Pepelucho respetaba a su padre,
pero era por razones que nadie hubiera acertado a suponer.
Lo respetaba porque era de
elevada estatura y salía de parranda; y porque, cierta vez, sin duda con el
ánimo de castigarla, agarró a una de las sirvientas y la llevo en brazos a su habitación. Pepelucho, la
vio salir poco después, llorosa y desabrochada, alegrándose del castigo, pues
era la que siempre se comía la compota devuelta a la alacena.
El padre era un ser terrible y
magnánimo al que debla amarse después de Dios. Para Pepelucho era más Dios que
Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefería el Dios del
cielo, porque fastidiaba menos.
Me quedé con ganas de más...
ResponderEliminarBesos
El Dios del cielo cuando se cabrea de verdad puede ser también terrible.
ResponderEliminarUn abrazo.
Vaya padre!!!!
ResponderEliminarHay padres que poca falta hacen.
ResponderEliminarun beso
Eso no se hace con la compota, no señor.
ResponderEliminarSaludos,
J.
No pues así, cómo???
ResponderEliminarbesos
Ya se veía que era un hijo de puta al bautizarla Pepelucho.
ResponderEliminarSaludos.
Jajajaja, me río del comentario de arriba.
ResponderEliminarEstá claro que los humanos y peor cuanto más cercanos están, incordian mucho más que los dioses.