181: No bien caía en la cama, cambiaba por completo, volvía a ser la misma, me amaba, me amaba, me amaba tras haberme perdonado todo el día, claro, pero me amaba olvidándose de que me había perdonado.

Siempre supiste la verdad. Así es. ¿Y por qué estás conmigo? ¿No lo sabes? Me miro y me sonrió, luego tomó mi mano y me jaló a la cama.

Donde existe deseo reciproco no hay necesidad de amor. Y ojala este nunca aparezca, pues sería el estorbo más terrible que le puede suceder a una relación tal cual es la nuestra. El amor es un tirano que le agrada degustar del otro hasta acabar con su paciencia. El amor es empalagoso. El amor es un virus.

Muchos dicen que hacer el amor con la persona que amas es el pináculo de la felicidad. Y dicen la verdad.

Pero hacer el amor con esa persona a la que deseas tanto y que ella te corresponda con igual intensidad, es algo tan hermoso, maravilloso y no existen palabras para describirla.

El amor se desgasta por palabras y hechos desapercibidos y después se transforma en costumbre y finalmente en una rutina diaria.

La pasión es una hoguera que arde mientras le eches combustible día a día, momento a momento, acá no hay costumbre ni rutina. Sólo vida y al final: muerte.

El amor muerto en cambio subsiste pues la costumbre y la rutina la ha camuflado, la ha vestido de colores tales que los infractores jamás podrán reconocer sus colores originales y terminan aceptando los nuevos como los verdaderos. Ellos viven y son felices gozando de esos colores.

Una vez que muere la pasión, la separación es inevitable y cuando algún día ellos se encuentren se sonreirán con los ojos y cada cual seguirá por su camino.