–¿Cuándo se marcha tu amigo?
–No en menos de una semana, querida. Pero no te comprendo; él no ha causado ningún problema.
–No. Me gustaría más si lo hiciera; si se comportara como todo el mundo y yo pudiera planear algo para que se sienta cómodo y se divierta.
–Estás llena de sorpresas. Ni siquiera yo puedo adivinar cómo vas a reaccionar bajo ciertas circunstancias. Ahí estás, tomándote en serio al pobre Guillermo y creando toda una conmoción a su alrededor, que es lo último que él desearía o esperaría.
–¡Una conmoción! ¡Qué disparate! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Una conmoción, cómo no! Y además, tú asegurabas que era un hombre inteligente.
–Y lo es. Pero el pobre se encuentra agotado por el exceso de trabajo. Esa fue la razón por la que lo invité a venir, para que se tomara un descanso.
–Solías decir que era un hombre de ideas. De él esperaba que fuera, por lo menos, interesante. Partiré mañana a la ciudad. Avísame cuando Guillermo se haya ido.
Esa noche ella salió y se sentó bajo un vigoroso roble. Nunca antes había sido consciente de que sus pensamientos y sus anhelos pudieran ser tan confusos. Lo único en claro que podía sacar de todo esto era la sensación de una evidente necesidad de abandonar la casa por la mañana. Escuchó entonces el crujir de unos pasos sobre la gravilla, pero sólo consiguió discernir bajo la oscuridad el resplandor rojo de un cigarro que se aproximaba. Supo que era Guillermo, pues su esposo no fumaba. Esperaba mantenerse oculta, pero el blanco de su blusa la delató. Guillermo lanzó el cigarro lejos y se acomodó a su lado, sin pensar que a ella pudiera molestarle su presencia.
–Gastón me pidió que le trajera esto, señora.
Y le entrega un pañolón blanco y casi transparente con el que algunas veces ella se cubría la cabeza y los hombros. Ella recibió el pañolón y lo agradeció con un murmullo mientras que lo dejaba sobre su regazo. Guillermo no era un hombre tímido y, de ninguna manera, una persona cohibida. Sus periodos de circunspección no formaban parte natural de su carácter, sino el resultado de algún particular estado de ánimo. Sentado ahí al lado de la señora Borda, su silencio se disolvió paulatinamente. Habló con espontaneidad y de manera íntima, con un matiz lento y vacilante que no resultaba nada desagradable. Habló de los pasados días en la universidad cuando él y Gastón habían sido tan amigos, de la época de las ciegas y entusiastas ambiciones y de los grandes proyectos. Ahora le quedaban, al menos, cierta filosófica resignación frente al orden existente; el deseo de que simplemente se le permitiera existir y de vez en cuando alguna ligera bocanada de auténtica vida, como la que estaba respirando en ese instante.
Ella apenas si captaba lo que él estaba diciendo. Por el momento, lo que predominaba era su ser físico. Ella no pensaba en las palabras de él, estaba embebida únicamente en los tonos de su voz. Quiso estirar la mano en la oscuridad y tocarle la cara o los labios. Quiso acercarse a él y susurrar contra su mejilla –no le importaba susurrarle qué– como lo hubiera hecho si no fuera una mujer respetable. Entre más fuerte era el impulso de acercarse a él, más lejos, de hecho, se retiraba. Tan pronto como pudo hacerlo sin que pareciera demasiado grosera, se levantó y lo dejó ahí solo.
La señora Borda se sintió fuertemente tentada a contarle a su esposo sobre esa locura que se había apoderado de ella. Pero no sucumbió a la tentación. Además de ser una mujer honesta era también una mujer sensata, y sabía que había algunas batallas en la vida se deben combatir en solitario.
Cuando Gastón se levantó por la mañana, su esposa ya había partido. No regresó sino hasta cuando Guillermo había abandonado la quinta.
Conversaron sobre la posibilidad de recibirlo de nuevo en el próximo verano. Así lo deseaba Gastón, pero su deseo cedió ante la estruendosa oposición de su mujer.
Sin embargo, antes de que terminara el año, ella propuso, por su propia iniciativa, decirle a Guillermo que los visitara de nuevo. Su esposo se mostró sorprendido y encantado de que la sugerencia viniera de ella.
–Me alegra saber, que finalmente has logrado sobreponerte a tu fastidio hacia él; de verdad que no se lo merece.
–¡Oh! ¡He logrado sobreponerme a todo! Ya lo verás. Esta vez seré muy amable con él.
Preparen unos cuernos relucientes para Gastón, plis.
ResponderEliminarBeso
A ver, Charly, de seguir así vas a perder a todas las mujeres de tu consultorio sentimental. A mí la primera...
ResponderEliminarPor lo demás, me ha gustado mucho tu relato, pero una cosa no quita la otra ...
Besos
Los deseos son inmunes a los contratos matrimoniales.
ResponderEliminarSaludos.
Gastón muy agudo no era.
ResponderEliminarMarchando la cornamenta solicitada por Malque.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los cuernos son naturales, tanto como el aire que respiramos!!
ResponderEliminarTodo queda entre buenos amigos...
ResponderEliminarSonrío.
Besos, Chaly.