El Rey, a pesar de que apenas se le
paraba, no dejaba de mirarla pues hacía
mucho tiempo que no veía a nadie con tanta gracia para mover las masas.
El hijo del Rey apenas la vislumbro la
sacó a bailar. Ella danzó con tanta gracia que la admiraron aún más, los
criados. Trajeron manjares exquisitos, pero el joven príncipe no probó bocado,
estaba embelesado contemplando a la desconocida.
Cenicienta se sentó al lado de sus
hermanas, haciéndoles muchos cumplidos y compartiendo con ambas el locro de
gallina criolla y las yucas fritas que el príncipe le había obsequiado. Estaban
charlando sobre las canciones de Malumba, cuando Cenicienta oyó que daban las
doce menos cuarto; entonces hizo una gran reverencia a todos los presentes y se
marchó a toda prisa, como cuando alguien
tiene la necesidad de cagar y corre en busca de un váter.
La comparación del final es apoteósica.
ResponderEliminarEs que eso de darse cuenta de que se te va a romper el hechizo debe ser como un repentino apretón.
ResponderEliminarUn abrazo.
Quizá fue eso lo que le pasó en realidad a Cenicienta le entró cagalera
ResponderEliminaral pensar en la vida que le esperaba con el príncipe.
Besos