sábado, 5 de agosto de 2017

025: la sinceridad, mata

—¿De qué hablaron?
—Toda clase de temas. Estas conversaciones en general esquivan la cuestión. Se puede hablar de un millón de cosas, del mundo, de los demás, pero lo difícil de plantear son tus propios sentimientos y necesidades. Nunca se dice directamente, se sugiere nomás. Alusiones indirectas, flirteo. Flirteo y represión van de la mano, y tiene que haber represión para que un cierto placer se desprenda del flirteo.
—No entiendo. Cuando saliste de aquí esa tarde esperabas algo diferente, noté que la deseabas mucho. Estabas cegado por las ganas. Y ella te iba a llevar a su departamento. Por eso no voy a creerte esta versión. Lo que tú no quieres es que me entere de que te saliste con la tuya.
—…
—Te saliste con la tuya, confiesa.
—A veces uno se sale con la suya, y otras no.
—¿Salió ella con la suya? Entonces lo único que quería era flirtear y sentirse deseada.
—Ella quería eso y algo más.
—¿Qué más?
—Sexo y afecto.
—¿Y tú qué es lo que querías?
—Lo mismo.
—Lo que no me dices es que los dos tuvieron otra cita al día siguiente.
—Me encanta tu imaginación. No hubo segunda cita, una fue tortura suficiente. Me resulta muy incómodo estar junto a alguien que deseo, a no ser que la esté ya cogiendo.
—Estabas a dos cuadras de cogerla, ¿por qué dejaste que ella te detuviera?
—Ella no me detuvo. Yo solo me detuve, tiendo a sabotear estas cosas. Hay un modo de hacerlo, de quebrar el encanto, eso que se produce cuando dos personas se sienten cómodas entre sí, receptivas. Son estados de ánimo bastante frágiles, un encanto fácil de quebrar… basta con hacer cualquier mención directa.
—¿Qué sintió cuando por fin la abrazaste, una vez en el departamento?
—Ya te dije que nunca la abracé. Y ojalá mi vida fuese tan florida como tu imaginación… Si llego al punto en que estoy en una cama con una mujer, entonces no hay problema, el problema viene antes. Cuando uno se abre y expresa hasta qué punto está necesitado… se vuelve muy vulnerable, y a pesar de todo puede ser rechazado.

viernes, 4 de agosto de 2017

024: Lolita

Era amiga de la novia de Raúl. No le gustaba. Había consentido en llevarla consigo a instancias de Raúl, quien se le había asegurado que la chica estaba en su punto. Pero cuando por la tarde, después de comer, cada uno escogió un sitio discreto, él pudo confirmar su sospecha de que tenía entre las manos esa materia resistente, terca, ancestral, herencia de convicciones que se abisman en las profundas simas de una invencible desconfianza, esa extraña materia que informa, desde hace cuánto tiempo, las tres cuartas partes de la hembra que, en un país invernal, aspira a un bienestar de clase media: el miedo a los cuerpos.
—No, no es que no quiera
Decía con su voz aguda, tendida de lado junto a él y vigilando distraídamente las manos que la acariciaban
—No es eso, es que soy así, y no creas que no me gustas, siempre me has gustado... Te veía pasar por delante de mi casa, cuando ibas camino del billar, y siempre pensaba que eras diferente de los demás, no sólo más guapo, no sé, diferente, a pesar de que tú también juegas a las cartas con los viejos en el billar los domingos, en vez de ir al baile... Por favor, eso no, ahí no, no está bien...
Calló un rato, ante el suspiro de fastidio de él, y se subió, una vez más, los tirantes del traje de baño; él esperó diez segundos y se los volvió a bajar, sin muchas esperanzas, Lola era una de esas mujeres de carnes hipocondríacas, blandas y tristes, muertas, que parecen muy manoseadas aunque nunca lo han sido y cuya expresión de asco, profundamente grabada en sus rostros hinchados y beatíficos, proviene no de la práctica excesiva del amor, sino precisamente de no haber hecho jamás el amor, es su expresión una mezcla de hastío, de dulzura y de remilgo, como si constantemente captaran con la nariz un olor pestilente pero de alguna manera beneficioso para su alma, o su egoísmo, o como quiera que se llame eso que las mantiene firmes en su soledad animal durante toda la vida.
— Y no es que quiera meterme en lo tuyo, pero también se habla de ti y de esa chica tan antipática, la Hortensia, siempre estás metido en su casa... ¡ay, no seas bruto, que me haces daño...!
Se tapó las tetas con los brazos, notaba aún los dientes de él, pero no recogió la mirada anhelante ni la ternura de su mano acariciando su pelo
— ¿Lo ves?, todos son iguales, y luego qué, también de eso se cansan,... qué haces, por favor...
Su voz perdía firmeza, se fue haciendo líquida
—Eso no, sabía que pasaría eso... ¿Qué vas a pensar de una chica que se deja...? Eso no, te digo. ¿Cómo puedes pensar que yo..., dónde crees que tiene una la honra?
Él la soltó. Había tanta inercia y tanto miedo en aquel cuerpo, su entrepierna estaba tan helada... Se ladeó apretando los dientes con rabia, deslizando la espalda sobre las agujas de pino. Por encima de su cabeza, en las ramas, cantaba un gorrión. “Vaya sitio para guardar la honra”, pensó.
— ¿Adónde vas?
De repente tenía el miedo metido en los ojos
— ¿Qué vas a hacer? ¿Te has enfadado?...

jueves, 3 de agosto de 2017

023: definiendo el amor

El amor es una palabra que tiene tantas definiciones como personas hay para definirlo. Prueba ésta a ver cómo te va. La capacidad y la buena disposición para permitir que los seres queridos sean lo que ellos elijan para sí mismos, sin insistir en que hagan lo que a ti te satisficiera o te gustase. Puede que ésta sea una definición practicable pero el hecho es que muy pocas personas son capaces de adoptarla para sí mismos.
¿Cómo puede llegarse al punto de poder dejar que los demás sean como quieren y eligen ser sin insistir para que se pongan a la altura de lo que esperas de ellos?
Muy sencillo. Amándote a ti mismo. Sintiendo que eres importante, hermoso y que vales mucho. Cuando hayas reconocido lo que vales y lo bueno que eres no tendrás necesidad de que los demás apoyen y refuercen tu valor y tus valores ajustando su conducta a tus instrucciones. Si estás seguro de ti mismo y tienes confianza en lo que piensas, no querrás ni necesitarás que los demás sean como tú. En primer lugar, tú eres un ser único.
Por otro lado eso los privaría de su individualidad, y lo que te gusta en ellos son precisamente esos rasgos que los diferencian y hacen que sean lo que son.
La cosa empieza a armarse. Logras amarte a ti mismo y de pronto eres capaz de amar a los demás, y eres capaz de hacer cosas por los demás al poder dar y hacer cosas para ti mismo primero que nada. Así no tendrás necesidad de artimañas para amar y dar. No lo harás porque esperas retribución o gratitud sino por el auténtico placer que sientes al ser generoso y amante.
Si tu ser no vale nada, o no es amado por ti, entonces es imposible dar.
¿Cómo puedes dar amor si no vales nada? ¿Qué valor tendría tu amor?
Y si no puedes dar amor, tampoco puedes recibirlo. Después de todo, ¿qué valor puede tener el amor que se le da a una persona que no vale nada? El estar enamorado, el poder dar y recibir, todas esas cosas empiezan con un ser que es capaz de amarse totalmente a sí mismo.

miércoles, 2 de agosto de 2017

022: la cobra

Cualquiera podía enloquecerse con ella, y si yo no caí fue porque ella no me lo permitió...
Al principio lo envidié, me dio rabia su buena suerte, se conseguía a las mejores, las más bonitas; a mí, en cambio, me tocaban las amigas de las novias, menos buenas, menos bonitas, porque casi siempre una mujer hermosa anda al lado de una fea. Pero como yo sabía que a él no le duraban mucho las aventuras, esperaba tranquilo con mi fea hasta que él cambiara para cambiar yo también, y esperar a ver si esa vez me tocaba algo mejor. Pero con ella fue distinto. A ella no la quiso cambiar, y yo tampoco quise quedarme con ninguna amiga de ella: a mí también me gustaba. Pero tengo que admitirlo: yo tuve más miedo, porque con ella no se trataba de gusto, de amor o de suerte, con ella la cosa era de coraje. Había que tener mucho huevo para meterse con ella.
—Esa mujer es una herida
Los dos estábamos en lo cierto, es de esas mujeres que son veneno y antídoto a la vez. Al que quiere curar cura, y al que quiere matar mata.

lunes, 31 de julio de 2017

021: miradas

Sí hay algo que me gustaría es explicarle lo que significaba la mirada de Aurelio, por ejemplo, yo entraba en la biblioteca donde él estaba trabajando y de pronto al verme le cambiaban los ojos, sin pronunciar una palabra me estaba diciendo que me necesitaba y que yo era exactamente la persona que él había querido ver aparecer. ¿Comprende? Pero no estoy logrando explicarle nada específico, realmente. Ésa sería la misma mirada de un mendigo cuando usted se le acerca y le da una buena limosna. Era mucho más que eso. Aquella mirada no podría tenerla alguien que contemplase un paisaje devastado. Una mirada tal corresponde a alguien que no se acuerda, o nunca supo, lo que es un dolor físico, o un recuerdo amargo. La mirada de alguien a quien se le olvidó todo lo malo de este mundo, o que se olvida en ese momento, porque está mirando a alguien que quiere, o mejor, más preciso, porque está mirando a alguien que le resuelve todo en la vida. No sé, en realidad quien se olvidaba de lo malo de este mundo cuando yo lo miraba. Ése era mi sentimiento. Yo no le hacía olvidar nada, porque ya está comprobado que las cosas no terminaron bien. ¿Qué puedo saber yo sobre lo que él sentía al mirarme? Entonces volvemos a foja cero: la mirada de él, ¿cómo era? Yo le dije a usted que la mirada de Freddy se le parecía, y es cierto, la de un chico perdido, extraviado, y que ve aparecer a alguien que sabe el camino de vuelta a casa, y por eso se alegra, se tranquiliza, recupera la paz. Imposible analizar, adivinar, lo que los dos sentían, tanto uno como el otro, cuando me miraban y me hacían creer en esa fábula. Me hacían creer que yo aparecía y se les acababan todos los problemas. Está visto que no se les acababan, o que yo les creaba una nueva serie de otros tantos, también. Nueva serie de problemas que con dejar de verme se solucionaba instantáneamente. O no, no sé cuál fue mi error, traté de ayudarlos, a los dos, de darles soluciones, no dolores de cabeza. No pedí mucho. Que me cogieran. En mis horas libres, que no eran tantas. Horas buenas para el encuentro de gente ocupada como éramos. Ideal. ¿En qué erré? yo creo que usted va a estar de acuerdo conmigo. Sí, yo lo veo tan claro, en este preciso momento. Les dejé ver mi desesperación. Les dejé ver que a mis cuarenta y seis años no había logrado más que aumentar mi vulnerabilidad de siempre. Estoy sola esperando que alguien toque el timbre. Todo lo que estaba de mi parte resolver lo he resuelto, pero cuando les llega el turno a los demás ya todo corre peligro. Los demás se niegan a resolverme un bledo. ¿Qué querrá decir bledo? Nunca me lo pregunté. El mataburro dice, «bledo: planta salsolácea, de tallos rastreros; en muchas partes la comen cocida; en lenguaje figurado designa a un ser sin importancia alguna». Sin querer hallé lo que significo yo para ellos. Cuando Aurelio me miraba, en ese momento en que me engañaba a mí misma pensando que le devolvía el equilibrio espiritual, yo sentía... yo sentía... Me veo obligada a hacer ese juego de las imágenes afines. Tanto Aurelio como Freddy me hacían fantasear con techos muy seguros, que no dejaban pasar ni una gota de agua. Pero cuando Aurelio me miraba, era la mirada la que hablaba. Cuántos años hace ya que no me mira de aquella manera. ¿Qué error cometí con él? Le dije que lo quería, le critiqué los excesos alcohólicos, lo quise hacer más feliz, lo quise cambiar. Es decir, que cometí todos los errores posibles. ¿Y con Freddy? Inútil devanarme más los sesos. Todo salió mal y nada más. 

domingo, 30 de julio de 2017

020: obviamente

Por culpa de tu amor vivo llorando, por culpa de tu amor desesperando, en un viaje triste se va mi vida y llevo en mi equipaje derrotas y alegrías... Por culpa de tu amor vivo muriendo, por culpa de tu amor, vivo sufriendo, por culpa de tu amor va naufragando el pobre corazón, está expirando... Mátame si quieres pero no me olvides, pero no me olvides, cariñito mío...”
Nunca más podré olvidarte
Los Ángeles Negros


Cuando uno de los dos, está persiguiendo, insistiendo, suplicando o implorando algo de coito, no es amor. 

sábado, 29 de julio de 2017

019: Adela

— ¿Se metieron al agua después de comer?
—No, antes de comer, él estaba ahí preparándose para zambullirse y la Gabriela le gritó de lejos que se animara a tirarse, que quería ver un buen salto ornamental. Y a él le dio un ataque de risa. Y Adela no sabía de qué se reía él tanto, y él no quería decir.
— ¿Por qué?
—Es lo que le preguntó Adela. Y él se reía, y se reía. Y ella estaba encantada de verlo tan contento, pero también intrigada por esa risa misteriosa. Y él le contó que la Gabriela de vez en cuando le miraba donde no debía. Pero él se daba cuenta, la podía controlar mirándola de reojo. ¿Te das cuenta lo que te digo, no? La Gabriela le miraba la bragueta.
—Pero las mallas de hombre no tienen bragueta.
—Pero lo que esa pobre Gabriela quería ver... era lo que está debajo de la bragueta, ¿me explico?
—Se le iban los ojos, pobre. ¿Pero eso por qué le daba risa a él?
—Porque de buenas a primeras estaba ahí de gran galán, y al sentirse centro de las miradas se puso a caminar un poco más derecho, y tratando de meter la barriga.
— ¿Cómo quedaba en malla?
—Yo no lo vi nunca, ni con malla ni sin malla. Y después de comer les contó de esas noches de pesca, de cómo hay que estar siempre atento, porque una riada se puede desatar en cualquier momento, pero el que es ducho la presiente. Y mientras él hablaba la Gabriela escuchaba muy impresionada, y Adela la empezó a observar, para ver si la otra miraba donde no debía. Y una vez la pescó in fraganti. Y ahí esta Adela tuvo un arranque muy raro. Les dijo que la disculpasen, que quería estar sola un rato, quería caminar y pensar sola, y los otros dos se quedaron bastante cortados, y Adela le guiñó el ojo a él, y se largó a caminar.
—No te creo.
—Ella no se lo creía a sí misma. Dice que le vino una lástima tan grande de la otra, le pareció tan injusto que una tuviera tanto y la otra nada, que le vino ese arranque de prestárselo un rato.