esa carajada...Prudencio! ¡Espera más bien que la Real Academia de la Lengua, se reúna y apruebe el término para que defina y nos haga saber, como se le dice a ese tipo de mujeres. 0...¿¡Porque estás tan preocupado!?

-¡Es que te iba a contar lo de tu mujer Inocencio!

-¿¡De mi mujer!? ¿¡Qué pasó con mi mujer Prudencio!? ¿¡Qué pasó!? ¿¡Qué pasó!?

-¡No pues!.. ¡esperemos la reunión de la Real Academia de la Lengua!... para no "meter la pata" con vos Inocencio!


Autor: Francisco J. Villegas V.


sábado, 25 de mayo de 2024

0860: QUEJIDOS PORNöS

 Un tipo llega a su casa y le dice a su mujer:

Te cuento Julia que vengo de ver una película p0rnö y no te imaginas la cantidad de locuras que allí se ven.

¡¡Como así Chano, cuéntame!!

No te imaginas cómo se quejan las mujeres cuando hacen el amor....Sabes, yo creo eso nos falta para ponerle más sazón a nuestro matrimonio.

¿Te gustaría que yo me queje Chano?

Sería formidable Julia...¿Por que no lo intentas?

Y efectivamente, la pareja se dispone a poner en práctica la novedad...Esa noche el hombre empieza a acariciarle los hombros a la mujer y ella le pregunta:

¿Empiezo a quejarme?

-No, todavía no Julia.

Continúa acariciándole la cintura, las piernas y la esposa nuevamente le pregunta:

¿Ahora ya me quejo?

Espera un poco más...

A los 10 minutos el hombre se sube adónde tiene que subir y empieza a hacer lo que tiene que hacer y le dice a su mujer al oído:

-Ahora Julia, Ahora comienza a quejarte!

-¡Ay Chano, los niños están cada día más insoportables, el dinero que me das para el gasto no me alcanza, la bebé necesita zapatos nuevos, tu madre llama para joder todos los días, se acabó el gas, tenemos que comprar un refrigerador nuevo, ya no se que cocinar!! Y para colmo no me llega la regla....¿Sigo quejándome, Chano?


martes, 21 de mayo de 2024

0859: don Jacinto López

 Don Jacinto López es bien conocido por las historias que solía contar a sus visitantes nocturnos que se aporcaban en su casa orillada en la carretera entre el Beni y Santa Cruz, allá por Mituquije. Aquella morada fue para los visitantes el germen de un sinfín de historias que se fueron dispersando hasta respirarse, volátil como aire, entre las selvas y los ríos de la llanura. Las certezas de la vida de don Jacinto vacilan entre los hechos corroborados por la historia y sus propias verdades. Se sabe de su origen camba, hombre nacido en El Palmar en enero de 1892, gran jinete y lacero que sirvió en la guerra del Chaco. Se sabe de Eudalda, su amada esposa, de su perrita Plumilla y de su caballo Holofernes.

Como gran conocedor de su tierra sus aventuras no eluden encuentros temerarios con tigres, anacondas y caimanes. Se enfrenta a todo temible animal a punta de machetazos, casi siempre junto a su perrita que bien conoce el olor de los tigres.

Así que si el tigre arrebata el arma a don Jacinto de un manazo o ataca a Plumilla, esto es lo de menos, don Jacinto y los suyos siempre tienen todo a su favor. Como esa vez que su perrita, casi a punto de parir, envistió a un tigre por la espalda justo al tiempo que don Jacinto lanzaba su machete. Él lanzó el machete, pero ¡zas! que el machetazo le llega a Plumilla con tan mala suerte que la parte en dos. Eso no importó, porque sus veinte perritos salieron ladrando de su cuerpo dividido, corriendo tras el “come gente” hasta atraparlo.

Hay otra, una en la que él fue atacado por un tigre. Sin armas don Jacinto tuvo que correr tan rápido como pudo, pero el tigre siempre estaba a punto de alcanzarle. Sintiendo ya los colmillos del animal atravesando su garganta don Jacinto terminó orinándose de miedo dejando un charco largo en su camino. “Orinau de miedo –dice don Jacinto– volqué mirándo-la de cotiojo… ¡Elay!, esa tigra venía a punta de porrazos resbalándose en mi cursalera”. Una vez más, entre tantos encuentros temerarios, don Jacinto tuvo suerte, esta vez, de orinarse justo a tiempo.

Pero esas historias no se comparan con el encuentro que tuvo cara cara con una sicurí.

Un día, acompañado por su hijo Monín y su perrita navegaba en su canoa llena de toronjas. De pronto vio salir de las aguas esa enorme serpiente a la que intentó dis-traerla lanzándole todo lo que tenía a mano, incluyendo a su perrita y a su hijo. Entonces fue cuando la sicurí se marchó, satisfecha. Penoso, al día siguiente don Jacinto regresó al lugar, encontró a la sicurí dormida, de un bostezo entró por su boca y, cuando quiso encender un cigarrillo dentro de la barriga del animal, la lumbre le mostró a su hijo “sentau en el toco, de piernas cruzadas, pelando la última toronja que le quedaba al pobre”, dice don Jacinto.

Es evidente que él está lleno de sorprendentes historias. Así que, enfrentarse a grandes bestias, es sólo una prueba de la fortuna que lo acompaña porque también ha burlado a la muerte, ha retado a Django a un duelo y ha humillado a duendes y fantasmas con su gran ingenio y humor sin igual. Sin importar cómo o con quién él siempre ha ganado.

Con el pasar de los años se ha ido comprendiendo su vivir como el de un viajero en su misma tierra al que el azar y el buen destino lo ha guardado de la muerte en la guerra del Chaco así como también le ha permitido viajar a la luna montado, cual caballo, a un cohete espacial. Él ha aconsejado a presidentes sobre cómo gobernar, se ha encontrado con el Che Guevara y ha jugado en la selección de futbol nacional. Él ha vivido el doble de lo que vive cualquier persona viajando apenas unos kilómetros, pero recorriendo insólitos parajes.

Por muchas razones don Jacinto es un testimonio que habita la memoria beniana. Sus historias son una de las tantas representaciones coloridas de la cultura camba, de su lenguaje tan lleno de metáforas arraigadas al entendimiento de la naturaleza. 

Don Jacinto es la memoria viva de nuestro pueblo que lo mantiene fuerte sin saber que han hecho con él a un personaje mítico, sin saber que ellos han destilado su sentido poético en este maravilloso personaje que es bien guardado como gran narrador.


viernes, 17 de mayo de 2024

0858: otro de Antón Chéjov

 El comisario de policía Semión Ilich Prachkin va de un lado a otro de su habitación, tratando de ahogar un sentimiento desagradable. La víspera había visitado al comandante militar por una cuestión del servicio, se había puesto a jugar a las cartas por pura casualidad y había perdido ocho rublos. La suma era insignificante, despreciable, pero el demonio de la avaricia y la codicia le reprochaba al oído ese despilfarro.

—Ocho rublos… ¡No es mucho dinero! —decía Prachkin, tratando de acallar a aquel demonio—. Algunas personas pierden sumas mucho más considerables y no le conceden ninguna importancia. Además, el dinero siempre puede recuperarse… Basta con pasar por la fábrica o por la posada de Rílov para obtener ocho rublos, puede que incluso más.

—“Es invierno… El campesino, solemnemente…” —lee con voz monótona en la habitación contigua Vania, el hijo del comisario—. “El campesino solemnemente… emprende el camino…”.

—Además, siempre puedo tomarme la revancha… ¿Qué dice ese de “solemnemente”?

—“El campesino, solemnemente, emprende el camino… emprende…”.

—“Solemnemente…” —sigue cavilando Prachkin—. Si le hubieran dado diez azotes, no tendría un aire tan solemne. En lugar de tanta solemnidad, más le valdría pagar regularmente sus impuestos… Ocho rublos… ¡No es mucho dinero! No estamos hablando de ocho mil, siempre es posible recuperarlos…

—“Su caballo, oliendo la nieve… oliendo la nieve, se lanza al trote con indolencia…”.

—¡Solo bastaba que hubiera partido al galope! ¡Ni que fuera un pura sangre! ¡Un penco será siempre un penco! Lo que le gusta a ese campesino embrutecido y borracho es azotar a su caballo, y luego, si se mete en un agujero de hielo o cae rodando por un barranco, hay que ocuparse de él… ¡Como te atrevas a galopar, te voy a recetar un jarabe de palo que ni en cinco años se te olvida! ¿Por qué se me ocurriría salir con una carta tan baja? Si hubiera salido con el as de trébol, no me habría quedado sin el dos…

—“Levantando vaporosos copos, vuela el osado carruaje… Levantando vaporosos copos…”.

—“Levantando… levantando copos… copos…”. ¡Las tonterías que hay que oír! ¡Cómo les permitirán escribir esas cosas, Dios mío! ¡La culpa de todo la tuvo el diez! ¡En qué mal momento lo sacó ese diablo!

—“Allí corre un muchacho de la aldea… Ha puesto en el trineo a su perro… a su perro…”.

—Si corre y brinca será que tiene el estómago lleno… Y los padres ni siquiera piensan en ocupar al niño en alguna tarea. En lugar de pasear al perro, más le valdría estar cortando leña o leyendo los Evangelios… Y la cantidad de perros que crían… ¡No hay modo de circular, ni en coche ni a pie! No tendría que haberme sentado a jugar después de la cena… Debería haberme marchado nada más terminar…

—“Le duele y se ríe, mientras su madre le amenaza… su madre le amenaza por la ventana…”.

—Le amenaza, le amenaza… Lo que pasa es que le da pereza salir al patio y castigarlo… Deberías levantarle la pelliza y zumbarle. Vale más eso que amenazar con el dedo… Si no, ya verás cómo acaba haciéndose un borracho… ¿Quién ha escrito eso? —pregunta en voz alta Prachkin.

—Pushkin, papá.

—¿Pushkin? ¡Hum…! Algún chiflado, seguro. Se pasan el día con la pluma en la mano, pero ni ellos mismos entienden lo que escriben. ¡La cuestión es escribir!

—¡Papá, ha venido un campesino con la harina! —grita Vania.

—¡Cógela!

Pero ni siquiera la harina consiguió animar a Prachkin. Cuanto más trataba de consolarse, más le dolía la pérdida. Le daba tanta pena de esos ocho rublos como si en verdad hubiera perdido ocho mil. Cuando Vania se aprendió la lección y se calló, Prachkin se acercó a la ventana y, lleno de pesar, fijó su triste mirada en las montoneras de nieve… Pero esa visión solo consiguió agravar su herida. Le recordaba su visita de la víspera al comandante militar. Se le revolvió la bilis; el corazón se le encogió… La necesidad de descargar en alguien su pena alcanzó tal grado que no admitía ninguna demora. No podía más…

—¡Vania! —gritó—. ¡Ven aquí! ¡Tengo que darte unos azotes por el cristal que rompiste ayer!


domingo, 12 de mayo de 2024

0857: APELLIDO DE CABALLO

 —En nuestro distrito, excelencia —dijo—, hace unos diez años trabajaba un recaudador de impuestos llamado Yákov Vasílich. Para conjurar el dolor de muelas no había otro como él. Se volvía hacia la ventana, murmuraba unas palabras, escupía, y el mal desaparecía. Tenía un poder especial.

—¿Dónde se encuentra ahora?

—Cuando le despidieron, se marchó a Sarátov, a casa de su suegra. Ahora se gana la vida con las muelas. Si a una persona le duele una muela, va a verle y él le cura… A los ciudadanos de Sarátov los recibe en su propia casa y a los que residen en otras localidades los trata por telégrafo. Envíele un despacho, excelencia, diciéndole algo así: «Al siervo del Señor, Alekséi, le duelen las muelas y solicita tratamiento». Y mande por correo el dinero de la cura.

—¡Bobadas! ¡Charlatanería!

—Haga la prueba, excelencia. Tiene debilidad por el vodka, no vive con su mujer sino con una alemana. Es un deslenguado, pero puede decirse que hace milagros.

—¡Envíale recado, Aliosha! —suplicó la generala—. Ya sé que no crees en conjuros, pero yo misma me he beneficiado de sus efectos. Aunque no tengas confianza, ¿qué pierdes por probar? No se te van a caer los anillos.

—Bueno, de acuerdo —convino Buldéiev—. Para acabar con este tormento estoy dispuesto a enviar un despacho no solo a un recaudador de impuestos, sino al diablo en persona… ¡Ay! ¡No puedo más! Bueno, ¿dónde vive tu recaudador? ¿Cuáles son sus señas?

El general se sentó a la mesa y tomó una pluma.

—En Saratov lo conocen hasta los perros —dijo el intendente— Sírvase escribir a la ciudad de Sarátov, excelencia… A su señoría Yákov Vasílich… Vasílich…

—¿Qué más?

—Vasílich… Yákov Vasílich… Y el apellido… ¡Pues se me ha olvidado…! Vasílich… Diablos… ¿Cuál era su apellido? Hace un momento, cuando venía para aquí, me acordé… Permítame un momento…

Iván Yevseich levantó los ojos al techo y movió los labios. Bludéiev y la generala esperaban con impaciencia.

—¿Y bien? ¡Piensa más deprisa!

—Un momento… Vasílich… Yákov Vasílich… ¡Lo he olvidado! Es un apellido tan sencillo… Algo relacionado con los caballos… ¿Potrov? No, no es Potrov. Espere… ¿No será Yeguóvich? No, tampoco es Yeguóvich. Recuerdo que es un apellido de caballo, pero se me ha ido de la cabeza…

—¿Corcelóvich?

—Tampoco. Espere… Caballeróvich… Caballérov… Caballerinski…

—A lo mejor es un apellido de perro y no de caballo. ¿Garañónov?

—No, tampoco es Garañónov… Caballinski… Corcelinski… Potrinski… ¡No, no es ninguno de ésos!

—Entonces, ¿cómo voy a escribirle? ¡Piensa!

—Un momento. Caballónov… Potrónov… Trotónov…

—¿Trotonóvich? —preguntó la generala.

—No. Rocinóvich… ¡No, no es eso! ¡Lo he olvidado!

—¿Para qué diablos vienes con consejos si se te ha olvidado el nombre? —se enfadó el general—. ¡Largo de aquí!

Iván Yevseich salió lentamente, mientras el general, con la mano en la mejilla, se puso a recorrer las habitaciones.

—¡Ay, santos del cielo! —se lamentaba—. ¡Ay, santas benditas! ¡No veo la luz del día!

El intendente salió al jardín y, levantando los ojos al cielo, trató de recordar el apellido del recaudador.

—Corcelonski… Cocelónov… Corcelov… ¡No, no es eso! Caballonovski… Caballósov… Yegüinski… Garañinski…

Al cabo de un rato los señores le hicieron llamar.

—¿Te has acordado? —preguntó el general.

—No, excelencia.

—¿Tal vez Rocinski? ¿Caballúnov? ¿No?

Todos en la casa, a cual mejor, se pusieron a inventar apellidos. Pasaron revista a todas las edades, sexos y razas de caballos, sin olvidar las palabras crin, pezuña y arnés… En la casa, en el jardín, en las dependencias de los criados y en la cocina las personas iban de un lado para otro y, rascándose la frente, buscaban el apellido…

A cada momento se solicitaba la presencia del intendente en la casa.

—¿Yeguadóvich? —le preguntaban—, ¿Pezuñónov? ¿Potronóvich?

—No —respondía Iván Yevseich y, levantando los ojos al cielo, seguía pensando en voz alta—, Caballenko… Caballenkóvich… Potrenko… Corcelenko…

—¡Papá! —gritaban desde el cuarto de los niños—. ¡Calesóvich! ¡Riendanenko!

En toda la hacienda reinaba la mayor agitación. El general, impaciente y consumido por el dolor, prometió dar cinco rublos a quien recordara el apellido y al intendente empezó a seguirle un verdadero enjambre de personas…

—¡Alazánov! —le decían—. ¡Trotónov! ¡Jamelgóvich!

Pero cayó la tarde y seguían sin dar con el apellido. Así que se fueron a dormir sin haber enviado el telegrama.

El general no pegó ojo en toda la noche, iba de un extremo al otro de la habitación y gemía… Poco después de las dos de la madrugada salió de la casa y llamó a la ventana del intendente.

—¿No será Castradóvich? —preguntó con voz llorosa.

—No, no es Castradóvich, excelencia —respondió Iván Yevseich suspirando con aire culpable.

—Tal vez no sea un apellido de caballo, sino de algún otro animal.

—Le aseguro, excelencia, que es un apellido de caballo… Lo recuerdo perfectamente.

—Vaya memoria que tienes, hermano… En estos momentos ese apellido tiene más valor para mí que cualquier otra cosa en el mundo. ¡No puedo más!

Por la mañana el general mandó llamar de nuevo al médico.

—¡Que me la arranque! —decidió—. No puedo soportarlo más…

Llegó el médico y arrancó la muela enferma. El dolor desapareció en el acto y el general recobró la calma. Tras cumplir con su cometido y recibir la cantidad estipulada, el médico se sentó en su coche y se marchó. Una vez atravesada la cancela, ya en pleno campo, se encontró con Iván Yevseich… El intendente estaba al borde del camino, miraba el suelo con aire concentrado y pensaba en alguna cosa. A juzgar por los pliegues que surcaban su frente y por la expresión de sus ojos, esos pensamientos eran fuente de tensión y de tormento…

—Bayonóvich… Arnesónov… —farfullaba—. Riendanóvich… Jamelgónov…

—¡Iván Yevseich! —le dijo el médico—. ¿No querría venderme cinco cuartas de avena, amigo? Se la compro a los campesinos de la aldea, pero es muy mala…

Iván Yevseich miró con aire estúpido al médico, esbozó una sonrisa extraña y, sin responder palabra, batió palmas y echó a correr en dirección a la hacienda con tanta prisa como si le estuviera persiguiendo un perro rabioso.

—¡Lo he encontrado, excelencia! —gritó alegremente, con la voz alterada, entrando como un torbellino en el gabinete del general—. ¡Lo he encontrado, que Dios conceda salud al médico! ¡Avénov! ¡El apellido del recaudador es Avénov! ¡Avénov, excelencia! ¡Mande el telegrama a Avénov!

—¡Toma, para ti! —exclamó el general con desprecio, haciendo la higa ante sus mismas narices—. ¡Ya no necesito tu apellido de caballo! ¡Toma, para ti!


Antón Chéjov


jueves, 9 de mayo de 2024

0856: LOS REGALOS NO HABLAN

 Sentado a la entrada del granero, desgranaba mazorcas un campesino.  Hasta ahí́ llegó su pequeño hijo y preguntó:

-   ¿"Tata,” le ayudo?

Sin levantar la vista, contestó

- ¿Ya hizo su tarea?

- "Sí, Tata".

- ¿Metió los chivos?

- "Sí, Tata".

- ¿Recogió los huevos?

- “Sí, Tata”, tres canastas…

- ¿Acarreó el agua?

- "Sí, Tata", llené tres baldes…

 - ¿Llevó la leña que corté a su mamá?

 - "Sí, Tata", dos viajes de burro…

- Está bueno, ándele pues, desgrane.

Sentado y en silencio el niño comenzó́ a desgranar. Casi terminaban y el pequeño preguntó:

- ¿Tata, me da permiso de hablar con usted?

- Claro "Mijo". ¿Para que soy bueno?

- "Tata" Es que mi amigo Remigio le regaló a su Tata una camisa linda…

- Mmm, ¿El que no ayuda en nada a sus Tatas?

- "Sí, Tata".

- Mmm, ¿Y luego?

- Mi amigo Jacinto le dio a su Tata un sombrero de piel negra, muy bonito…

- Mmm ¿El que no lleva tareas?

- "Sí, Tata", ese…

- Mmm, ¿Y luego?

- Toribio le regaló a su Tata unos zapatos de piel…

- Mmm, ¿El que lo agarraron robando huevos?

- ¡Sí “Tata” ese!

Y así́ el niño le fue diciendo lo que sus amigos habían comprado a sus papás. Al final el papá preguntó:

- ¿Y cuál es su preocupación "Mijo"?

- Es que yo estuve juntando para darle un regalo a usted, pero al cruzar por el puente colgante, se me cayó al rio la bolsita con el dinero y pues, no tengo para su regalo…

- ¿Y eso le preocupa "Mijo"?

- "Sí, Tata", porque hoy es el día del Tata y yo quería darle a usted un regalo…

- Despreocúpese "mijo", los regalos no hablan, no obedecen, no ayudan. Se desgastan y se tiran, yo no soy su "Tata" porque me dé un regalo. ¡No!,"Tata" lo soy porque lo tengo a usted. ¿Para qué quiero regalos? Yo le aseguro que todos esos "Tatas", quisieran tener un hijo así como usted, obediente, respetuoso, cariñoso. Pero no lo tienen, ¡lo tengo yo y es mío! Y no lo tengo por un día. ¡Lo tengo por muchos años! ¿Para que quiero regalo de un día, si usted es mi mejor regalo?.

Aquel niño conmovido se acercó́ y lo abrazó. Empezó́ a llorar diciendo:

- “Tata, Tata… Gracias por ser mi Tata"…

- No “Mijito”, Gracias a usted por ser "Mijo"…


lunes, 6 de mayo de 2024

0855: CURIOSIDADES

En la antigua Inglaterra la gente no podía tener sexo sin contar con el consentimiento del Rey (a menos que se tratara de un miembro de la familia real). Cuando la gente quería tener un hijo, debían solicitar un permiso al monarca, quien les entregaba una placa que debían colgar afuera de su puerta mientras tenían relaciones. La placa decía: "Fornication Under Consent of the King" (F.U.C.K.). Ese es el origen de tan socorrida palabrita.

Durante la guerra de secesión, cuando regresaban las tropas a sus cuarteles sin tener ninguna baja, escribían en una gran pizarra "0 Killed" (Cero muertos). De ahí proviene la expresión "O.K." para decir que todo está bien.

En los conventos, durante la lectura de las Sagradas Escrituras, al referirse a San José decían siempre "Pater Putatibus" y por simplificar "P.P." Así nació el llamar "Pepe" a los José.

Cada rey de las cartas representa a un gran rey de la historia:

Espadas:     Rey David

Tréboles:     Alejandro Magno

Corazones:   Carlo Magno

Diamantes:   Julio César

En el Nuevo Testamento en el libro de San Mateo dice "es más fácil que un camel pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos" el problemita es que San Jerónimo, el traductor del texto, interpretó la palabra camelos" como camello, cuando en realidad, en griego "Kamelos" es aquella soga gruesa con la que se amarran los barcos a los muelles, en definitiva, el sentido de la frase es el mismo, pero ¿Cuál les parece más coherente?.

Cuando los conquistadores ingleses llegaron a Australia, se asombraron al ver unos extraños animales que daban saltos increíbles. Inmediatamente llamaron a un nativo (los indígenas australianos eran extremadamente pacíficos) e intentaron preguntarle mediante señas. Al notar que el nativo siempre decía "Khan Ghu Ru" adoptaron el vocablo inglés "kangaroo" (canguro). Los lingüistas determinaron tiempo después el significado, el cual era muy claro. Los aborígenes querían decir "No le entiendo".

La zona de México conocida como Yucatán viene de la conquista cuando un español le preguntó a un indígena como llamaban ellos a ese lugar. El indio le dijo: Yucatán. Lo que el español no sabía era que le estaba contestando: "no soy de aquí".

 

miércoles, 1 de mayo de 2024

0854: NOCHE DE CACERÍA.

- Hola Rosana, has llegado antes de la hora que acordamos -, le saludó con tono jovial, sorprendiéndola desde atrás. Ella giró al oir la voz, y lo reconoció dirigiéndole una mirada intensa. Excelente comienzo para la primera cita romántica que tenían fuera de la oficina, pensó el hombre.

Rosana era una bella joven castaña de cutis blanco como porcelana. Lucía un vestido de corta falda que realzaba sus muslos y le ceñía el cuerpo, envolviendo los senos. Su espalda y sus hombros delicados quedaban al desnudo.

Carlos, por su parte, era el galán de la empresa, todo un Don Juan; ninguna compañera de trabajo se resistía ante su masculino encanto. No es que fuera muy buen mozo, pero tenía un secreto de seducción. Era paciente y decía a las féminas lo que querían oír. Cual un camaleón, se adaptaba a los gustos y preferencias de cada uno de sus objetivos; mentía y camelaba como ninguno.

Y ese venía siendo su año de racha más exitosa. Ya había llevado a su cama a la secretaria, a la contadora, y hasta a la recepcionista. Sólo le faltaba encandilar a Rosana, la nueva empleada, que había aceptado gustosa su propuesta de encontrarse con él.

La obsesión de la hermosa joven por la ropa de color negro no era casual, sino que obedecía a su fanatismo extremo por las historias góticas. Precisamente, sobre vampiros y licántropos versaba la novela de horror que Carlos estaba escribiendo. O al menos, eso le aseguró a ella, cuando advirtió su entusiasmo. Demasiado fervor mostraba esta mujer por esos sórdidos temas, se dijo el seductor. Pero su técnica de enganche consistía en seguir la corriente a sus conquistas amorosas. Cuanto más chaladas fueran más fácil caían.

¿Cuándo me dejarás ver lo que vienes escribiendo, Carlos?

- Después de que nos acabemos esta botella de whisky- respondió él, con su mejor sonrisa, llenándole por segunda vez el vaso, mientras ocupaban ahora una de las mesita de aquel restaurante distante a apenas un par de cuadras del apartamento de soltero de Carlos.

Anochecía y desde la ventana del lugar se veía la brillante luna llena. Noche ideal para brujas, vampiros y hombre lobos, susurró él, y comenzó a narrarle una historieta de terror, plagada de esos personajes siniestros; al advertir que Rosana parecía cada vez más interesada.

Al cuarto whisky consintió en acompañarlo a su guarida; quería que le leyera las escenas más macabras de la novela que venía elaborando. Deseaba oír su relato a la luz de unas velas y con música de horror como fondo; después de eso se daba por sobreentendido que pasarían a acciones más íntimas. Sin más, salieron tomados de la mano rumbo al nidito de amor del joven.

Una vez dentro, el dueño de casa puso a sonar una balada romántica en su estéreo (ya habría tiempo para la música de terror). Su invitada solicitó usar el baño, tanto whisky le había hecho efecto, afirmó. El galán se quedó aguardando durante un par de minutos que parecieron eternos para su impaciencia. Cuando la chica reapareció por poco se le detiene el corazón.

Se había desprendido de su fino vestido negro y estaba casi desnuda exhibiendo su fresca belleza, cubierta por el body de seda celeste que traía debajo. Era mucho más sensual de lo que parecía en horario de oficina, se vestía con ropa oscura. Todo un cuerpazo tenía la muchacha. El anfitrión estaba sentado en el sofá y no llegó a ponerse de pie, pues rápidamente ella se sentó a su lado. Hirviendo de deseo trató de abrazarla. Pero ésta frenó sus impulsos.

-¡Tranquilo! ¡No vayas tan rápido! Primero me tienes que leer tu novela de terror gótico, como me prometiste.

-Nena, ni los vampiros ni las vampiresas ni los hombres lobo existen, y yo no creo en esas supercherías- respondió, sin poder contener ya su fastidio. Y tampoco soy un escritor aficionado, pero la pasarás de maravillas esta noche -

- ¡Te equivocas!, ¡sí existen!, ¡sí existen! - le retrucó, chillando histérica, al tiempo que zafaba bruscamente de su abrazo y se levantaba del sofá.

¡Vaya loca! pensó Carlos, poniéndose de pie a su frente y ciñéndola con suavidad por la cintura.

– Disculpa si te decepcioné, querida, pero déjame recompensarte.

Le besó los carnosos labios, y ella se dejó hacer. Al terminar el pasional ósculo, la joven echó la cabeza hacia atrás y lo observó fijamente con sus vistosos ojos azules. Una mirada profunda que él consideró como una señal de deseo compartido. Acto seguido, Rosana echó sus tiernos brazos en torno al cuello del conquistador. Ya no cabían dudas, la chiflada se había ablandado, era el momento propicio para llevarla a la cama.

Pero de pronto sintió un ardor intenso. Se llevó una mano a la garganta y comprendió que le salía sangre. Lo había rasgado con la filosa navaja de afeitar, escondida dentro del sedoso body.

- ¿Qué me hiciste? ¿Estás loca? - exclamó, mientras ella volvía a herirlo una y otra vez.

De la vena yugular cortada borbotó el flujo rojo a tal velocidad que la mujer se atragantó. Con avidez, poseída por su rol de vampiresa, tragó todo el líquido posible, pero no pudo evitar ensuciarse. El hombre se desplomó, en sus ojos sin vida su última expresión era una mezcla de asombro y terror. Ya saciada, apartó sus labios del cuello de la víctima y se dirigió hacia el baño. Debía lavarse y cubrirse con su ropa negra, antes de escapar de allí, en esa noche de plenilunio.

Se encaró al espejo del lavabo. Oscuras manchas rojas salpicaban su tórax, sus hombros y la parte superior de su delicado body celeste. Mientras contemplaba su hermoso rostro pensó en el mito de que los vampiros no reflejaban su imagen en los espejos. Una tonta superchería, se dijo.


Por Gabriel Antonio Pombo