Después de las teteras virtuales y
mediáticas, aparecen en la vida de uno las teteras reales, quizá todavía no
palpables, pero sí visibles. Aquellas teteras que uno vio por primera vez desnudas,
en persona, no se olvidan nunca más. Cuando estaba en segundo año del
secundario, me llevé a desquite la materia de castellano y tuve que tomar
clases particulares de análisis sintáctico con una profesora que venía a casa.
Yo tenía catorce y ella no pasaba de los veinticinco. Era diciembre y hacía
calor. Ella venía a casa con unas sudaderas sueltas, sin corpiño. Un día,
sentados juntos, inclinados frente a las oraciones para analizar, le vi a
través del escote las teteras, las puntas de las teteras, los pezones rosados.
Sentí una alteración violenta, como si se me frenara toda la sangre de golpe y
me empezara a fluir en la dirección opuesta. Ella se dio cuenta y se acomodó la
sudadera sin preocuparse demasiado, dejando que volviera a pasar lo mismo varias
veces. Tomé más clases, estudié mucho y di un muy buen examen. Nunca me olvidé
de las estructuras sintácticas de ella. El relámpago clandestino de sus teteras
le dio un erotismo a la materia que ningún profesor del colegio lograría
infundir jamás.
Siempre es bueno un estímulo para ver las asignaturas desde una perspectiva más amable.
ResponderEliminarBesos
¡Anda Dios!, si yo creí que ibas a hablar de las teteras del té...
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