sábado, 25 de noviembre de 2023

0788: las mujeres de Weinsberg

 ― Pero ¡mi señor! ¡Esto es…!

Exclama indignado el cabecilla de la guardia personal del emperador del Sacro Imperio Romano al observar el burlesco espectáculo que se está produciendo ante sus mismísimas narices.

― ¡Es ridículo! ¡Se están mofando de nosotros! ¡Deberíamos…!

―Aplaudir.

Completa el electo emperador la frase con cierto tono recreativo, aplacando de un plumazo la ferviente y ostentosa indignación de su leal servidor. Este, sorprendido, a la par que confuso, ante la inesperada respuesta de su señor, y su condescendiente actitud, traga saliva y baja el rostro.

― Acaso no veis que el ingenio de estas mujeres es…

Comienza a buscar el objetivo adecuado que pueda hacer justicia a tan elevado acto de agudeza y audacia, mientras se pierde en el recuerdo del demoledor ultimátum lanzado el día anterior a los defensores de la sitiada ciudad bávara de Weinsberg.

«Si mañana, al amanecer, aún no habéis rendido la ciudad, la demoleré hasta sus cimientos y pasaré a cuchillo todas vuestras gargantas».

La contundencia de aquella amenaza, sumado al precario estado presentado por los defensores, había provocado que estos no solo temblasen de miedo, sino que, en un último acto de dignidad y valentía, pidiesen que, por clemencia, se dejara salir antes del asalto final a sus mujeres e hijos.

Conrado III, dudó entonces si conceder aquel beneplácito o no a aquellos hombres, ya que el sitio a la ciudad se había alargado más de lo que su paciencia era capaz de soportar; sin embargo, movido por la satisfacción de ver aquel problema a las puertas de la conclusión, no solo había aceptado, sino que había añadido cómo condescendiente cláusula al trato que se las permitiese salir portando sus bienes más preciados sin ayuda de ningún carro o animal de carga.

― Es. ¿Cómo definirlo?…

― ¿Intrépido, señor?

― No. No, exactamente…

Sonríe, Conrado III, negando con el rostro sin dejar de observar la cómica, y al mismo tiempo, sagaz, procesión que transcurría ante él.

― Diría que el ingenio de estas mujeres es…

Sigue buscando mientras se regocija al observar con innegable admiración como las mujeres de Weinsberg, astutas como las sobrenaturales entidades de los viejos cuentos, habían sabido buscar la manera de adaptar la promesa del emperador, a sus propias necesidades.

―Es…

Ríe, Conrado III, negando una vez más con el rostro ante la imposibilidad de encontrar calificativo.

― ¡Increíble!

Se desternilla de la risa.

― ¡Sí, eso es! ¡El ingenio de estas mujeres es increíble! 

Se carcajea hasta faltarle el aire mientras, a una decena de pasos, las mujeres de Weinsberg; hambrientas… y debilitadas por el asedio… en un acto sin igual, habían decidido dar una lección de audacia al rey, cargando sobre sus brazos y espaldas, sus bienes más preciados… Sus maridos, padres e hijos.

Tal sería la admiración mostrada por Conrado III que, en un acto de reciprocidad ante tan elevado proceder, decidiría no solo respetar la vida de los habitantes, sino mantener la ciudad intacta. 

Según consta en la página de Heritage History; (la cual, ha servido para recrear esta escena novelada):

«Volviendo a las mujeres, que estaban junto con sus maridos, les dijo: (…) No os haré daño a ninguno, porque lo merecéis. Mantened el tesoro que lleváis.

De hecho, había algunos caballeros enojados a su alrededor que no tenían mucho respeto por los hechos heroicos recordándole que su primer juramento era el de matar a los hombres, pero Conrad se volvió hacia ellos y dijo: «Un emperador mantiene su última y sagrada palabra «.

Luego llamó a los hombres y mujeres y les dijo que no sólo los perdonaba, sino también perdonaría a la ciudad de su perdición de espada y fuego. Así las mujeres de Weinsberg salvaron a sus maridos y a su ciudad.»


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