- ¡No puedo más! ¡No puedo seguir
viviendo así! ¡No como, no duermo, no puedo respirar...! ¡Cuando está lejos no
puedo vivir sin él, y si está a mi lado no lo soporto! Nuestra vida es un
desastre. Y si me separo de él, me moriré de pena. Y él igual. A veces nos
ponemos los dos a llorar. Sufrimos como niños a los que les falta...
- ¿Sí? ¿Por qué te callas? ¿Qué ibas a
decir?
- Eso, que parecemos unos niños los dos.
- No, no. Tú estabas diciendo otra cosa.
Algo importante, y te cortó la represión. Dijiste: niños a los que le falta... ¿Qué les falta...?
- ¿Que a los niños les falta algo? ¿He
dicho yo eso?
- ¡Sí! No voy a decirlo yo. Ahora mismo
lo verbalizaste.
- No me acuerdo... ¿Los juguetes les
faltan a los niños?
- No, ibas a decir otra cosa. No dejes
que la censura interior te tapone el brote de tu inconsciente. ¿Qué es lo que
le falta a la niña?
- ¿Un amiguito? ¿Caramelos? ¿Dinero para
ir al cine...?
- ¡No, no, no...!
- ¿Vestiditos? ¿Un buen colegio? ¿Un
helado...?
- ¡Que no, viste! ¡Le falta su pene! ¡Ya
está dicho de una vez!
¿Comprendes? Vos misma lo dijiste. El
pene que no tienes y que se quedó tu papá con él. Ahí está el trauma
originario.
- ¿Sí?
- Está más claro que el agua. La madre
es la enemiga, porque el pene del padre es para ella, no para ti que te quedas
rabiando sin pene en la cuna cuando te lo quitaba. ¿A que tu llorabas mucho en
la cuna de pequeña?
- A lo mejor. No me acuerdo. Como hace
tanto tiempo...
- Mecanismos de defensa que afloran.
- ¿Y eso tiene que ver con que me pelee
con Carlos todo el tiempo?
- Natural. Lo quieres tener, y lo quieres
destruir. Cuando tú tienes el pene de Carlos quieres arrancárselo para
guardártelo, y él no quiere, y ahí está el conflicto.
- No me había dado cuenta, pero ahora
que usted lo dice... A lo mejor por eso no me gusta que se aparte cuando él
ya..., y yo no...
- ¿Viste? ¡Ahí está! Él se quita. Él se
pone, y cuando a ti te gusta se quita. Como tu padre hacía. Tú amabas a tu
padre. Lo deseabas...
- ¿A mi padre? ¡Ah, no! ¡Eso sí que no!
Pero si mi padre es muy feo, y está muy mayor. Yo creo que eso no...
- Pero tú qué sabes. ¿No dices que eras
pequeña y no te acuerdas? ¿O de unas cosas sí te acuerdas y de otras cosas no
te acuerdas? Seamos consecuentes. ¿De pequeña no lo abrazabas, y lo besabas, y
te subías encima siempre que podías?
- Sí, eso sí... Pero picaba. Me acuerdo de
eso muy bien. Tenía la barba dura y raspaba. Mi padre era agricultor, ¿sabe?
Ahora ya está muy mayor.
- Razón de más.
- ¿Ah, sí? ¿El que sea muy mayor?
- No, el que fuera agricultor. El
contacto con la naturaleza despertó en ti más tu libido perversa infantil. Le
verías allí en la era, entre el trigo y la paja, y tus ojos de niña ansiaban su
pene. Y luego el proceso se ha repetido con Carlos, y estamos en las mismas.
Carlos es tu padre actual, como si dijéramos.
- ¿Entonces Carlos y mi padre...?
- Son sólo el pene que tú necesitas y rechazas
tan desesperadamente.
- ¿Por eso me siento vacía sin él...?
- Claro, luego llega él y te llena con
el pene que te falta.
- ¿Y él por qué se pelea conmigo, si a
él no le falta el pene?
- A él le falta la madre que tú representas
sin serlo.
- Qué lío, ¿no?
- No es ningún lío. Es transparente para
el que quiere ver. Te quiere y te odia. Como tú, por su carencia.
- O sea, que a él lo que le falta
entonces son... las tetas...
- Como si dijéramos. Puedes verlo así si
quieres.
- ¿Y esto de que nos falten tantas cosas
a los dos será malo?
- Es doloroso. Ya lo ves tú como lloras.
De ahí vienen todos los problemas del mundo: las guerras, las enfermedades
mentales, la incomunicación... todo. La cultura occidental está colocada, como
si dijéramos, encima del complejo de Edipo. Tiras del complejo, y se te cae el
edificio encima. A mí misma me pasó mucho tiempo. Sufrí más de lo que te puedes
imaginar. Julio César se llamaba mi tormento. Hice una transferencia en él, del
vínculo amoroso de la figura paterna, y estaba desesperada, humillada,
destrozada, a punto del suicidio, qué se yo. Era un amor salvaje y sin
esperanzas, porque él quería a otra. Y yo era víctima de la privación del
objeto, y sin cuna donde refugiarme...
- Fíjese...
- Después de probarlo todo para intentar
aliviarme: psicoanalistas como yo, el alcohol, las drogas, el desenfreno
sexual, las cebollitas esas pequeñas de la medicina homeopática, la comida
macrobiótica... nada. Hasta que al final me di cuenta de que mi sufrimiento era
un complejo de castración por falta de pene. Y me decidí, y me operé.
- ¿Se operó? ¿Pero eso se opera?
- Pero, claro. Me operaron. Me pusieron
un pene lindo, y se acabaron todos mis problemas. ¡Mira!, ¡mira qué lindo me
quedó!
Con lo claro que está y la gente no quiere verlo. Todos los problemas de este mundo están en los penes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Freud arruinó a la humanidad con sus teorías, no hay dudas.
ResponderEliminarSaludos,
J.