miércoles, 29 de noviembre de 2023

0790: Operación Ojos Azules

A Barry Keenan, pese a su juventud, le iba bien. A los 23 años tenía una casa y dos autos. La plata la había hecho en la Bolsa; era audaz y oportuno. Pero a principios de 1963 tuvo un accidente automovilístico grave. Salvó su vida de milagro. Se recuperó pese al mal pronóstico inicial, aunque los dolores físicos lo atormentaban. Se volvió adicto a los calmantes y las anfetaminas. Lo cierto es que en pocos meses, Keenan perdió sus propiedades y sus ahorros. Ese fue el momento en que diseñó un plan infalible.


El concepto principal: secuestrar a la hija o al hijo de una celebridad. Los famosos son más inaccesibles, siempre están rodeados y además si secuestraba a la estrella ¿con quién negociaban? Además, se hacía evidente que por un hijo estarían dispuestos a pagar una fortuna. Para empezar, buscó socios y formó una pequeña banda. El primero en sumarse fue Joe Amsler, un amigo del secundario que estaba sin trabajo. El siguiente fue una ex pareja de su madre, John Irwin, un hombre de poco más de 40 años que no tenía más ganas de trabajar y creyó que este era el camino que le solucionaba el dilema. El grupo delictivo tuvo una integrante inesperada: Pam, la nueva novia de Keenan. Él tardó en contarle a la chica su proyecto delictivo, temía que lo abandonara. Una noche de intimidad, la resistencia cedió, apareció esa docilidad, ese suero de la verdad que recorre el organismo de muchos amantes después de hacer el amor. Para sorpresa de Keenan, Pam no se escandalizó. Para la chica se trataba de una gran aventura y quería participar de ella.


Los secuestradores evaluaron otros objetivos aunque siempre dentro del acotado rubro “hijos de celebridades”. En algún momento pensaron que la presa ideal era el hijo de Bob Hope, el célebre cómico, presentador perpetuo de los Oscars y animador persistente de las tropas norteamericanas en cualquier parte del mundo. Este último fue el factor clave para que decidieron ir por Frank Jr. Los delincuentes no querían que se los considerara antinorteamericanos. Y por otro lado, según ellos, hubo otro factor moral importante: que Sinatra la pasara mal un rato a nadie iba parecerle condenable. Keenan había sido compañero, en el primer año de la universidad, de Nancy Sinatra, la hija de La Voz. Esa cercanía terminó de inclinar las preferencias hacia Frank Jr.


Viajaron Keenan, Pam y Amsler. Lo primero que hicieron fue ubicar el motel en el que paraba su presa. Después se instalaron en un lujoso hotel casino que quedaba enfrente. Por último, se dedicaron a perder todos sus ahorros en la ruleta. Tal vez, el desahucio económico fue el aliciente necesario para, por fin, poner en práctica su plan.


La tarde del 8 de diciembre de 1963, Keenan y Amsler golpearon la puerta de la habitación de Frank.Jr. La excusa era que le llevaban una caja de vino que le enviaba una fan al cantante. Apenas la puerta se abrió ellos empujaron a Frank Jr. hacia adentro. Los delincuentes se llevaron una sorpresa, en la habitación tomando unas cervezas, comiendo pollo frito y jugando a las cartas también estaba Jon Foss, trompetista de la banda. No tenían en cuenta esa presencia. Keenan y su cómplice se movieron rápido. Maniataron y amordazaron a Foss. A Frank Jr. le dieron varios somníferos, lo vendaron y lo empujaron hacia el auto que esperaba con el motor en marcha.


Partieron a esconderse. A los pocos minutos debieron regresar: Amsler se había olvidado en la habitación el arma que utilizó para amenazar a los músicos. Cuando llegaran a un lugar seguro, hablarían con Frank Sinatra para pedirle recompensa para recuperar a su hijo. Manejarían doce horas hasta llegar a Los Ángeles, a una nueva guarida en la que tendrían escondido a Frank Jr hasta que todo terminara.


En Los Ángeles se enfrentaron a nuevos problemas. Barry Keenan y Pam descubrieron que se habían olvidado de pagar la cuenta del hotel. En cuánto se percataran las autoridades, el FBI los identificaría y daría con ellos. Por lo tanto, regresaron a Lake Tahoe. Retiraron todas las pertenencias de la habitación, pagaron y regresaron. En el medio dos incidentes menores: la pareja intentó despedirse de la habitación manteniendo relaciones sexuales pero Keenan no logró mantener una erección; Pam lo tranquilizó: “No te preocupes, es normal que pase. Estamos en medio de un secuestro”. Y mientras dejaban el hall del hotel se cruzaron con varios agentes del FBI que recababan pruebas e interrogaban testigos. Nadie, por el momento, sospechaba de ellos. Al cuidado del secuestrado quedaron Johnny Irwin (que se unió a la banda en ese momento) y Joe Amler.


El otro problema: Frank Jr. se negaba a darles el teléfono de su papá. Era una eventualidad que no habían considerado. De otro modo no iban a poder hablar con Sinatra. Les costó convencerlo. Una vez que lo lograron, establecieron el primer contacto. Breve, fugaz, conciso.


A partir de esa llamada, para no ser rastreados, los secuestradores establecieron que todas las comunicaciones serían entre teléfonos públicos. A Sinatra lo desvelaba no tener la cantidad de monedas necesarias y que la conversación se cortara. Pidió que le consiguieran una gran bolsa de monedas. Decidió llevar siempre consigo 10 dimes (monedas de 10 centavos). Pero una vez resuelto el secuestro, el trauma hizo que eso se convirtiera en un hábito. Así, a partir de ese momento, por el resto de sus días, el cantante llevo siempre consigo 10 dimes. De hecho, la familia se encargó de que fuera enterrado con sus diez monedas en el bolsillo.


Las negociaciones tardaron en empezar. Hubo muchas horas de preocupante silencio. Cuando al fin comenzaron las conversaciones sobre el secuestro y el posible rescate, Sinatra se adelantó a los secuestradores y dijo que estaba dispuesto a pagar un millón de dólares. Los ladrones rechazaron la oferta. Pero no pidieron más dinero. Dijeron que les parecía demasiado y que con 240.000 dólares ellos se sentían satisfechos.


Al descubrir que no se trataba de una banda de hampones experimentados, el FBI convenció a Sinatra de que pagara el rescate, que esa sería la manera más fácil de rastrearlos. Sacaron foto de cada billete y pusieron el cuarto de millón de dólares en una valija. La última llamada desde un teléfono público determinó el lugar y la hora: la valija debía ser dejada en un estacionamiento de Los Ángeles entre dos ómnibus escolares.


Hacia allí fue Sinatra con su carga. Dejó la valija y se retiró. Keenan y Amsler tomaron el dinero y huyeron. Agentes del gobierno trataron de seguir a los captores.


Irwin se había quedado con Frank Jr. Calculó el tiempo desde que sus compañeros salieron y suponiendo que todo había salido bien y dominado por los nervios y el pánico lo dejó libre. Irwin se fugó. Frank Jr. caminó varios kilómetros hasta una estación de servicio. Desde allí avisó a sus padres. Para no alertar a los medios, lo trasladaron a la casa de su madre en el baúl de un auto. Frank Jr. se reencontró con su familia. Los médicos comprobaron que se encontraba en buen estado y el FBI le preguntó sobre los delincuentes y sobre el sitio en que había permanecido cautivo.


Los investigadores siguieron con su trabajo. El amateurismo de la banda facilitaba la tarea. En las habitaciones de Lake Tahoe (en la de Sinatra y en la de ellos) habían dejado varias huellas dactilares. En su escape, Irwin se detuvo en San Diego para visitar a su hermano. Le contó que había participado en el secuestro que estaba en la tapa de todos los diarios. Le pidió prestado dinero y le dijo que se lo devolvería con intereses cuando se reencontrara con los miembros de su banda para la repartija final del botín. Cuando Irwin (no sabemos si con el préstamo fraterno o no) se retiró, el hermano avisó a la policía.


Ya no perseguían un fantasma. Primero detuvieron a Irwin, después al resto. En su poder tenían la valija y casi la totalidad del dinero, habían gastado unos pocos miles.


Unos meses después, ya en 1964, comenzó el juicio que, naturalmente captó la atención de los periodistas.


El fiscal pidió para los tres hombres involucrados la pena más alta contemplado en la norma.

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