jueves, 18 de septiembre de 2025

0758: Charles Bukowski

Me trasladaron a una habitación con un negro y un blanco. El blanco tenía rosas frescas todos los días. Cultivaba rosas que vendía a las floristerías. No cultivaba rosas entonces, sin embargo. El negro había reventado como yo. El blanco estaba mal del corazón, muy mal. Allí estábamos, y el blanco hablaba de criar y cultivar rosas y de que ojalá pudiese fumar un cigarrillo, Dios mío, cómo necesitaba un cigarrillo. Yo había dejado de vomitar sangre. Ya sólo la cagaba. Tenía la sensación de haber conseguido salir del agujero. Acababa de vaciar una pinta de sangre y habían retirado la aguja.

—Te conseguiré unos cigarrillos, Harry.

—Oh Dios mío, gracias, Hank.

Me levanté de la cama.

—Dame dinero.

Me dio unas monedas.

—Si fuma morirá —dijo Charley. Charley era el negro.

—Cuentos, Charley, un par de cigarrillos no hace daño a nadie.

Salí de la habitación y crucé el vestíbulo. Había una máquina de cigarrillos en el vestíbulo de recepción. Saqué un paquete y volví.

Luego, Charley, Harry y yo nos pusimos a fumar. Era por la mañana. Hacia el mediodía pasó el médico y le colocó una máquina a Harry. La máquina escupía y pedorreaba y gruñía.

—¿Ha estado usted fumando, verdad? —dijo el doctor a Harry.

—No, doctor, de veras, no he fumado.

—¿Quién de ustedes compró esos cigarrillos?

Charley miró al techo. Yo miré al techo.

—Si fuma usted otro cigarrillo, morirá —dijo el médico.

Luego, cogió su máquina y se largó. En cuanto se fue, saqué la cajetilla de debajo de la almohada.

—Dame uno —dijo Harry.

—Ya oíste lo que dijo el médico —dijo Charley.

—Sí —dije yo, exhalando una bocanada de maravilloso humo azul—. Ya oíste lo que dijo el médico: «Si fuma otro cigarrillo, morirá».

—Prefiero morir feliz a morir amargado —dijo Harry.

—No puedo hacerme responsable de tu muerte, Harry —dije—. Le pasaré los cigarrillos a Charley, y si él quiere darte uno, es asunto suyo.

Se los pasé a Charley, que tenía la cama del centro.

—Bueno, Charley —dijo Harry—, pásamelos.

—No puedo hacerlo, Harry. No puedo matarte, Harry.

Charley me devolvió los cigarrillos.

—Vamos, Hank, déjame fumar uno.

—No, Harry.

—¡Por favor, to lo suplico, sólo uno!

—¡Maldita sea!

Le tiré la cajetilla. Le temblaba la mano al sacarlo.

—No tengo cerillas. ¿Quién las tiene?

—Maldita sea —dije.

Le tiré las cerillas…

Vinieron y me enchufaron otra botella. A los diez minutos llegó mi padre. Venía con él Vicky, tan borracha que apenas si podía sostenerse en pie.

—¡Querido! —dijo—. ¡Querido mío!

Dio un traspié contra el borde de la cama.

Miré al viejo.

—Hijo de puta —dije—. No tenías que haberla traído borracha.

—Querido, ¿no querías verme, eh? Dime, querido…

—Te advertí que no te comprometieras con una mujer como ésta.

—Está hundida. Tú, cabrón, le compraste whisky, la emborrachaste y luego la trajiste aquí.

—Ya te dije que no era buena, Henry. Te dije que era una mala mujer.

—¿Pero es que ya no me amas, queridito mío?

—Sácala de aquí… ¡INMEDIATAMENTE! —le dije al viejo.

—No, no, quiero que veas qué clase de mujer tienes.

—Sé qué clase de mujer tengo. Ahora sácala de aquí inmediatamente, o si no te juro que me arranco esta aguja del brazo y te la clavo en el culo.

El viejo se la llevó. Me derrumbé en la almohada.

—Es guapa —dijo Harry.

—Lo sé —dije—, lo sé…

Dejé de cagar sangre y me dieron una lista de lo que tenía que comer y me dijeron que si bebía un sólo trago moriría. Me dijeron también que moriría si no me operaba. Tuve una terrible discusión con una doctora japonesa sobre operación y muerte. Yo había dicho «nada de operación» y ella salió de allí meneando el culo furiosa. Harry aún seguía vivo cuando me fui, tenía escondidos los cigarrillos.

Salí a la claridad del sol para ver cómo era. Estaba muy bien, perfectamente. Pasaban los coches. La acera era tan acera como lo había sido siempre. Dudé entre coger un autobús y probar a llamar por teléfono a alguien para que viniese a recogerme. Entré a llamar por teléfono en aquel bar. Primero me senté y fumé un cigarrillo.

El encargado se acercó y le pedí una botella de cerveza.

—¿Cómo va esa vida? —me preguntó.

—Como siempre —dije

Se fue. Eché cerveza en el vaso y luego miré el vaso un rato y luego me bebí la mitad de un trago. Alguien echó una moneda en el tocadiscos y hubo un poco de música. La vida parecía algo más agradable, mejor. Terminé por fin aquel vaso, me serví otro y me pregunté si aún se me alzaría el rabo. Eché un vistazo al bar: ninguna mujer. Hice lo mejor que podía hacer: alcé el vaso y lo vacié de un trago.

FIN


Charles Bukowski - Vida y muerte en el pabellón de caridad

Autor: Charles Bukowski

Título: Vida y muerte en el pabellón de caridad

Título Original: Life and Death in the Charity Ward

 

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