jueves, 2 de junio de 2011

115: Cayo en un amor verdadero, el cual estuvo de acuerdo con sus euros, puesto que perdió las ganas de beber y de comer. Este amor es de la peor especie, porque os incita al amor de la dieta, durante la dieta del amor; dos enfermedades una de las cuales basta para matar a un hombre.

Me imagino que todo el mundo tuvo la oportunidad de la primera cita y estoy seguro que su recuerdo imborrable permanece aún y uno siente como una corriente eléctrica se escurre en zigzag por la columna vertebral y siente latir su corazón como en una carrera.

A veces uno jamás comprenderá como nacen estas cosas y lo sorprendido que uno queda cuando alguien le insinúa que uno vaya donde ella.

El caso es que no sé cómo pero quedo concertada la cita para el tal día y la hora tal y uno todavía se siente confundido y con algo de temor.

Y uno va contando los días con los nervios en punta y de improviso te das cuenta que solo faltan horas para encontrarte con ella.

Uno elige con sumo cuidado el atuendo para que esté de acuerdo a las circunstancias, se baña; tarda diez minutos peinándose y se sazona agradablemente.

Creo que sufrí bastante en la antesala, mis nervios brincaban y mis piernas temblaban, trate de recordar las palabras con los cuales me animaron para este encuentro y los mismos en vez de tranquilizarme, me pusieron frenético.

Una vez frente a ella, balbucee un hola vacilante y torpemente alargue el cuello para verme más alto. Ella contesto mi saludo con una sonrisa fresca, su atuendo blanco contrarrestaba con el verde limón de las paredes y me indicó donde sentarme.

A la legua se veía que ella ya había vivido este tipo de situaciones, yo no era el primero y estoy seguro que tampoco el último.

Siempre con la sonrisa a flor de labios, se aproximó a mí y en un susurro con una voz olor a menta me dijo que me calmase, me tomo del mentón y me abrió la boca.

Yo solo atine a mirarle sus ojos grises, su nariz respingada, sus cejas bien delineadas y me perdí dentro de sus ojos; más el taladro en mi muela nublo mi mente de un dolor que me estremeció el tuétano y a mi pesar me queje de dolor. Su voz cálida y sus manos frescas insensibilizaron mi desazón.

Ustedes estarán de acuerdo conmigo que la primera cita con la dentista, aunque ella sea dulce como un melocotón uno jamás lo querrá volver a vivir

3 comentarios:

  1. Jajajaja imaginé que algo así sucedería, la primera cita con el dentista no debió ser tan mala porque ni siquiera la recuerdo.

    ¿Te sazonaste alegremente para ir al dentista? jajaja


    Besos.

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  2. Jahajajaja!!!
    Que horrible que es ir al dentista!
    Mi madre me llevó por primera vez a los cuatro años...Yo estaba aterrorizada!

    Muy buen texto.

    Besos

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  3. Ja ja me creés si te digo que lo vi venir, el final -digo-
    Saludos!

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