Quinta ley. La mutua imitación o reciprocidad negativa los condena a un conflicto sin
motivo
A partir de un determinado
momento, la rivalidad ya no versa sobre el objeto del litigio (hijos, plata,
casa), sino sobre el otro miembro de la pareja al que hay que ganar, vencer,
someter o sojuzgar a toda costa.
Consecuencias: En
todas las guerras domésticas, el objeto de la querella termina
desmaterializándose ante nuestros ojos. En los divorcios, llegados este punto,
no importan ya ni la custodia de los niños, ni la casa común, ni nada. En ese
momento, la pelea solo sirve para destruir y aniquilar al otro miembro de la
pareja, transformado en un adversario. Debido a su propio mimetismo, los
antagonistas quedan mutuamente fascinados, creyendo en la maldad intrínseca de
otro y pierden de vista el objeto.
Sexta ley. Tu mecanismo mimético te conduce a creer en dos mitos: la culpabilidad
del otro y la percepción de que fue él quien empezó la bronca
Con el final de este proceso en
el que desaparece todo objeto de la contienda violenta, nacen los mitos.
Los mitos son la historia que nos
contamos a nosotros mismos para poder entender algo que nos resulta
incomprensible. Pretendemos así obtener una explicación y dotarnos de una
representación del problema que nos está ocurriendo que tiene rara vez en
cuenta la ceguera mimética propia. El otro miembro de la pareja en conflicto es
el malo, el sinvergüenza, el malintencionado, el perverso, etc.
La percepción del mito de la
maldad del otro es tan sincera como falsa.
Consecuencias: Son
las pequeñas asimetrías, los fallos en la comunicación, los errores en la transmisión
de información, los olvidos, despistes o descuidos entre las parejas los
elementos que suelen incendiar el conflicto y dar lugar a un rápido proceso de
escalamiento mimético que instala la reciprocidad negativa sin que ninguno de
los dos advierta lo mecánico y trivial del proceso imitativo en el que están
embarcados.
De la no correspondencia en el
afecto, el cariño y el cuidado, se pasa a la mutua indiferencia, y de ahí se
salta con facilidad al odio, al acoso y por último a la violencia mutuamente
destructiva.
Este proceso mecánico y
desconocido por todos los que están inmersos en él da lugar al fenómeno
observado mil veces por quienes investigamos la violencia, de que, de buena fe,
ambos contendientes en la pareja cuentan que “fue el otro el que empezó”.
Séptima ley. El escalamiento violento fundamentado en la imitación mutua termina con
la destrucción mutua asegurada
La reciprocidad violenta junto a
la desaparición del objeto de rivalidad explica que al final el objetivo de
destruir al otro sea el único elemento que une a los dos contendientes en la
batalla conyugal. Lo que los une es la violencia mutua.
Consecuencias: en
medio del escalamiento mimético llega un momento en el que alguno de los dos
decide destruirse para destruir al otro. Los modos de hacerlo suelen ser muy
variados. En este caso, la estrategia es siempre alguna versión del “morir
matando”. Aún mejor, “morir para poder matar”. Destruirse mediante el alcohol,
las drogas, la adicción al trabajo o incluso mediante la generación
inconsciente de enfermedades oportunistas que tienen como objetivo ante todo
dañar al otro miembro.
Fuente: Las 5 trampas del amor, Iñaki Piñuel
Sí, puede suceder así, que se destruyan mutuamente, una verdadera pena...
ResponderEliminarMuchos besos.
El trabajo por supuesto también mata, más que muchas enfermedades; pero nadie lo prohíbe, jajaja.
ResponderEliminarAbrazo compañero.
¿Y las otras cuatro leyes donde están?
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