— ¿Sabe una cosa? Al principio, creí que
seguía soltera porque sus hermanos habían ahuyentado a todos sus pretendientes,
pero ahora empiezo a preguntarme si no lo habrá hecho usted solita.
—No. No me he casado porque todos los
hombres me ven como a una amiga. Ninguno me ve como a una mujer de la que
podrían enamorarse.
—Escuche, y escuche con atención. Mi
plan es el siguiente. Tendremos que hacer ver que entre nosotros ha saltado la
chispa. Y me libraré de las muchachas del pueblo porque ya no seré un hombre
disponible.
—Eso no es así. No lo verán como tal
hasta que esté delante del cura pronunciando sus votos.
—Tonterías. A lo mejor tardan un poco de
tiempo, pero estoy seguro de que, al final, podré convencer a toda la sociedad
de que no estoy disponible para el matrimonio.
—Excepto conmigo.
—Excepto con usted, pero nosotros
sabremos que no es verdad.
—Por supuesto. Honestamente, no creo que
funcione, pero si está tan convencido...
—Lo estoy.
— ¿Y yo qué consigo?
—En primer lugar, si su madre cree que
estoy interesada en usted, dejará de pasearla de hombre en hombre.
—Algo engreído de su parte, pero cierto.
—Y en segundo lugar, los hombres están
más interesados en una mujer cuando otro hombre se interesa por ella.
— ¿Y eso qué quiere decir?
—Quiere decir, sencillamente, y perdone
el engreimiento, que si todos creen que voy a convertirla en mi esposa, todos
esos hombre que sólo la consideran una buena amiga, empezarán a mirarla con
otros ojos.
Daniela apretó los labios.
— ¿Y eso quiere decir que, cuando suspenda
el compromiso y me abandone tendré una legión de pretendientes a mis pies?
—Oh, por favor, le concederé el placer
de decir que ha sido usted la que se ha echado atrás.
—Sigo pensando que yo gano mucha más que
usted en todo esto
—Entonces, ¿lo hará?
Daniela miró a la señora Fernandez, que parecía
un ave de presa, y a su hermano, que parecía que se había tragado un hueso de
pollo. Había visto esas mismas caras decenas de veces, aún en las facciones de
su madre y de algún posible pretendiente.
—Sí. Lo haré
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