—Ya está logrado el encuentro: ya se han retirado tu ayudante y tu manager... Comienza el "match"... ¿No era eso lo que deseabas? ¿Por dónde vas a empezar? ¿Vas a decirme una ironía o... vas a recitarme una poesía sosa?
—Ninguna de las dos cosas. Anteayer supe que estabas aquí y que vas a casarte, y he venido a que hablemos seriamente...
—¡Hablar seriamente! Y eso ¿qué significa en ti, agotamiento o cambio de táctica?
—Eso significa sinceridad y desilusión.
—Pero, ¿sabes tú algo de lo uno y de lo otro? ¿Has sabido alguna vez lo que es desilusión y lo que es sinceridad?
—Antes de conocerte, nunca; después de conocerte, sí.
—Quizá te he contagiado las mías...
—¿Son tan grandes?
—Inmensas.
—¿Y cuál es mayor?
—No lo sé. A ratos creo que es mayor mi sinceridad. Otras veces pienso si no será aún mayor mi desilusión.
—¿Y si te preguntase, la causa de tu boda..., apelando a la sinceridad?
—Tendría que contestarte que la desilusión. Pero si me preguntaras la causa de mi desilusión, entonces tendría que responder que tu sinceridad...
—Hace un instante dudabas de ella...
—De tu sinceridad para hablar seriamente a una mujer dudaré siempre. De tu sinceridad para burlarte de las mujeres, de esa no me cabe duda. Las románticas tirando a cursis... somos así.
—No hablemos de eso... Nunca me he arrepentido tanto de unas palabras escritas en un momento de. . .
—Sí. Es mejor no hablar de eso; se remueve demasiadas cosas pasadas...
—¿Y olvidadas?
—Y muertas.
—Comprendo que no puedas creer en mi sinceridad al hablarte, pero cree en mi desilusión al saber que te casas... Cree al menos en que hasta no oírtelo a ti misma había dudado de la verdad de tu boda...
—¿Y por qué dudas? ¿Por qué esa fatuidad? ¿Es que el haberte querido a ti un día tenía que impedirme el querer luego a otro?
—No es posible que te cases por amor...
—No. No me caso por amor. ¿Y qué importa? Se cae en ciertos matrimonios como se cae en el suicidio: cuando el corazón ha fracasado y ya no tiene uno adonde asirse. Aquel día en que comprobé todas las cosas desgarradoras que pensabas de mí, tu secretario dijo que yo no era más que una mujer dispuesta a la desesperación. Acertó; y eso he sido desde entonces. No intentes ahora pedirme cuentas de tus propias culpas.
—Pero todo eso significa que me quieres...
—No. Eso significa que te he querido. . . y que me he desengañado de ti. . .
—No hay razón para ese desengaño. Te juro...
—¡Tus juramentos! Nadie que los haya oído una vez volverá a confiar en ellos...
—¡Elena!
—Déjame... No hay nada que decir...
—Elena... No sé hablar ni expresarme... He hecho siempre el amor sin sentirlo, y hoy que lo siento veo que no sé hacerlo... Pero te quiero, Elena, y. . .
—Déjame...
—¿Qué podré decirte? ¿Qué necesita decir un hombre para convencer a una mujer?
—A cualquier hombre lo que tú has dicho le bastaría.
—¿Y a mí?
—A ti lo que has dicho te sobra...
—Esperaba todo esto, esperaba verte dolorida e incrédula, pero lo que no pude esperar nunca es que hubieras olvidado así lo feliz que tú misma confesaste haber sido conmigo...
—¡Calla! Déjame...
—¡Elena!...
—¿Qué pretendes? ¿Qué quieres? ¿Despertar de nuevo mi fe para volver a humillarla? ¿Añadir unas líneas más en tu catálogo de hombre que se ríe de las mujeres? ¿Que yo crea otra vez? ¿Que yo sueñe, que yo confíe otra vez?... ¿Que vuelva a sufrir la misma desilusión y el mismo desengaño? ¡No, no! ¡Ya es bastante! Ya es bastante, Sergio.
—¡Elena!
—Se sufre un día y para siempre. Yo he sufrido meses enteros y no volveré a sufrir más...
—¿Y nunca ha de haber nada entre los dos?
—Nunca. Vuelve de donde viniste y entonces habrá entre los dos lo único que entre los dos puede haber ya: la distancia.
—¡Quieto! ¿Qué va a hacer el señor? Cuidado, que todo puede echarse a perder...
—Ya está todo perdido.
—Al contrario, señor; está todo ganado. Va llorando, y "en la mujer las lágrimas son el vermut del amor". ¿No recuerda el señor esa frase? Usted me la enseñó.
—Entonces, ¿crees tú. . .?
—Que está en el bote. Ahora dedíquese el señor a las demás, y esta noche, en el jardín, aprovechando la luna...
—... Dios te lo pague. ¡Muchas gracias!
Lo que me ha quedado claro es que ella se llama Elena.
ResponderEliminarÉl es un liante.
Lo que creo que debo hacer es no opinar porque en cosa de dos no meterse nu en relatos porque la merita verdad no entendí jaja. Qué lío.
ResponderEliminarBesos Chaly
Tanta sinceridad mata.
ResponderEliminarBesos
Uf, las lágrimas de la mujer el vermut del amor? Venga ya. Y Elena es masoca perdida si se casa con otro al que tampoco quiere. Vaya tela, qué mal están todos.
ResponderEliminarBesos.
A veces no entiendo como
ResponderEliminarun hombre
de tu inteligencia al escribir
sea tan pobre al comentar
brindo por tus textos
cada cual sabe su verdad
ResponderEliminarcada cual la cuenta a su modo
y los demas opina(mos) sin saber
bla bla bla
besitos
No pues....too late!
ResponderEliminarBesos Charly =))))
Aquí ya no llora nadie.
ResponderEliminarEstán todos disecados.
Saludos.
O como decimos por aquí, no sé por allá. "Cada cual cuenta la feria como le va".
ResponderEliminarAbrazo.
A mí también llega a aburrirme la verborrea.
ResponderEliminarRelaciones así son las que abundan. Nadie aprende nada y nos encanta el blablabla.
ResponderEliminarSaludos.
Rayando en el culebrón venezolano, ¿no?
ResponderEliminarUn abrazo.
Vale la pena ser tan sincero... no se.
ResponderEliminarFeliz sábado
Muy Don Juanesco todo esto...
ResponderEliminar:)
Bss, Chaly.