— ¿Qué desea?
— ¿Doña Mercedes Velasco González, viuda de Moreno?
—Servidora.
—La acompaño, con toda sinceridad, en el sentimiento.
—Muchas gracias.
—Honorio Saucedo.
—Tanto gusto
—Señora, sabedor por la prensa del dolor que la aflige por la muy sensible pérdida de su esposo, sabedor de la pena que la consume y de la desolación que gobierna su ánimo, me dirijo a usted para calmar su aflicción. No es lástima lo que me ofrezco a brindarle, sino apoyo verdadero.
— ¿A estas horas?
—Cualquier hora es óptima para socorrer al prójimo. Mis obligaciones, por otra parte, no me han permitido, como hubiera sido mi deseo, personarme en su domicilio con mayor antelación.
—Ah, comprendo. ¿Viene usted a venderme algo? Tengo de todo. Ahora, incluso más de lo que preciso.
—No vengo, señora, a venderle nada. Vengo a darle todo, de corazón y de balde.
—Pues no sé qué puede ser.
—Aquello que usted más desea, señora.
—Iba ya a acostarme, pero pase, pase y explíqueme.
El semblante de Honorio, reposado y apacible, inspiraba confianza en cualquiera. Sus muy correctas palabras, la extrema educación que denotaban sus ademanes, la bonhomía y la caballerosidad, en suma, que traslucía, anularon, si es que hubo, todo recelo en doña Mercedes.
—Usted me dirá
—Hermoso alojamiento el suyo, doña Mercedes
—Apañado… ¿cómo dijo que se llamaba?
—Honorio Saucedo, señora, para servirla.
—Apañado, don Honorio, apañado y, eso sí, limpito.
—Aprecio en gran manera la limpieza en la mujer. Mujer limpia, mujer virtuosa. Una ecuación que no falla.
—Siempre me ha gustado tener todo como el oro. Mi difunto marido, que en paz descanse, era muy exigente con eso.
—Como debe ser, doña Mercedes. Sin embargo, ahora, una casa tan limpia, un hogar tan primoroso, una madriguera tan cuidada… para un solo animal. Si me permite el símil, doña Mercedes.
—¡Y que lo diga!
—Los hijos, además, no aprecian estas cosas.
—No me quedan hijos, don Honorio Tuvimos uno y se murió de meningitis. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Fue su voluntad.
—Dios es sabio y sabias son sus decisiones, por más que nos cueste, débiles como somos, aceptarlas.
—Así es.
—Y, ahora, usted, sola. ¿Qué se puede esperar de las amistades en este mundo egoísta?
—Nada.
—Claro. El muerto, al hoyo, y el vivo, al bollo. Como suele decirse.
—¡Y tanto!
—Y, ahora usted, doña Mercedes, con toda esta casa para usted sola, con todo el santo día para usted sola. ¿Para quién cocinar?, ¿para quién lavar?, ¿para quién extremar?
—Para una sola, desde luego.
—¿Y para quién hacer la plancha? ¿Para quién hacer la cama?
—Para una, don Honorio, sólo para una.
—Noches largas, noches en vela, noches de insomnio y soledad, sin nadie al lado, sin la compañía grata de otro cuerpo, sin el calor de otro aliento.
—Lleva razón.
Honorio consideró que doña Mercedes al igual que otras muchas mujeres en parecidas circunstancias había llegado ya al punto que facilitaba la comprensión de sus desinteresadas proposiciones.
—Doña Mercedes, usted es todavía una mujer joven. Su figura conserva lozanía y atractivo, su cuerpo le exige vida, actividad, movimiento y desgaste. Su alma halla consuelo en el divino alimento, pero su cuerpo no merece ni el arrinconamiento ni el olvido. Señora, si usted me lo permite, y previa valoración de todos los factores concurrentes, en obligado cumplimiento de mi deber cristiano, que no es diverso del de todo hombre bien nacido, yo le propongo: tengamos contacto, demos goce legítimo a nuestros sentidos, mantengamos, en definitiva, ayuntamiento.
Doña Mercedes echó un rápido vistazo, de arriba a abajo, a Honorio, y con velocidad admirable, demostrativa de singular inteligencia y capacidad de organizar sin retraso un criterio firme y conveniente, respondió al instante:
—Por mí, encantada.
El muerto al hoyo y el vivo al bollo.
ResponderEliminarSaludos.
Se veía venir a don Honorio. Lo que no estaba tan claro era que doña Mercedes accediera tan solícita a sus planteamientos, pero sí. Lo que dice Toro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Para mañana es tarde...
ResponderEliminarSaludos :)
Que no todos los días pasa el tren...
ResponderEliminarUn beso
La pobre viuda tiene derecho a seguir su vida. Con ojo de catadora le gustó lo que vio en Honorio y para qué esperar más.
ResponderEliminarBesos, Chaly.
Jajaja, me encanta el nombre que le has puesto. Honorio Saucedo, con ese nombre no hay Mercedes que se resista.
ResponderEliminarDon Honorio al hoyo pero ya!
ResponderEliminarBesos
La vida son dos días, y uno llueve...
ResponderEliminarY no hay que desperdiciarlo.
Besos, Chaly.