Era amiga de la novia de Raúl. No
le gustaba. Había consentido en llevarla consigo a instancias de Raúl, quien se
le había asegurado que la chica estaba en su punto. Pero cuando por la tarde, después
de comer, cada uno escogió un sitio discreto, él pudo confirmar su sospecha de que
tenía entre las manos esa materia resistente, terca, ancestral, herencia de
convicciones que se abisman en las profundas simas de una invencible
desconfianza, esa extraña materia que informa, desde hace cuánto tiempo, las
tres cuartas partes de la hembra que, en un país invernal, aspira a un
bienestar de clase media: el miedo a los cuerpos.
—No, no es que no quiera
Decía con su voz aguda, tendida
de lado junto a él y vigilando distraídamente las manos que la acariciaban
—No es eso, es que soy así, y no
creas que no me gustas, siempre me has gustado... Te veía pasar por delante de mi
casa, cuando ibas camino del billar, y siempre pensaba que eras diferente de
los demás, no sólo más guapo, no sé, diferente, a pesar de que tú también
juegas a las cartas con los viejos en el billar los domingos, en vez de ir al baile...
Por favor, eso no, ahí no, no está bien...
Calló un rato, ante el suspiro de
fastidio de él, y se subió, una vez más, los tirantes del traje de baño; él
esperó diez segundos y se los volvió a bajar, sin muchas esperanzas, Lola era
una de esas mujeres de carnes hipocondríacas, blandas y tristes, muertas, que
parecen muy manoseadas aunque nunca lo han sido y cuya expresión de asco,
profundamente grabada en sus rostros hinchados y beatíficos, proviene no de la
práctica excesiva del amor, sino precisamente de no haber hecho jamás el amor, es
su expresión una mezcla de hastío, de dulzura y de remilgo, como si
constantemente captaran con la nariz un olor pestilente pero de alguna manera
beneficioso para su alma, o su egoísmo, o como quiera que se llame eso que las
mantiene firmes en su soledad animal durante toda la vida.
— Y no es que quiera meterme en
lo tuyo, pero también se habla de ti y de esa chica tan antipática, la Hortensia,
siempre estás metido en su casa... ¡ay, no seas bruto, que me haces daño...!
Se tapó las tetas con los brazos,
notaba aún los dientes de él, pero no recogió la mirada anhelante ni la ternura
de su mano acariciando su pelo
— ¿Lo ves?, todos son iguales, y
luego qué, también de eso se cansan,... qué haces, por favor...
Su voz perdía firmeza, se fue
haciendo líquida
—Eso no, sabía que pasaría eso...
¿Qué vas a pensar de una chica que se deja...? Eso no, te digo. ¿Cómo puedes
pensar que yo..., dónde crees que tiene una la honra?
Él la soltó. Había tanta inercia
y tanto miedo en aquel cuerpo, su entrepierna estaba tan helada... Se ladeó
apretando los dientes con rabia, deslizando la espalda sobre las agujas de
pino. Por encima de su cabeza, en las ramas, cantaba un gorrión. “Vaya sitio
para guardar la honra”, pensó.
— ¿Adónde vas?
De repente tenía el miedo metido
en los ojos
— ¿Qué vas a hacer? ¿Te has
enfadado?...
Todo muy patético, el tipo si ella no le gusta para qué va y ella que si tanto le gustaba él porque no va?
ResponderEliminarEsto es más una pareja de principios de siglo XX no sé, muy rarito.
Besos
Esto es el cuento de nunca acabar, da igual la década en la que se desarrolle la historia, los pensamientps siempre son los mimos a grandes rasgos.
ResponderEliminarBesitos
Me ha dado tristeza este relato, de verdad.
ResponderEliminarEso ya no existe más que en las telenovelas aburridas que ya nadie ve porque sus historias están más manoseadas que la cándida protagonista que si quiere pero sólo cuando ella quiere.
ResponderEliminarBesos