—Espere.
Se inclinó, acercándose a ella, y bajo
el débil resplandor de su cigarro sus ojos negros parecían profundos, un vacío
en el cual ella podría caer y jamás escapar, ella se imaginó que iba a besarla.
—Por favor, no lo haga
Gimió, echándose hacia atrás. Entonces
comprendió. Él simplemente le ofrecía el fuego de su cigarro. Se sintió tan
avergonzada y humillada; ahora, con toda seguridad, él ya conocía su secreto. Las
lágrimas se agolparon en sus ojos. Él parecía aturdido.
— ¿Acaso la he ofendido?
—No. Lo siento, cometí un error. Pensé
que usted...
Él guardó silencio; por la expresión del
rostro de él, pudo ver que había comprendido. Después, tanto que le parecía
estar soñando, él tiró el cigarro y la atrajo hasta sus brazos. La besó y ella percibió
el olor a nicotina y a algo leve y deliciosamente aromático, sintió que a
través de sus poros se filtraba todo el calor de esa noche de verano, que sus
entrañas se disolvían, fluyendo hacia abajo en un lento y letárgico deslizamiento.
Tenía que apartarse de él, interrumpir ese instante y huir al interior de la
casa. Pensó en su esposo, durmiendo con toda tranquilidad, pero no era capaz de
moverse. Era como si toda su vergüenza y todos esos goces prohibidos fueran
parte de alguna exquisita droga paralizante. Nunca antes la habían besado así, con
unos besos lentos, dulces e interminables, como un mar abierto sin tierra.
La llevó en brazos el resto del camino, con
la misma facilidad que si fuera una niña, descendiendo el angosto tramo de escalera
que conducía al sótano. En el interior, vio una cama angosta.
Su cuerpo desnudo avanzó lentamente
hacia ella, era la primera vez que pensaba que el cuerpo masculino era hermoso.
Deslizando las manos a lo largo de sus brazos, la tomó de los hombros y
suavemente la hizo acostarse de espalda. Se arrodilló en el suelo delante de
ella, bajando la cabeza como si estuviera orando.
Allí. ¡Oh, santo Dios!, la estaba
besando allí.
Se sintió escandalizada y, de alguna
manera, eso hizo que todo le pareciera más maravilloso. Y tan perverso. Temblaba
tanto que sus piernas se sacudían en espasmos. ¿Realmente la gente hacía eso?
Seguramente, la gente decente no lo hacía. Justo en ese momento, supo que no
actuaba de una forma decente y no le importó. Lo único que importaba eran esos
dedos hundiéndose entre sus nalgas, su boca cálida y dulce. Su lengua. No podía
dejar de temblar..., no podía detenerlo...
Entonces la penetró, introduciéndose en
ella furiosamente, los dos cuerpos resbaladizos por el sudor. Besándola en la
boca con el sabor de su propio cuerpo en los labios de él, como una extraña
fruta prohibida. Y ella gritó una y otra vez, envolviéndolo con brazos y
piernas mientras todo su cuerpo se estremecía de placer, de urgencia, de
necesidad.
«Oh, qué sensación tan exquisita! ¿En
realidad soy yo, haciendo todo este ruido? Oh Dios..., no me importa..., simplemente
no quiero que termine..., es tan bueno..., se siente tanto.»
Él se hundía en ella cada vez más
profundamente, más rápidamente, tensando el cuerpo, con la espalda arqueada y
los músculos del cuello destacándose debajo de la piel. Ella le oprimió las
nalgas con los dedos, con fuerza, amando el contacto con ese cuerpo esculpido,
la forma en que se curvaban. También él empezó a gritar, con un ronco sonido
gutural, una y otra vez.
Después la inmovilidad, una deliciosa
sensación de flotar, como si fuera una pluma arrastrada por la primera brisa,
transportada muy lejos hacia la noche.
Abrió los ojos para encontrarse con el
rostro que le sonreía.
—Esta vez sí podrás dormir
Y el marido en la cama...cierto, irse pronto a dormir puede ser perjudicial.
ResponderEliminarUn beso
La próxima vez hay que mandar al marido al camastro del sótano.
ResponderEliminarUn abrazo.
Dormir, pero lo que se dice dormir.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Me voy a dormir es de madrugada me voy riendo a la cama
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