–Escucha, Davinia: lo que le interesa al matrimonio es un terreno llano donde los niños no puedan despeñarse. El matrimonio está proyectado para eso, no para los momentos de éxtasis, que son cada vez menos y más cortos.
Según Marcelo, el matrimonio es el máximo de tentaciones unido al máximo de facilidades para satisfacerlas. No es buena esa definición; no hay tantas tentaciones: la repetición y la rutina acaban con todo... Habría que tener tiempo y resistencia para inventar nuevas posturas, nuevos procedimientos, besos y caricias nuevos; pero la confianza y el aquí te agarro aquí te mato lo impiden.
Y que se llega a la cama cansada y no apetece acometer proezas. De vez en cuando, quizá sí; muy de vez en cuando: con alguna excitación extra, con bastante alcohol o qué sé yo...
Y que conste, que fuera del matrimonio, los contactos son apresurados, inquietos, no se entrega una de verdad, y eso repercute en el placer.
Tú, Davinia que llegaste al altar virgen de capirote, no lo sabrás, pero te lo digo yo: los actos extramuros son más atractivos, pero menos gloriosos en el fondo. Porque, en contraposición a lo que te decía antes, el matrimonio permite ahondar y conocerse y corresponder, cosa que la novedad y la impaciencia excluyen... Y es que los cuerpos también son una asignatura: hay que estudiarlos, aprenderlos, asesorarlos... Una se licencia y después se doctora. Ni que decir tiene que los hombres llegan más adiestrados: las aventuras anteriores nos benefician a nosotras, que somos las que recogemos la cosecha. Yo, a las mujeres que se quejan de cuernos retrospectivos, las llamo idiotas; gracias a tales cuernos lo pasan ellas bien.
En líneas generales, en esto del matrimonio lo esencial es no temerle a nada: lanzarse a tumba abierta y, si no sale bien, resolver el planchazo con una broma oportuna. Porque el erotismo dentro del matrimonio (y soy una intrépida hablando así) es como el de una casa de putas que está al lado de una iglesia y tiene que mantener severa y digna la fachada. Pero ¿qué pasa dentro? Con las patas por alto, sin la menor vergüenza, los dos cónyuges follan... Ésa es la única posible transgresión. Y casi imaginaria.
Cuanto más terremoto y más tomate, más seriedad por fuera; esa contradicción organiza un compincheo entre los dos que, a la hora de la verdad, funciona de película. Es como si fuésemos actores que, durante un par de horas están en escena y ante el público, pero luego, en su camarín, ya solos, sin las estrecheces del papel, se dedican a hacer de las suyas.
Lo que pasa es que hay que enseñarse a dar pares y nones: fingir hastío, dolores de cabeza, poner cara de susto oyendo un chiste verde que sabes muy bien que pone al rojo a tu marido... Hay que hacer alusiones y provocaciones, guiños y compadreos durante el día, delante de la gente, cuando él no pueda meterte mano, y se le engorde así, aplazándolo, el deseo y todo lo demás... Y hay que inventarse, a cualquier precio, modos de transgredir.
Qué palabra, hija mía: la más grande de todas, porque sin transgresión no hay erotismo ni Cristo que lo fundó. La Iglesia se lo ha cargado todo: quemó a las brujas, pero dejó vivir a las putillas más pobres para que personificaran al mal y dieran a la vez asco. Y, sobre todo, santificó el matrimonio, con lo cual nos hizo la puñeta: a ver quién le hinca el diente a un sacramento. Ya nadie conserva la imprescindible idea de pecado... Sin embargo, gracias a Dios, algo se nos quedó dentro y tardaremos mucho en expulsarlo: bendito sea el demonio. A él tendremos que recurrir a menudo.
Yo recurro con la coprolalia... Qué burras sois, no sabéis lo que es? Hablar guarradas... Tenemos que echar mano de algo que nos permita creer que estamos traspasando los límites burgueses y saliéndonos de la regla. (Está bien, digamos de la norma para que no haya confusiones.) Yo le digo a mi marido cosas tan finas como éstas: «Me gusta tu polla, cabrón. Cuánto me gusta... Ay, no te vengas tanto, que me vas a matar... Así, hijo de la gran puta», y otras por el estilo. Supongo que vosotras actuaréis igual, ¿qué le vamos a hacer? En definitiva, más cómodo y más práctico es eso que irte a echar un polvo con tu marido a una pensión, o a las afueras dentro del coche para poner sal y pimienta al guiso.
De todas formas, qué difícil es conservar a un marido, y que el marido te conserve a ti, con la misma ilusión y el mismo frenesí de la primera noche.
El ser humano tiende a joderlo todo menos a su cónyuge: qué aburrido es el desgraciado. Yo creo que, si llegan los niños, es precisamente para distraernos y que no nos hagamos mala sangre. Anda, que no es lista ni nada la madre Naturaleza...
Las risotadas de Elisa denunciaban que ella pensaba y obraba igual que Laura. Me abrumó asegurarme de que sus vidas eran incomparablemente más divertidas que la mía. No obstante, de boca para fuera, yo me reí tanto como Elisa.
Jajajajajajajajaj, muy surrealista para mi.
ResponderEliminarBesos
jajaja, tú ya estás peor que yo. No tienes arreglo, pero cada vez escribes mejor. Me ha recordado el personaje de Davinia, me refiero por el nombre a la película de Espartaco pero a la primera, que es la buena la de Kirk Douglas. Davinia era su mujer. Hombre con los años, la pareja pierde fogosidad, eso es natural, por eso aparte de las lindezas que sueltas tú, a la mujer hay que decirle" Ábrete de piernas corazón que te meta el salchichón",
ResponderEliminarUn abrazo fenómeno.
jajajajajajajaaaaaaaa
EliminarJajajajajajajaja. En este blog me parto todos los días. Gracias :)
ResponderEliminarBesos
Esto del matrimonio será superado en el futuro...
ResponderEliminarCuando la gente evoluciones y utilicen más el cerebro comprenderán que el matrimonio es un timo.
Saludos.
Venir a tu casa
ResponderEliminarEs como un quita penas
Besos!!
AJAJAJAJAJJA me has hecho reir ! gracias por lo que escribes
ResponderEliminarsi gustas pasar https://www.facebook.com/sushiapp/?fref=ts
Sí que sabe aconsejar esta mujer. Si hubiera sabido todo esto antes...
ResponderEliminarVaya par...
ResponderEliminarBss, Chaly.