jueves, 3 de octubre de 2013

307: Los amigos a veces sirven

-Tobías, llevarás a Hugo, Fredy y Manolo como tus «aprendices», y que Nico se haga pasar por tu criado.
― ¿Criado? ―repitió Nico―. ¿Y para qué necesita criado un malabarista?
―Vale, de acuerdo. Entonces serás su hermano que hace las veces de criado. Julin, tú...
―Espera ―intervino Manolo―. ¿Voy a ser aprendiz de un malabarista? Además, con un solo ojo, dudo que se me dé bien hacer malabares.
―Eres un aprendiz nuevo, Tobías sabe que no tienes talento alguno, pero le diste pena a causa de tu tía abuela, con la que has vivido desde que tus padres murieron en una trágica estampida de carneros; la vieja se puso enferma de viruela trifoliada y se volvió loca. Empezó a darte de comer sobras y a tratarte como el perro de la casa, Nixon, que se escapó cuando tú tenías siete años.
Manolo se rascó la cabeza; tenía el pelo surcado de hebras grises.
― ¿Y no te parece que soy un poco mayor para ser aprendiz? ―preguntó.
―Tonterías. Eres joven de corazón y, puesto que nunca te casaste (la única mujer que has amado huyó con el hijo del panadero), la llegada de Tobías te dio una oportunidad para empezar de cero.
―Pero es que no quiero abandonar a mi tía abuela ―protestó Manolo―. ¡Ella me cuidó desde que era un niño! Un hombre como es debido no abandona a una anciana sólo porque se le vaya un poco la cabeza.
―No hay ninguna tía abuela. Sólo es una fábula, un cuento que he inventado como historia de fondo para tu personaje falso.
― ¿Y no puedes inventarte uno en el que parezca un hombre más respetable?
―Demasiado tarde. Ya no te puedo cambiar. Me pasé media noche desarrollando tu historia. Es la mejor de todas, de hecho. Toma, aprende esto de memoria. ―Le tendió las páginas a Manolo y después sacó otras cuantas y se puso a repasarlas.
― ¿No te parece que estás exagerando un poco con todo esto? ―preguntó Tobías.
―No voy a dejar que me pillen desprevenido otra vez, Tobías. Así me raspen si lo permito. Estoy harto de meterme en trampas como un cándido. Me propongo tomar las riendas y tutelar mi destino, dejar de salir de un problema para meterme en otro peor. Va siendo hora de tomar el mando.
― ¿Y eso lo haces con...? ―inquirió Julin.
―Personajes elaborados con sus historias de fondo. Y lo hago condenadamente bien.
― ¿Y yo qué? ―quiso saber Tito. En los ojos volvía a estar ese brillo de chacota, a pesar de que parecía hablar con total seriedad―. Deja que adivine. Soy un comerciante viajero que en otro tiempo recibió entrenamiento bursátil y que ahora viene a la ciudad porque ha oído contar que en el lago vive una trucha que insultó a su padre.
―Tonterías. Eres un detective.
―Eso suena muy sospechoso.
―Es que se supone que tienes que resultar sospechoso. Siempre es más fácil engatusar a una prójima, cuando tiene la cabeza en otro sitio. Bien, así que tú serás nuestro «caso» raro. Un detective que pasa por la ciudad con alguna misión misteriosa no será un acontecimiento tan grandioso como para llamar demasiado la atención, aunque para los que saben lo que han de buscar en un viajero, será una buena maniobra de distracción. Usarás la gabardina de Felipe. Me dijo que me la prestaba; todavía se siente culpable por dejar que esas criadas se escabulleran.
―Por supuesto, ya que tú no le aclaraste que las chicas se desvanecieron, sin más ―añadió Tobías―. Ni que era de todo punto imposible impedir que ocurriera.
―Es que, a mi juicio, no tenía sentido contárselo. Opino que no sirve de nada darle vueltas a algo que ha quedado atrás.
―Así que un detective, ¿no? ―dijo Tito mientras repasaba sus páginas―. Tengo que practicar lo del gesto ceñudo.
―No te lo estás tomando en serio.
― ¿Qué dices? ¿Es que alguno se lo está tomando en serio?
Ese maldito brillo en los ojos de Tito. ¿De verdad había creído en algún momento que a ese prójimo le costaba reírse? Lo que pasaba es que lo hacía para sus adentros. Y ésa era la forma más irritante.
― ¡Caramba!, Tito. En esa ciudad hay un cornudo que me busca. Conoce mi aspecto tan bien que está en condiciones de hacer un dibujo más preciso que el que habría sabido hacer mi propia madre. Me provoca escalofríos, como si tuviera al mismísimo diablo pegado a la espalda. ¡Y yo no puedo entrar en esa puñetera ciudad, puesto que cada prójimo, prójima y niño de ese lugar tiene un dibujo con mi cara y la promesa de euros a cambio de información! »Vale, quizá me excedí algo con los preparativos, pero estoy decidido a encontrar a esa persona antes de que dé la orden de castigarme, o a algo peor. ¿Me explico?
Miró a los ojos a los cinco prójimos, asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta, pero se detuvo junto a la silla de Tito, carraspeó para aclararse la garganta y masculló casi entre dientes:
―En secreto, sientes pasión por la pintura, y querrías escapar de esta vida de crímenes con la que estás comprometido. Pasas por la ciudad de camino al sur, en lugar de tomar otra ruta más directa, porque te encantan las montañas. También abrigas la esperanza de dar con alguna noticia sobre tu hermana menor, a la que no ves desde hace años. Desapareció una noche de plenilunio y se sospecha que con el marido de la boticaria. Tienes un pasado muy tortuoso.
Después salió a buen paso de la sala al claro mediodía, aunque le dio tiempo de ver de refilón a Tito poniendo los ojos en blanco. ¡Maldito copuchento! ¡En estas páginas hay un buen drama!

3 comentarios:

  1. Esto te pasa tauro por jugar con el 9o mandamiento

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  2. Para eso son los amigos, prestarse para historias disparatadas no cualquiera jaja.


    Besos Chaly

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