— ¿Estarás siempre conmigo?
—Siempre. Mientras me quieras.
—Te quiero. Y te querré.
[«Dios le castigó, poniéndole en
manos de una mujer» (Libro de Judit, 16, Cap. VII)]
— ¿No me conocéis aún? Sí, soy cruel; ya
que tanto te gusta esa palabra. ¿Pero no tengo derecho para serlo? El hombre es
el que solicita, la mujer es lo solicitado. Esta es su ventaja única, pero
decisiva. La naturaleza la entrega al hombre por la pasión que le inspira, y la
mujer que no hace del hombre su súbdito, su esclavo, ¿qué digo?, su juguete, y
que no le traiciona, es una loca.
— ¡Buenos principios!
—Descansan sobre diez siglos de
experiencia
Dijo ella en tono burlón.
—Cuanto más fácilmente se entrega la
mujer, más frío e imperioso es el hombre. Pero cuanto más cruel e infiel le es,
cuanto más juega de una manera reprensible, cuanta menos piedad le demuestra,
más excita sus deseos, más la ama y la desea. Siempre ha sido así, desde Helena
de Troya y Dalila hasta estos días.
— ¿No te tengo dicho que los quiero poco
cocidos?
Exclamó con tal violencia que hizo
temblar a la joven.
—Pero gordito
Dijo ella con timidez.
— ¿Qué gordito? Lo que tienes que hacer
es obedecer, obedecer.
Y descolgó el látigo. La linda figura
huyó como una gacela, tímida y ligera.
—Espera un poco y te majo.
—Pero Sulpicio, ¿cómo puedes tratar así a
una mujer tan encantadora?
—Si la hubiese acariciado, me
estrangularía; pero como la he educado con el látigo, me adora.
— ¡Absurdo!
—Exacto. Así es como hay que educar a
las mujeres.
— ¡Muy bien! Vive como un machista, pero
no me hagas teorías sobre...
— ¿Por qué no? Las palabras de Goethe, «deberás ser yunque o martillo», no
tienen mejor aplicación que a las relaciones entre hombre y mujer. En la pasión
del hombre reposa el poder de la mujer, y ésta sabrá aprovecharse de su ventaja
si aquél no se pone en guardia. Sólo queda escoger: tirano, o esclavo. Apenas se abandone, tendrá la cabeza bajo el
yugo y sentirá el látigo.
— ¡Singulares máximas!
—No son máximas, sino resultados de la
experiencia. Yo fui seriamente maltratado y curé. ¿Quieres saber cómo?
Se levantó y tomó de un mueble macizo un
pequeño manuscrito, que colocó en la mesa ante mí.
Abrí el manuscrito y leí:
Confesiones
de un ultra-sentimental
Al frente del manuscrito, unos célebres
versos del Fausto servían de epígrafe:
¡Oh, tú, sensual seductor ultra-sentimental!
Una mujer
te lleva por la punta de la nariz.
Mefistófeles.
¡Madremía!
ResponderEliminarSanto Dios!!!!
ResponderEliminarAlgo de verdad hay en ello. Es cierto que los hombres están más enamorados de quien menos les demuestra amor. Y que a algunas mujeres les suelen gustar los más golfos...
ResponderEliminarPero me parece muy mal que sea así... Creo que habría que saber valorar el amor que te ofrece el otro y que nadie debería permitir que alguien le causara dolor.
Muchos besos.
¡Coño!... en estos casos es mejor permanecer al margen por si el ambiente se carga más de cuenta.
ResponderEliminarAbrazo.
Como que me voy corriendo por si acaso me alcanza el látigo.
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