Entró..., llegó hasta ella de puntillas; la abrazó. Evelin ahogó un grito y se le deslizó rápida y suave como un pez de entre los brazos. Corrió, y arrancó la colcha de la cama, envolviéndose cuando él volvía a alcanzarla. Fue una lucha feroz y lamentable..., larga, de esfuerzos y gemidos. Ella, teniendo que atender a ocultar su desnudez entre aquellas derribadas sedas de la colcha y a rechazarle, le mordía furiosa: "¡Que no! ¡Que no! ¡Que me haces daño!..." Enérgica, logró escapar cuando ya se veía casi tendida encima de él y de la cama..., y con un tal esfuerzo de brutalidad y de violencia, que él, vencido y negado, sin moverse, le lanzó con toda la rabia del dolor de sus mordiscos y de tantas burlas al fuego de su sangre:
-¡Oh, tú! ¡Maldita seas!
Y fue un conjuro que tuvo la virtud de contenerla, de convulsionarla, de petrificarla... allí de pie, mal envuelta por la colcha, tocada en no se sabría cuál galvánico resorte de sus supersticiones o de su orgullo. Por un momento no se oyó más que la fuerte respiración de su nariz y el jadear del insensato.
Luego, ella, que miraba cómo a él le fluía sangre de los dedos, prorrumpió:
-¿Por qué..., por qué me has dicho eso?
Dobló la frente, se llevó a los ojos ambas manos, empuñadas en la colcha, y fue presa de una súbita y trémula explosión de llanto.
Se acercó a la cama, lenta. Tomó la inerte mano herida, y la besaba.
-¿Por qué me has dicho eso?
Las lágrimas se confundían en los besos con la sangre. Él la enlazaba, la atraía...
-¿Por qué me has dicho eso? ¿Por qué, por qué me has dicho eso?
Era una aterrada. Era una sumisa entregada por un absurdo conjunto inexplicable de terror, de bestialidad, de piadosa vanidad, de inconsciencias de la lujuria...
La mañana estaba hermosa. Agreste el paisaje de tajibo y toborochi, cantaban las aves, sonaba en la profundidad de la llanura el mugido de la ganadería, y el zootecnista fumaba. Para ser dichoso, ¿qué más pedirle al Destino? ¡Ah, sí! ¡La dicha no debía ser algo que se busca o se construye, sino algo que se encuentra y que la vida ofrece cuando quiere!...
Relaciones enfermizas hay más de las que nos pensamos. Yo no podría con algo así. Lo has plasmado muy bien en tu texto.
ResponderEliminarBesos
En cada mente hay varios locos.
ResponderEliminarA veces uno de ellos gana y a partir de ahí cualquier cosa.
Saludos.
¡Lagarto... lagarto...!
ResponderEliminarEstas cosas son un poco de sicología. Es verdad que si crees en las maldiciones y crees que alguien tiene poder para realizarlas la persona en cuestión lo pasa mal... muy mal.
ResponderEliminarBesos
Lo mejor de todo: "agreste el paisaje de tajibo y toborochi". No sé qué es pero me ha gustado.
ResponderEliminarLos caminos del sexo son inescrutables...
ResponderEliminarBesos, Chaly.