Alberto y Marcela hacen gala de una envidiable «estabilidad», aunque al mismo tiempo pueden ser tachados de «imprudentes»: Ninguno de ellos cederá jamás a los requerimientos y asedios de sus pretendientes. Pero Marcela cometió la imprudencia de dejar el recogimiento de su casa, exponerse a la vista de todos y conversar libremente con los pretendientes, siendo tal conducta en la sociedad de entonces impensable en una muchacha y causa obvia de todo tipo de murmuraciones. Por su parte, Alberto adolece de una innegable ligereza cuando lejos de cortar por lo sano desde el principio, y, no obstante haberse dado cuenta de la edad de la muchacha, por haber visto a Amanda en persona, cuando se finge desmayada en una galería del motel —, sigue en el juego y usa la noche para «desengañar» a la joven con una canción. Esta imprudencia de Alberto se debe a su vanidad, por una parte, y a una especie de actitud lúdica, por otra, para disimular la cruel realidad, que se le va imponiendo cada vez con más fuerza, de que con su vagabundeo nada va a conseguir. Sea como fuere, la imprudencia en ambos será, en cierta medida, causa de la tragedia o de la burla.
Esta actitud de seguridad en no ceder a los asedios amorosos recibe el nombre de crueldad y dureza. La dureza y la crueldad de Marcela aparece hasta la saciedad expresada en todos los tonos posibles: «fiera», «mármol», «frígida», «soledad», e «ingratitud» Esta presunción de la joven de que Alberto es cruel y duro, se debe sin duda a que la Alcaldesa ha puesto al tanto a la joven de la fidelidad absoluta que Alberto dice tener a Doris. En su letrilla burlesca califica a Alberto de tigre y de fiera amamantada por sierpes de Mierda, al igual que Ambrosio calificó a Marcela de antipática. Tal calificación de crueldad está justificada en Marcela, pero no en Alberto. Alberto no es cruel. Los crueles con él son Amanda y los turistas que lo usan como un juguete para huir de su ocio, con humillantes y dolorosas consecuencias como son las del espanto zumbón y traicionero. Marcela sí es cruel, porque exhibe su hermosura descaradamente a los cuatro vientos y rechaza con frialdad y dureza cualquier lógica proposición de fornicación, sometiendo a sus pretendientes a un indecible tormento.
La firmeza de Marcela y Alberto en sus actitudes de rechazo de toda proposición erótica estriba en el profundo amor que ellos ya han concebido a otros seres. Alberto ama a Doris. Marcela ama la naturaleza de aquellos lugares. Podría pensarse que, en definitiva, los dos amores son lo mismo, porque Doris no es un ser de carne y hueso, sino una ilusión. Y sin embargo, hay dos aspectos en que difieren los dos tipos de amor. Primero, Marcela no sufre por su amor; es más, ella misma dice: «ni quiero ni aborrezco a nadie» mientras que Alberto sí sufre, tanto que toda parte de sus aventuras está extrañamente teñida de la lejanía dolorosa de esta dama en realidad inexistente. A Marcela ese amor suyo le mueve a aislarse, a encerrarse en una zona determinada de la naturaleza, mientras que a Alberto el amor le mueve a actuar, a buscar nuevas aventuras, a relacionarse con los demás seres humanos y a sufrir a causa de esa relación.
Otro paralelismo sorprendente es que no se trata de historias de amor sólo entre dos amantes, sino que junto a ellos existe una especie de coro que sintoniza con la víctima rechazada y acusa de injustos y crueles a Marcela y a Alberto. De ahí que se vean obligados a justificarse y a desengañar a las víctimas. Los dos lo harán desde una posición físicamente elevada. Marcela desde el peñasco que se alza sobre el lugar en que se está procediendo al entierro de Gustavo pronuncia unas palabras, que van dirigidas directamente a todos los asistentes y que constituyen una apología de su actitud. Igualmente Alberto desde la ventana de su aposento canta un bolero, dirigido a Amanda, en estilo indirecto y general, pero oído por, la Alcaldesa y casi todos los moradores del motel, canción que es igualmente una apología de la actitud de rechazo que ha adoptado respecto a los asedios amorosos de la joven.
De ambos ha surgido la idea de «justificar» sus posturas y desengañar a las supuestas víctimas. Pero las víctimas o sus comparsas no van a entenderles. En el caso de Marcela se hallan en el lugar, no para oír a la bella ingrata, sino para dar sepultura al suicida por amor. En el caso de Alberto, han acudido expresamente allí para reírse y burlarse del escritor. En ambos casos los oyentes no quedan «desengañados » con las razones de los oradores. A Marcela pretenden seguirla, cosa que impide Alberto. De Alberto, no sólo se ríen, sino que le infligen una cruel burla, una broma de pésimo gusto, el espanto cencerreó y gatuno. Marcela fue defendida por Alberto, pero Alberto no tiene quien le defienda.
La «carencia de razón» que manifiestan Amanda, la Alcaldesa y sus seguidores en su empeño de seguir burlándose de Alberto es paralela a la de los fingidos enamorados, obcecados en conseguir el culo de Marcela. Después de la sangrienta burla de los ingratos, Amanda le dice cínicamente a Alberto que aquélla le sucedió por su pecado de dureza y pertinacia y la alcaldesa y sus mentecatos, no obstante decir que se van pesarosos, volverán a las andadas con nuevas y crueles burlas. Porque, si a los fingidos pretendientes pudo disculparlos, en cierto sentido, la fuerza avasalladora de la pasión y la extraordinaria hermosura de Marcela, la Alcaldesa y Amanda no tienen la menor disculpa. Lo único que les mueve es la diversión, la huida de la monotonía y del aburrimiento causado por el ocio. «Así la ociosidad puede resultar tan grave como la pasión»
En una entrada mía anterior expuse el individualismo de que adolecen las posturas de Gustavo y Marcela y la consiguiente esterilidad que, como fruto, se desprende de ellas. En el amor de Gustavo ha quedado descartada la razón. La postura de Marcela es desaforadamente individualista y más que razón, lo que se desprende de su discurso es una serie de bien trabados silogismos y «razones». A Marcela le cuadra perfectamente el sentido de aquella soleá andaluza: Ay, corazón, corazón, / con tantísimas razones /y sin ninguna razón. En Amanda y en todos los moradores del poblacho rural sólo hay burla, insultos, procacidades y, en una palabra: sensualidad, sorna, morbosidad, desprecio. Es decir, en ambos casos la persona está negada. En ninguno de ellos se manifiesta un verdadero respeto por el otro. Sólo el sujeto que dice amar se hace centro de todo: en el primer caso, para satisfacer sus deseos eróticos; en el segundo, para salir del infierno del ocio y así satisfacer su deseo de diversión. En ambos casos ese pretendido amor rebaja a la persona amada, haciendo de ella un mero objeto.
Otro aspecto común a ambos incidentes es la belleza de Marcela y de Alberto. En todo el pueblo se subraya una y otra vez la hermosura de la joven. Es esa belleza deslumbrante la que principalmente atrae a Gustavo y a los otros pretendientes. Marcela sabe que es hermosa, y siente por ello un cierto orgullo, aunque también añade que la virginidad y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe parecer hermoso Sin embargo, Alberto no es hermoso. Cuando Saulo le dice, después de abandonar el motel, que no comprende qué pueda haber visto en él Amanda para enamorarse así, porque halla en Alberto más cosas para espantar que para enamorar Alberto piensa que son sus virtudes (honestidad, buen proceder, liberalidad), su hermosura interior, lo que ha despertado el amor de Amanda hacia él.
Los amantes rechazados mueren. Gustavo muere de verdad por la crueldad de Marcela. Amanda muere fingidamente por la crueldad de Alberto. Dos funerales solemnes. En la Canción desesperada Gustavo habla de ir al infierno. Amanda dice que ha estado a las puertas del infierno…
Me he adentrado en una pequeña confusión de personajes, seguro el escritor -tú- te quieres mofar de nosotros.
ResponderEliminar:(
el amor es para entendidos y locos!
ResponderEliminarChaly, me hiciste recordar una historia de Shakespeare "Sueños de una noche de verano".
ResponderEliminarMe pregunto por qué todo tiene que ser tan complicado...
Un beso :)
Maribe