jueves, 21 de julio de 2022

0586: …

 

—Pero... ¿qué pasa?

—¿Qué pasa?

—La mina se aburre. Se nota que se aburre. El tipo chamuya algunas boludeces y la mina hace así, con la cabeza —Hugo imita gesto de asentimiento- pero se nota que se hincha las pelotas.

—Entonces, entonces... —Hugo toca levemente el antebrazo de Pipo llamando su atención— Vos empezás a hacerte el bocho. Con la mina. ¿Viste cuando vos empezás a junar a una mina y no podés dejar de mirarla? ¿Y que entrás a pensar: "Mamita, si te agarro"? Vos te empezás a hacer el bocho. Claro, te hacés el boludo...

—Porque está el macho.

—No. Pero el macho no calienta. Porque está de espaldas. No te ve. No te ve. Vos te hacés el boludo por si la mina mira. Cosa de que no vaya a ser cosa que mire y vos estás sonriendo como un boludo, o que le hagás una inclinación de cabeza...

—O que se te esté cayendo un hilo de baba sobre la mesa.

—Claro, claro —se rió, definitivamente entusiasmado con su propio relato Hugo, haciendo gestos elocuentes de refregarse la boca con el dorso de la mano y limpiar la mesa con una servilleta de papel— No. No. Vos, atento, atento, pero digno. Tipo Mitchum. Tipo Robert Mitchum.

—Bogart, loco. Vamos a los clásicos.

—Sí. Una cosa así. Fumando el hombre. Medio entrecerrados los ojuelos por el humo del faso. Un duro.

—Sí. A esa altura yo ya estaría duro.

—También. También. Pero con dignidad —sentenció Hugo— Porque por ahí te tenés que levantar y tenés que salir encorvado como el jorobado de Notre Dame y ahí se te va a la mierda el encanto. Cagó el atraque. No. Vos, en la tuya. Juguito, un par de sorbos vichando por encima de las pajitas ésas, de colores...

—Los sorbetes.

—Los sorbetes. Una pitada. Mirando de vez en cuando al mar. Pero vos siempre atento a la rubia que balancea lentamente la piernita y a vos...

—A vos te corre un sudor helado desde la nuca...

—Desde la nuca hasta el mismo nacimiento de los glúteos. Y una palpitación en la garganta... ¿viste? como los sapos. Que se les hincha la garganta.

—Lindo espectáculo para la mina si te mira.

—No pero eso te parece a vos desde adentro— Hugo golpea con uno de sus puños contra su pecho—. No. Vos, un duque. Un duque. Y... ¿viste? ¿Viste cuando vos decís: "Viejo, si esta mina me da bola yo me muero. Me caigo al piso redondo" Y que medio agradecés que la mina esté con un macho porque te saca de encima el compromiso de tener que atracártela. Pero por otro lado vos decís "¿Cómo carajo no me le voy a tirar, si esta mina es un avión, un avión?" ¿Viste?

—Típico.

—Pero vos, claro, perdedor neto, también pensás: "Esta mina, ni en pedo me puede dar bola a mí". Porque es una mina de ésas de James Bond, de ésas bien de las películas. Un aparato infernal. Digamos, todo el hotel es de las películas. Con piletas, piscinas, parques, palmeras, cocoteros, playa privada...

—Catamaranes.

—Surf, grones, confitería con pianista, negro también. Una cosa de locos. Entonces vos decís: "Esta mina no me puede dar bola en la puta vida de Dios" Pero, pero...

—Al frente —indicó Pipo, con la mano.

—¡Al frente, sí señor! —se enardeció Hugo —Al frente —Y por ahí, por ahí... el tipo se levanta.

—El tipo que está con la mina.

—El tipo que está con la mina se levanta y se pira. Le da un besito en la boca, corto, y se pira. A vos medio se te estruja el corazón porque pensás: "si el tipo éste la besó en la boca, es el macho. No hay duda".

Pipo meneó la cabeza, dudando.

—Porque uno siempre al principio tiene esa esperanza -prosiguió Hugo- "Puede ser el hermano", piensa, "un amigo" "o el tío", que sé yo...

—O una tía muy extraña que se viste de hombre.

—También.

—Una institutriz de esas alemanas. Muy rígidas —documentó un poco más su aporte Pipo.

—Claro. Claro. Pero cuando el tipo le zampa un beso en la trucha ya ahí medio que se te acaban las posibilidades. —Hugo se corta. Se queda pensando. —Aunque viste cómo son los yanquis. Se besan por cualquier cosa —aclara. —Ahí viene una mina y te da un chupón y es cosa de todos los días.

—¿Sí?

—Sí. Bueno, bueno. La cuestión que la mina se ha quedado sola en la mesa. El tipo se piró. Se fue. Y la rubia está en la mesa, mirando el mar. Balanceando la piernita. Y ahí te agarra el ataque. Ahí te agarra el ataque. ¡Está servida, loco! Sola y aburrida. Rebuena, para colmo.

—¡Qué te parece!

—Claro, primero vos esperás. Te hacés el sota y esperás. Porque en una de esas vuelve el marido. O el tipo ése que estaba con ella y es un quilombo. Entonces vos te quedás en el molde. Y te empieza a laburar el marote de que si te vas y te sentás con ella. ¿Qué carajo le decís?

—Y además la mina habla en inglés.

—No sé. No sé. Eso no sé —vacila Hugo.

—¿La mina no es norteamericana?

—No sé. Porque vos no la escuchás. Vos la viste que está ahí chamuyando con el tipo pero no escuchás en qué habla.

—Y... si habla en inglés te caga.

—Sí, sí —admite Hugo, turbado— pero esperá...

—Bah. Si habla en inglés, o en francés o en ruso, te caga.

—Pará, pará.

—Vos inglés no hablás, que yo sepa.

— ¡Pará, pará! —se enoja Hugo.

—Porque nosotros, acá, porque manejamos el verso, pero si te agarra una mina que no hable castellano...

—Oíme boludo. Pará. ¿Vos sos amigo mío o amigo de la mina?

 

“El mundo ha vivido equivocado”

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