El otro día, salió del baúl de los recuerdos, la imagen de Carmiña completamente diferente de la que presenta actualmente; nos encontrábamos arrimados y de ella emanaba una calidez embriagadora y yo sentía que una paz serena nos envolvía llenando ese momento de felicidad, conversábamos en susurros y en nuestros rostros se reflejaba el amor intenso que sentíamos el uno por el otro.
¿Qué hice, o, que hicimos para romper el hechizo? ¡No lo sé! Y posiblemente nunca lo sepa. Pero puedo conjeturar una serie de simplezas que fulminaron el amor.
Por ese entonces, cuando yo decía una tontería, ella, con palabras dulces, enderezaba mi opinión y entre risas y agarradas me sometía y la vida continuaba feliz. Muchas veces decía muchas tonterías para que ella se ría y ella se reía.
Parece que exagere la nota y ella terminó convenciéndose que mis tonterías no la conducirían a la meta que ella se había fijado y cometió la peor tontería: dejo de amarme.
Ahora ella no se ríe al recordar mis tonterías. Ella ha cambiado. La vida en solitario la ha endurecido. Ahora a ella no le gustan las tonterías. Ahora ella es una prójima seria. Y camina hacia la meta que ella se había fijado y cometió la peor tontería: dejo de amar.
Yo sigo siendo el mismo, sigo haciendo tonterías, diciendo tonterías y escribiendo tonterías.
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