Laura había propuesto un juego: teníamos que averiguar quién era el amante y quién el amado. Según ella, nacemos con el papel de amante o de amado repartido, y ése es el que representaremos durante nuestra vida entera.
-No quiero decir que unos estén todo el día salidos, pegando saltos como las monas, y otros, imperturbables, boca arriba. Claro que el amado es un poco amante, y el amante, algo correspondido; pero la actitud previa y esencial la tiene cada uno señalada. En cada relación amorosa hay, en último término, un devoto y un dios, un amo y un esclavo; hay quien rompe a hablar y hay quien responde. Para opinar, habremos de tener en cuenta lo que sabemos y lo que intuimos: el primer golpe de vista es importante. Pensamos un ratito y comenzamos a votar. Sé que yo detuve un momento la votación con una duda.
-¿Y si la pareja es de dos amantes, o de dos amados?
-Eso es difícil que se dé; pero, en cualquier caso, una pareja de amantes es violenta, echa chispas y es improbable que dure mucho tiempo; en cuanto aparezca un amado, uno de los amantes se irá con él. La vida de una pareja de amados puede ser larga, en cambio, porque los dos son acomodaticios; pero será bastante insustancial y más bien sosa.
El escrutinio fue, según Laura, muy desfavorable para ella: salió como amada, con Marcelo como amante. Felisa fue designada amante, y Arturo, que se quejaba de la votación, amado. En cuanto a mi pareja, cuyo diagnóstico yo esperaba sobre ascuas, se calificó a Ramiro de amado y a mí, de amante.
-Este jueguecito es una frivolidad -dijo Ramiro.
Mi marido pretextó el madrugón del día siguiente para despedirse, y me puse a pensar sobre ese grave dilema del amor. El amante tiene mejor prensa: es el que más sufre; el que más pierde; en el tapete verde se juega entero contra unos cuantos pesos: ganar unos pesos a costa de la vida no es ganar. Es el agente, el provocador, el generoso... ¿Y si fuese también el exigente, el que, cuando se abre la apuesta, sólo aspira a los pesos que el otro arriesga, y, una vez ganados, quiere más, más, y más? ¿Y si, en un momento dado, el amante tuviese suficiente consigo mismo?
El amado es el pretexto del amor, su motivo; ya está en marcha el sentimiento, ya él no es imprescindible: bastan sus huellas. El dolor, el recuerdo, el temblor del recuerdo; él ya fue usado.
El amante no necesita pruebas; le sobra con su amor, con su amor propio de amante. El amante llega, inviste y reviste al amado con prendas que él trae: mantos, bordados, oros, velas, como a un paso de virgen cristiana. Cuando aquello se acaba, recoge sus riquezas y va en busca de otra imagen que enjoyar, que dorar, que adorar... El amante se repone a sí mismo, porque saca la fuerza de sí mismo. El amado, que la recibe del otro, la pierde si el otro se va, pierde su identidad, se deteriora su fe en el mundo y en las promesas infinitas. El amado es irremisible, porque es el reflejo de una luz, porque depende. ¿Quién es, por tanto, el dios, y quién el idólatra? ¿Quién el verdugo y quién la víctima?
Amante o amado.
ResponderEliminarBueno... el tiempo todo lo cura.
Saludos.
Bueno, yo creo que al final todos somos nosotros mismos y al final ser amante o amado es una decisión personal. No hay poder del otro, eso no existe en mi opinión (hablo de relaciones entendidas como más o menos sanas, no de malos tratos...)
ResponderEliminarBesos
Vaya juego, estando el parchís que también tiene su erótica.
ResponderEliminarTanto monta, monta tanto...
ResponderEliminar;)
Besos, Chaly.
A veces somos amantes y otras amados, el caso es no ponerse de acuerdo.
ResponderEliminarNo estaría mal cada tanto alternar los roles, para saber qué siente cada una de las partes...
ResponderEliminarBesos, Chaly.