martes, 30 de octubre de 2012

238: Si hubiese necesitado confirmación de que ella se acostaba con él sólo habría tenido que fijarse en el modo en que ella lo miraba; cuando una mujer se llevaba a la cama a un hombre, después siempre lo miraba con ese brillo de posesión, como si fuera de su propiedad.

¿Para qué tiene que ir Lourdes a un motel cuando está tan cerca de la casa? Me puse muy nervioso. Sentía miedo de lo que podía descubrir. No sabía que pensar. Una parte de mi mente estaba en blanco y negro, pero la otra continuaba en tecnicolor trabajando a toda velocidad, recordando las “reuniones con las amigas” y los inesperados “encuentros” con las amigas de la infancia, que habían hecho que Lourdes no se quedara a dormir en casa en varias oportunidades en los últimos meses. Entonces todo me pareció muy claro.

No hay palabras para describir la magulladura que sentí. Regrese a casa y comencé a preparar la comida como un robot, me parecía ridículo seguir funcionando igual que siempre, cuando ni yo tenía hambre, ni me importaba que Eugenia se quedara sin su parte está noche.

Me encerré en el cuarto y me tire en la cama a llorar. Cuando ya no tuve más lágrimas, seguí quieto, sin moverme. Sentí que la puerta del frente se abría y que Eugenia me llamaba. No podía contestar. Ella llegó al cuarto y me preguntó que me sucedía. Corrió a encender la lámpara y se me quedo mirando. ¿Qué te pasa amor? Volvió a preguntar. Me toco en el hombro y yo me separé de ella. ¡Caramba! ¿Qué te pasa? Le dije que encontré una factura reveladora. Eugenia, no comprendía nada ¿Sí? ¿¡Qué factura!? Eugenia salió del cuarto. Unos minutos después sentí el ruido del auto que se partía a toda velocidad.

Encontré a Lourdes en la entrada al parque. Su expresión era de consunción, pero me esforcé para no estremecerme. Caminamos en silencio hasta un banco solitario. “Está bien” le dije, mientras me sentaba cuidando las rayas de mi pantalón. “Te escucho” “No sé por dónde comenzar…”
Me levanté. “No hablemos entonces”
Lourdes me tomo por el antebrazo e hizo que me sentará de nuevo, sin preocuparse por las rayas de mi pantalón. “¡Me lleva el diablo!” “Dame por lo menos una oportunidad. Mira, todo comenzó…” Siguió hablando durante largo rato. No recuerdo todo lo que me dijo, pero cuando terminó, yo no podría determinar, establecer, acordar, estipular, prescribir o fijar si estaba fastidiado, desconsolado, confundido, impactado, abochornado, avergonzado o afligido

Mi padre se alegró mucho de verme. “Sabes, hijo, tú no eres el primer copuchento que pasa por esa situación. A mi padre –tu abuelo- y a mí nos pasó también. Nunca pensé decírtelo, pero al ver tu cara de menso, creo que mi inexperiencia puede ayudarte a que no cometas un error del que te arrepentirás. Todos los copuchentos estamos cortados con la misma tijera que cortaron a las féminas. Los amores vienen y se van -aunque algunos perduran- todos caemos en la carne, porque somos carne y nadie puede juzgar ni castigar a una prójima por seguir a sus hormonas, así como nadie puede juzgarte ni castigarte a ti, querido hijo.

Al día siguiente, volví con las pilas renovadas y una vez en los umbrales de la ciudad llame por el móvil a Lourdes y Eugenia y les comunique que en cualquier momento me encontrarían donde les agrada encontrarme. En mi casa.

5 comentarios:

  1. Si ellas están de acuerdo,todo bién.
    Besos.

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  2. Una correcta combinación, puede ser la clave.

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  3. Deseando continuar. Me ha encantado lo de "todos caemos en la carne, porque somos carne"... tan cierto!

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  4. La que se quedó con cara de mensa fui yo.


    :O

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  5. Así es la vida...las hormonas nos dominan...

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