- Pues sí, Raimunda, salimos de la iglesia envueltos en una nube de incienso. El párroco iba delante, abriendo la procesión, con el estandarte de la congregación en alto.
- ¡Peee...!
- ¿Qué ha sido ese ruido, hijito?
- Seguramente la pata de la silla, Eufronio. Sigue contándome lo de la procesión.
- Pues bien, como te iba diciendo, salimos del templo con aquel fervor, con aquel recogimiento...
- ¡Peee…!
- Pero, ¿a este niño qué le pasa?
- Será una mala digestión.
- Será una mala educación. Hijito, «el hombre grosero es la vergüenza de la familia». No lo
volverás a hacer, ¿verdad, hijito?
- Sí, papá.
- ¿Cómo que sí?
- No, papá.
- ¿Sí o no? Responde.
- Sí o no, papá.
- Ay, déjalo ya, Eufronio. Es un niño, no lo atormentes. ¿No ves que no sabe ni lo que dice?
- «La grosería es la que atormenta el espíritu. La buena educación, por el contrario, es como aceite que lo apacigua». Y hablando de aceite, Raimunda, ¿por qué no traes algunas aceitunas para entretener la conversación?
- Ya voy, Eufronio.
- A ti te gustan mucho las aceitunas negras, ¿verdad, hijito?
- No, papá.
- ¿Cómo? ¿Qué no te gustan las aceitunas negras? ¿Y por qué, hijito?
- Porque saben a mierda.
- Pero, ¿qué palabras son ésas? Raimunda, ¿qué modales está aprendiendo nuestro hijo?
- Son los vecinitos, Eufronio, que le enseñan.
- «Amigos en la plaza, indecencias en la casa». Hijito, esa palabra es un pecado.
- ¿Qué palabra, papá?
- Esa, ésa que dijiste antes...
- ¿Cuál, papá?
- Así que ya sabes, no quiero oírla nunca más en mi hogar.
- Pero, papá, ¿qué palabra? Dime, ¿qué palabra?
Cuando llegó la noche del jueves, en casa del piadoso Eufronio...
- Raimunda, te digo a ti lo mismo que el santo Tobías le dijo a Sara, la hija de Raquel: no subiré al lecho matrimonial sin antes invocar el nombre del Altísimo.
- ¡Huuummm! Pues invócalo y acuéstate de una vez, porque yo no puedo ya ni con mis ganas.
- «Señor, tú sabes que no voy a tomar a esta esposa mía con deseo impuro ni me acerco a ella
sin recta intención. Por el único motivo que me uniré a ella es para procrear un hijo. Un hijo, que no será fruto del deseo carnal, sino de la esperanza de engendrar a un Papa». Esposa mía: ¡procreemos! Esposa mía...
- ¡Ahuuummm! Esposo mío... con tanta monserga el sapo se quedó dormido.
Jajaja que bueno; el final no te lo esperas: Vaya familia, y ese hijo una bendición del cielo.
ResponderEliminarSaludos Chaly.
Todo sea por dios incluído el fastidio.
ResponderEliminarBeso