De los diversos placeres que
el hombre puede ofrecerse a sí mismo, el más grande es el orgullo,
el
placer que obtiene de sus propios logros y de la creación de su propia
personalidad.
El placer que se deriva de la
personalidad y los logros de otro ser humano es el de la admiración.
La máxima expresión de la más
intensa unión de estas dos respuestas —el orgullo y la admiración— es el amor
romántico, cuya celebración es el coito.
Es sobre todo en esta esfera,
en las respuestas romántico-sexuales de un hombre, donde se revela
elocuentemente el concepto que tiene de sí mismo y de la existencia.
Un hombre se enamora y desea
sexualmente a aquella que refleja sus propios y más profundos valores.
Hay dos aspectos cruciales en
los cuales las respuestas romántico-sexuales de un hombre son psicológicamente
reveladoras: en la elección de su compañera y en el significado
que
tiene para él el coito.
Un hombre que se estima a sí
mismo, que se ama y ama la vida, siente una intensa necesidad de hallar seres
humanos a quienes pueda admirar, de encontrar un igual espiritual a quien amar.
La cualidad que más lo atrae es la de la autoestima, la estima personal y un claro
sentido del valor de la existencia. Para un hombre así el coito es un acto de celebración,
y su significado es un tributo a él mismo y a la mujer que eligió, la forma
final de experimentar concretamente, y en su propia persona, el valor y la
alegría de estar vivo.
La necesidad de una
experiencia como ésta es inherente a la naturaleza humana, pero si un hombre carece
de la autoestima necesaria para ganarla, intentará fingirla
y
elegirá (subconscientemente) a su pareja por la capacidad que ella tenga para
ayudarlo en su farsa, para darle la ilusión de un valor personal que no posee y
de una felicidad que no siente.
Así, si un hombre es atraído
por una mujer inteligente, que tiene fortaleza moral y confianza en sí misma,
si es atraído por una heroína, revelará un tipo de alma; en cambio, si es
atraído por una mujer irreflexiva e irresponsable, cuya debilidad
moral le permite sentirse masculino, revelará otro tipo de alma; y si quien lo
atrae es una hembra pusilánime, cuya carencia de juicio y normas le permite,
por comparación, sentirse libre de reproches, revelará otro tipo de alma.
El mismo principio, por
supuesto, se aplica a las elecciones romántico-sexuales de una mujer.
El coito tiene un significado
diferente para la persona cuyo deseo es alimentado por el orgullo y la
admiración, para quien el placer compartido con la persona amada es un fin en
sí mismo, y para aquella que busca en el sexo una prueba de masculinidad (o feminidad),
el alivio a su desesperanza, una defensa contra su ansiedad o un escape del
aburrimiento.
Paradójicamente, son los
llamados "perseguidores del placer", los hombres que aparentemente
viven sólo para gozar la sensación del momento, que se preocupan únicamente por
"pasarla bien", aquellos psicológicamente incapaces de disfrutar del
placer "como un fin en sí mismo".
El neurótico buscador de placeres
imagina que, efectuado el ceremonial de una celebración, logrará engañarse a sí
mismo y crear la percepción de que realmente tiene algo para celebrar.
Uno de los rasgos que caracterizan
al hombre que carece de autoestima, y el verdadero castigo por su negligente
fracaso moral y psicológico, reside en el hecho de que todos sus placeres son
placeres por evasión, con los cuales pretende huir de dos perseguidores a los
que ha traicionado y de los cuales no hay huida posible: la realidad y su
propia mente.
Dado que la función del
placer es la de proporcionarle al hombre un sentido de su propia eficacia, el
neurótico se encuentra atrapado en un conflicto mortal: por su naturaleza humana,
se ve impulsado a sentir una desesperada necesidad de placer, como confirmación
y expresión de su control sobre la realidad, aunque únicamente halla placer al huir
de
la realidad.
Ésta es la razón por la cual
sus placeres no funcionan y le proporcionan, en lugar de un sentimiento de
orgullo, realización e inspiración, una sensación de culpa, frustración,
desesperanza y vergüenza.
El efecto que produce el
placer en un hombre que siente estima por sí mismo equivale a un premio y una
reafirmación.
El efecto que produce el
placer en un hombre que carece de autoestima es el de una amenaza, la amenaza
de la ansiedad, la sacudida de los precarios fundamentos de su falso
valor
personal, la agudización de un permanente miedo a que la estructura se desplome
ydeba enfrentarse cara a cara con una realidad dura, absoluta, desconocida e
inclemente.
Una de las quejas más comunes
de los hombres que buscan ayuda, es la de que nada puede brindarles placer, que
la auténtica alegría parece estarles vedada. Éste es el inevitable callejón sin
salida de una filosofía de vida basada en el placer por evasión.
Preservar una clara capacidad
para el disfrute de la vida es un logro moral y psicológico inusual. Contrariamente
a la creencia popular, es la prerrogativa, no de la irresponsabilidad o la
irreflexión, sino de una devoción irrenunciable
al acto de percibir la realidad y de una escrupulosa integridad intelectual. Es
la recompensa de la autoestima.
¿El orgullo? Bueno... a mí no me gusta demasiado el orgullo.
ResponderEliminarUn abrazo grande,
Noa
Chaly, ¿Cómo hemos pasado del orgullo a la cama?
ResponderEliminarUn beso
Esto es una tesis doctoral ¡Qué barbaridad!
ResponderEliminarHoy te leí especialmente atenta, me parece muy interesante lo que has contado. De verdad te lo digo :)
ResponderEliminarBesitos
En este post de aquí ya casi me perdí.
ResponderEliminarDe verdad.
Besos.
Si yo pudiera, hoy sería un perseguidor del placer. Pero ya es tarde para mí.
ResponderEliminarSaludos.