—Será un asunto peliagudo —observó el hechicero,
examinando con ojo de experto—. Requerirá una fumigatio.
—Ciertamente —asintió el obispo—, y también
una suffumigatio.
—Aloe y lentisco —aconsejó el hechicero.
—En efecto —prosiguió el obispo—; y sándalo
rojo.
—Debemos convocar a Primeumaton —dijo el
brujo.
—Sin duda —acotó el obispo—; y a Amioram.
—Triángulos —dictaminó el hechicero.
—Pentágonos —añadió el obispo.
—En la hora de Meton —señaló el hechicero.
—Hubiera dicho que en la de Trafac —sugirió
el obispo—, pero me atengo a tu mayor experiencia.
— ¿Puedo contar con la sangre de un macho
cabrío? —interrogó el mago.
—Por supuesto —asintió el obispo—, y también
la de un mono.
— ¿Su Señoría opina que sería posible aventurarse
inclusive a disponer de un niño destetado?
—Bueno, si fuera absolutamente indispensable...
—Me encanta comprobar una actitud tan liberal de parte
de Su Señoría —reconoció el hechicero—. Su Señoría es evidentemente de la
profesión.
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