viernes, 10 de agosto de 2018

0246: des-alumbra-miento


— ¿Y qué aspecto debería tener esa mujer?
—Era hermosa... era muy hermosa...
Mientras tanto ella se encogía, diferenciándose por su intranquilidad, su cabeza agachada y su febril actividad de todas las demás mujeres que se divertían con la escena. ¡Qué mal simulaba su insignificancia, tratando de pasar desapercibida! Y Zavaleta ya estaba a un paso de ella y en unos segundos iba a mirarla a la cara.
—No es gran cosa recordar únicamente que era hermosa. Hay muchas mujeres hermosas. ¿Era alta o baja?
—Alta
— ¿Era rubia o morena?
Zavaleta se detuvo a reflexionar
—Era rubia.
Esta parte de la historia podría servir de parábola sobre la fuerza de la belleza. Zavaleta, cuando la vio por primera vez, se quedó tan deslumbrado que en realidad no la vio. La belleza formó ante ella una especie de cortina impenetrable. Una cortina de luz tras la cual estaba escondida como si fuera un velo.
Es que ella no es ni alta ni rubia. Fue la grandeza interior de la belleza, nada más, la que le dio, ante los ojos de Zavaleta, la apariencia de altura física. Y la luz que la belleza irradia le dio a su pelo apariencia dorada.
Así fue cómo, cuándo Zavaleta llegó por fin al rincón del salón en donde ella se inclinaba nerviosa sobre un ordenado, no la reconoció.
No la reconoció porque jamás la había visto.

2 comentarios:

  1. A mí me gustan más las reales, las de carne y hueso, aunque no sean tan sublimes.
    Un abrazo.

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