Había un joven discípulo que se
dirigía al templo de su pueblo para la práctica diaria en un día lluvioso, pero
cuando pasó por el centro, fue amenazado por un ladrón que le robó buena parte
de sus prendas y quedó con apenas un taparrabos y el paraguas. Cuando llegó al
templo intentó explicar esto a su maestro, argumentando que “decidió entregar
sus prendas para no generar conflicto alguno, en señal de actitud de serena
aceptación”. La historia dice que el maestro lo traspasó con la mirada y le
dijo: “¡Estúpido, deberías haberle
pegado un paraguazo!”
Ser compasivo entonces no significa
ser débil o hacer lo que quiere el otro para que no se sienta mal.
La compasión no es perder el respeto
por uno mismo ni sacrificarnos ciegamente por el otro.
Parte de la compasión también es
poder decir que no, poner un límite, levantar la voz.
Poder decir un sí o un no con
valentía y desde el corazón.
Tenemos que aprender a ser compasivos
desde el “no” en voz alta, desde lo que nos impulsan las situaciones difíciles,
desde el enojo, desde el cuidado y la autoprotección.
Nos queda sólo una reflexión más: ¿No
hay que ser cuidadoso quizás para no abusar del paraguazo compasivo,
especialmente aquí, en nuestro país, donde todo parece funcionar mejor cuando aparece el enojo?
Puede que hagamos a veces del enojo
un atajo, un camino rápido, para obtener lo que necesitamos
algunos pecamos de falta de carácter y hacemos o decimos cosas que no nos conviene.... a veces se justifica, otras no y ahí es cuando fallamos... saludos!!!
ResponderEliminarY mejor ir con un buen bastón de almendro, que los paraguas de ahora se doblan enseguida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Le hubieras pegado con el paraguas y robado todo lo que llevaba.
ResponderEliminarEse es un buen final.
Saludos,
J.