Madame Imelda era un vernáculo de la campiña, dotada de unas extravagantes carnosidades. Todos los señores de la región la habían pretendido en himeneo pero ella los reculó afectuosamente al decir con la boca chica que en un ulterior próximo se dispondría a ejercitar una locura, con alguno de ellos. Sin embargo, la autenticidad era que apetecía por contrayente a un rey.
Entretanto llegaba el imaginario rey, tan anhelado por Imelda, hilaba constantemente, convirtiendo las amorfas guedejas de lana en finísimo hilo. En cierta ocasión, una de sus chicas le dijo sinceramente entusiasmada:
-¡Madame! Sois la más admirable hiladora de la región… pero pienso que ese hilo tan níveo sería mucho más hermoso si tuviese el matiz del oro.
Imelda, guardo silencio, y sus magnánimos ojos marinos se vistieron de abatimiento.
-¡Eso es impugnable! –confesó
Sin embargo, con el apresuramiento que en el universo se ramifican las noticias, lo mismo las viables que las dudosas, emprendió a correr la voz de que Imelda, ovillaba hilos de oro. Noticia extraordinaria, jamás oída ni comentada hasta entonces.
Sigfredo, rey de las frondosidades, que poseía riquezas inexactas decidió emprender desplazamiento para saber de buena tinta de la hiladora.
Cuando ésta poseyó confidencia de su arribada y del fulgor de su comparsa, se alegró y, muy sobreexcitada, dejo que sus señoritas la desvistiesen de sus mejores galas.
Al distinguirla Sigfredo, le dijo:
¡Mamacita! ¡Eres muy sexy! Pero mi enajenamiento se inclina hacia vuestra habilidad con el adminiculo. He oído comentar que gozáis del portentoso secreto de hilar oro…
La celestina se sintió enflaquecer, pero sobreponiéndose a su desasosiego, indago en frecuencia modulada:
-Su ostentación ¿se enlazaría con una joven que gozaría esa competitividad exclusiva…?
-¡Al relámpago, amadita!
Imelda representó un desfallecimiento y la acarrearon a su habitáculo; en aquel momento se le floreció un minúsculo hombrecito, acicalado con una capa paco rabanne, y le dijo con voz de adminículo:
-¿Revientas por hilar oro?
Ella le miro a través de su binóculo, con un súrculo de esperanza.
-¡Sí…, sí, gentil corpúsculo!
El dio tres cabriolas en el aire:
-¡Cuál es el oráculo de mi calificativo! Y en cuanto me convoques llegaré a complacer tu pretensión de hilar en oro –soltó una risita y se eclipsó.
Imelda agrando el gimoteo y su desmoralización no disfrutaba límites. Mientras tanto, el rey Sigfredo prorrogaba el momento de que la celestina se reintegrara para atolondrarlo con su práctica manual, y expedía con periodicidad a uno de sus criados a que se orientase del periodo de la tejedora.
Imelda masticaba enérgicamente en la manera de tropezar con un subterfugio, pero en vano. ¿Cómo iba a profetizar el calificativo de un minúsculo indocumentado para ella hasta el momento que se exteriorizó en su dormitorio?
El adminículo era un minúsculo interlocutor que saboreaba de divertirse modernizando el intranquilizar con su pasmoso dominio de las leyes de la gramática a los cogotudos que frecuentaban el lupanar.
Pulverizado de esperar sentado, Sigfredo divulga urbanamente por medio de su ayudante, su inaplazable emigración.
Los copuchentos que frecuentaban el lugar, propusieron a la derrumbada hiladora:
-¡Madame!… debemos organizar una orgia en honor del rey
-Apruebo vuestra idea, decid a las chicas que se preparen, más yo no concurriré
La orgia fue muy enternecedora para todos, a excepción de uno de los amantes de Imelda, pues éste descubrió a un minúsculo hombrecito, saltando sobre un preservativo, que exteriorizaba:
-La hiladora engañadora de ningún modo sabrá de buena tinta que me llamo… ¡el ranúnculo saltarín!
Y gracias a uno de sus amantes, la hiladora consiguió rehilar oro y casarse con el arrogante, petulante y presuntuoso rey Sigfredo.
Colorín coloran coloren colorina…
[Cuento adoptado, actualizado, cauterizado y curado]
Cuando el rio suena es señal que piedras trae.
Jaajajaha! Me encantó el cuentito!
ResponderEliminarMe hacés reir mucho con tus ocurrencias!!
¡El ranúnculo saltarín! Jhajaja!
Besos :D
MB
Ya decía que en algún lado había leído algo de estos personajes claro menos el del minúsculo hombrecillo.
ResponderEliminarBesos.
ja ja Tienes un sarcástico sentido del humor, vaya cantidad de locura hilvanaste con tus hábiles dedos.
ResponderEliminarUn abrazo.
ay el amor duele pero gusta.
ResponderEliminarJajajaja, eres fabuloso. Muchos besos, mon amour.
ResponderEliminar