Una prójima de verdad sabe que es sólo una fémina. Su único pesar es que su vida es tan corta que no le permite asir todos los penes que quisiera. Pero, para ella, eso no es un problema; es sólo una lástima. Una fémina nunca se preocupa de su miedo. En vez de eso, piensa en las maravillas de gozar de los fluidos. El resto son adornos, adornos sin importancia.
El modo más eficaz de vivir es vivir como una copuladora de verdad. Puede que ella piense y se preocupe antes de tomar una decisión, pero una vez que la ha tomado, prosigue su camino libre de preocupaciones o pensamientos; todavía habrá un millón de copuchentos esperándola. Ése es el camino de ella.
Una copuladora vive de actuar, no de pensar en actuar ni de pensar qué pensará cuando haya actuado. Una copuladora elige un copuchento con corazón, cualquier copuchento con corazón, y lo coge, y luego se regocija y ríe. Sabe, porque ve, que su vida se acabará demasiado pronto. Sabe, porque ve, que nada es más importante que lo demás.
Una copuladora de verdad no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni patria; sólo tiene vida por vivir y, en tales circunstancias, su único vínculo con sus semejantes es su desatino controlado. Puesto que ninguna cosa es más importante que otra, ella elige cualquier prójimo y actúa como si le importara. Su desatino controlado le lleva a decir que lo que él hace importa y le lleva a actuar como si importara, y sin embargo ella sabe que no es así; de modo que, cuando completa sus coitos, se retira en paz, sin preocuparse en absoluto de si sus coitos fueron buenos o malos, si dieron resultado o no.
.No hay vacío en la vida de una fémina. Todo está lleno a rebosar. Todo está lleno a rebosar y todo es igual. La prójima corriente se preocupa demasiado por querer a otros o por ser querida por los demás. Una copuladora quiere; eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, sin más, porque sí.
Una copuladora acepta la responsabilidad de sus actos, hasta del más trivial de sus actos. La prójima corriente actúa según sus pensamientos y nunca asume la responsabilidad por lo que hace. La prójima corriente es o una ganadora o una perdedora y, dependiendo de ello, se convierte en perseguidora o en víctima. Estas dos condiciones prevalecen mientras uno no ve. Ver disipa la ilusión de la victoria, la derrota o el sufrimiento.
Una copuladora sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera no desea nada, y así cualquier pene que recibe, por pequeño que sea, es más de lo que puede tomar. Si necesita comer, encuentra el modo porque no tiene hambre; si algo lastima su cuerpo, encuentra el modo de pararlo porque no tiene dolor. Tener hambre o tener dolor significa que la prójima no es una copuladora, y las fuerzas de su hambre y de su dolor la destruirán.
Cuando una fémina se embarca en el camino de la copuladora, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre. Los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén y debe adoptar un nuevo modo de vida para sobrevivir.
Cada pizca de conocimiento que se convierte en poder tiene a la pasión como fuerza central. La pasión da el toque definitivo; todo lo que la pasión toca, en verdad se vuelve poder. Sólo la idea de la pasión da a la fémina el desapego suficiente para ser capaz de no abandonarse a nada. Una así sabe que su pasión la está acechando y que no le dará tiempo para aferrarse a nada; así que prueba, sin ansias, todo de todo. Sois féminas, y vuestro destino es aprender y ser arrojadas a mundos nuevos e inconcebibles fantasías.
El espíritu de una copuladora no está hecho a la entrega y a la queja, ni está hecho a ganar o perder. El espíritu de una copuladora está hecho sólo a la lucha, y cada lucha es la última batalla sobre la cama. Por eso el resultado le importa muy poco. En su última batalla sobre la cama, la copuladora deja fluir su espíritu libre y claro. Y mientras se entrega a su batalla, sabiendo que su intento es impecable, una copuladora ríe y ríe.
El mundo es todo lo que hay aquí encerrado: la vida, la pasión, la gente y todo lo demás que nos rodea. El mundo es incomprensible. Jamás lo entenderemos; jamás desentrañaremos sus secretos. Por eso, debemos tratarlo como lo que es: un absoluto misterio. Las cosas que la gente hace no pueden, bajo ninguna condición, ser más importantes que el mundo. De modo que una copuladora trata el mundo como un misterio interminable, y lo que la gente hace, como un desatino sin fin. El poder reside en el tipo de conocimiento que una posee. ¿Qué sentido tiene conocer cosas inútiles? Eso no nos prepara para nuestro inevitable encuentro con un desconocido.
Nada en este mundo es un regalo. Lo que ha de aprenderse debe aprenderse arduamente.
Una prójima va al conocimiento como va a la guerra: bien despierta, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir de cualquier otra forma al conocimiento o a la guerra es un error, y quien lo cometa puede correr el riesgo de no sobrevivir para lamentarlo.
Cuando una fémina ha cumplido estos cuatro requisitos -estar bien despierta, y tener miedo, respeto y absoluta confianza- no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones, sus acciones pierden la torpeza de las acciones de una necia. Si una fémina así fracasa o sufre una derrota, no habrá perdido más que una batalla, y eso no le provocará lamentaciones lastimosas.
Ocuparse demasiado de una misma produce una terrible fatiga. Una prójima en esa posición está ciega y sorda a todo lo demás. La fatiga misma le impide ver los copuchentos que la rodean.
Enfadarse con la gente significa que una considera que los actos de los demás son importantes. Es imperativo dejar de sentir de esa manera. Los actos de las féminas no pueden ser lo suficientemente importantes como para contrarrestar nuestra única alternativa viable: nuestro encuentro inmutable con el copuchento.
Cualquier pene es un camino entre un millón de caminos. Por tanto, una fémina siempre debe tener presente que un camino es sólo un camino; si siente que no debería seguirlo, no debe gozar de él bajo ninguna circunstancia. Su decisión de mantenerse en ese camino o de abandonarlo debe estar libre de miedo o ambición. Debe observar cada camino de cerca y de manera deliberada. Y hay una pregunta que una fémina tiene que hacerse, obligatoriamente: ¿Tiene corazón este camino? Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte. Sin embargo, un camino sin corazón nunca es agradable. En cambio, un camino con corazón resulta sencillo: a una fémina no le cuesta tomarle gusto; el viaje se hace gozoso; mientras una fémina lo sigue, es una con él.
Existe un mundo de felicidad donde no hay diferencia entre las cosas porque en él no hay nadie que pregunte por las diferencias. Pero ése no es el mundo de las féminas. Algunas féminas tienen la arrogancia de creer que viven en dos mundos, pero eso es pura arrogancia. Hay un único mundo para nosotras. Somos féminas, y debemos transitar con alegría el mundo de los copuchentos.
No me he podido reír más, ¡estupenda entrada! Aunque el título poco resume el contenido, yo hubiera titulado a la entrada "La fémina copuladora" mucho más esclarecedor, ¿no te parece? Aún así, me ha encantado el texto que has subido. Sólo me he identificado en el penúltimo párrafo donde dices que las féminas han de saber que un pene solo es un camino entre millones de caminos y que se ha de elegir bien, de hecho, yo ya elegí el mío jajajajajaja
ResponderEliminarMuy buenas noches queridérrima seguidora.
:-)
ResponderEliminarbesos Chaly
Copuladora... a mí me encanta!
ResponderEliminarjajjaj
Besos!