Había una vez un
carpintero que parecía tener su vida resuelta. Tenía su taller, una mujer a la
que amaba y dos hijos. Sin embargo, un día comenzó a tener menos pedidos, por
lo que empezaron a haber problemas económicos en la casa.
El hombre quería cuidar
su trabajo, y para hacerlo comenzó a intentar distintas formas de sacar su
taller adelante, pero ninguna daba resultado. Los problemas económicos
comenzaron a generarle problemas con su mujer, y los niños, al verlos tristes y
peleados, empezaron a tener dificultades en el colegio.
El carpintero se sentía
desanimado: nada de lo que hacía parecía tener sentido, puesto que las cosas
iban cada vez peor. Un día, a punto de tirar la toalla, decidió ir a buscar un
consejo de un viejo amigo.
Este tenía una casa
humilde y al ver al carpintero lo invitó a pasar para que tomaran un té. Notó
la preocupación en su semblante y le preguntó qué le pasaba. El carpintero le
relató sus desventuras, mientras el anciano lo escuchaba atenta y serenamente.
Cuando terminaron de
tomar el té, el anciano invitó al carpintero para que fuera a un esplendoroso
solar que había en la parte trasera de la casa. El anciano le pidió que
observara las plantas y le dijo que tenía que contarle una historia.
“Hace ocho años tomé unas
semillas y planté el helecho y el bambú al mismo tiempo. Quería que ambas
plantas crecieran en mi jardín, porque las dos me resultan muy reconfortantes.
Puse todo mi empeño en cuidarlas a ambas como si fueran un tesoro”
“Poco tiempo después noté
que el helecho y el bambú respondían de manera diferente a mis cuidados. El
helecho comenzó a brotar y en apenas unos meses se convirtió en una majestuosa
planta que lo adornaba todo con su presencia. El bambú, en cambio, seguía debajo
de la tierra, sin dar muestras de vida.”
Pasó todo un año y el
helecho seguía creciendo, pero el bambú no. Sin embargo, no me di por vencido.
Seguí cuidándolo con mayor esmero. Aun así, pasó otro año y mi trabajo no daba
frutos. El bambú se negaba a manifestarse”.
“Tampoco me di por
vencido después del segundo año, ni del tercero, ni del cuarto. Cuando pasaron
cinco años, por fin vi que un día salía de la tierra una tímida ramita. Al día
siguiente estaba mucho más grande. En pocos meses creció sin parar y se
convirtió en un portentoso bambú de más de 10 metros ¿Sabes por qué tardó tanto
tiempo en salir a la luz?”
El carpintero, después de
escuchar la historia, no tenía idea de por qué el bambú había tardado tanto en
manifestarse. Entonces, el anciano le dijo.
“Tardó cinco años porque
durante todo ese tiempo la planta trabajaba en echar raíces. Sabía que tenía
que crecer muy alto y por eso no podía salir a la luz hasta tanto no tuviera
una base firme que le permitiera elevarse satisfactoriamente. ¿Comprendes?”
El carpintero, entonces,
comprendió que todas sus luchas estaban destinadas a echar raíces. Y que el
hecho de no ver los frutos de su trabajo en ese momento no significaba que
estuviera perdiendo el tiempo, sino que se estaba haciendo más fuerte.
Antes de dejarlo ir, el
anciano le dio al carpintero un último mensaje:
“La felicidad te mantiene
dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen humano. Las
caídas te mantienen humilde. El éxito te mantiene brillante”
Esta historia debe recordarte
que no importa cuánto tarde algo en dar sus frutos. Lo más importante en un
momento difícil no es buscar a toda costa ver resultados.
En cambio, lo fundamental
es trabajar arduamente en las raíces. Pues sólo gracias a ellas podrás crecer y
convertirte en la mejor versión de ti mismo.
Bonita historia.
ResponderEliminarInteresante historia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarHabría que cargar este recordatorio en los bolsillos. Saludos.
ResponderEliminarQué bonita historia.
ResponderEliminarBesos.