- ¡Había llegado,
pues, el Adolfito!..
- ¿No sabías? Nosotras
supimos ya anteayer, al ratito que llegó. Al día siguiente le mandamos saludar.
Ya ha de venir a visitarnos. Dizque es un joven "muy educado".
- iClaro! Como que
a eso ha ido a Sucre. No faltaba más que después de hacer gastar tanto a sus padres,
todavía regrese hecho un zote, como los jóvenes de aquí. ¿No ven cómo es de
buenito el Fernando?
- Sí, sí, el
Fernando es muy educado "con las señoritas" – apoyó Elena -. No es
"cholisto" como los... otros.
- Eso... ¡quién
sabe! -desconfió Irene, la mayor de las Manrique.
En oposición a su
hermana, era alta, espigada, de ojos glaucos y nariz picuda. Elena, petiza,
morena, graciosa, de un mirar aterciopelado y genio movedizo.
- ¿A que no hacemos
una cosa?
- ¿Qué...?
- Le damos un
baile festejando su buena llegada.
- No estés
metiéndote, vos, zamba, a estar haciendo bailes. Ya sabes las consecuencias
cuando se llega a hacer y las habladurías que cuesta. ¡Vos no escarmientas!
Elena hizo un
mohín de disgusto torciendo el rostro en dirección opuesta al de su hermana. Replicó
luego, no menos agria e intencionada:
- ¡Claro! ... Como
que a vos no te conviene.
- ¿Qué dice esta
zamba...? Dirás porque no está aquí el Miquicho... iBaff! ... iMe importa
tanto! ...
- Sí, y te estás
muriendo por él, cuando ni siquiera te hace caso...
Ambas hermanas
cruzaron sus miradas como dos aceros. La cosa se iba poniendo mala. Era lo de siempre:
si Irene proponía una cosa, Elena le llevaba la contraria, y viceversa. Sólo
Antonia nunca decía nada. Era una palomita sin hiel. Su hermana Irene la
llamaba "la mosca muerta".
Diplomática,
Amalia intervino:
- ¿Y qué se dice
del matrimonio del Silverio...? ¿Ustedes creen que vendrá a casarse?
- Si dicen que
tiene su querida en Pulacayo... ¿Cómo quieren que venga a casarse?- observó, sentenciosa,
Irene.
- ¿Ajaá? - se
pasmó Julia Valdez.
Era otra palomita
sin hiel, tipo de belleza marfileña, pálida, y con un abandono gracioso en los
ojos pardos, de lánguido mirar. Amalia solía decir de ella: "Esta Julia
tiene una mirada compasiva".
- iOh! - afirmó la
Vega -. Eso, todo el mundo lo sabe.
Amalia era petiza,
gordinflona, de carrillos gruesos y arrugados. Empero, conservaba su genio
alegre, su buen humor epicúreo en la jugosidad eglógica de sus bellos ojos
esmeralda.
Elena,
contrariada, quiso alejarse de su hermana. Susurró al oído de Julia:
- Hagamos que
pasear. Tengo que contarte una cosa.
Comenzaron a pasear
por las aceras. Pronto se cruzaron con Adolfo y Fernando.
- ¿Y, qué tenías
que contarme? - inquirió Julia.
- Me han dicho que
estas pololeando con el Fernando.
- ¡No es cierto,
hija! ... ¿Cómo, pues, sabiendo que es tu enamorado...? ¡Eso nunca!... Si
quieres lo llamaremos aurita mismo.
Aceptó Elena,
gozosa. Lo que ella buscaba era justificar el llamamiento a Fernando. Éste, a
una señal de Elena, se aproximó a ellas.
- ¿No es cierto,
no, don Fernando, que yo no he pololeado nunca con usted...? - soltó, ex
abrupto, Julia.
- No,
desgraciadamente - repuso Díaz -, porque desde que llegué me atrapó esta Negra
bandida y como yo soy como los fosforitos de palo, que sólo se encienden en su
cajita...
- ¡Ay, este
atrevido...! ¿Dónde he sido tu negra bandida?
- Bandida... no
serás... O, lo eres, a ratos; pero negra, sí, lo eres: eso no puedes negarte:
"Negra eres y en mi negra te convertirás", como dice la Biblia.
"Pulvis es et in púlverum reverteris"... ¿Entiendes?
Díaz era...
"así". Venía de vez en cuando a San Javier, a pasar una temporada
"virgiliana", como él decía. En esa temporada, hacía el amor a Elena,
su "novia de vacaciones". Después se marchaba, con una cólera
tremenda, a Potosí, donde tenía un empleo. Más que por parientes, eran con
Adolfo, por afinidad electiva, amigos.
- ¿Y qué dice el
Adolfo? - preguntó Elena, que era la curiosidad provinciana andando.
- Que ustedes son
muy antipáticas.
- ¡Guaj! -exclamó
Julia -. Y nosotros que pensábamos darle un baile de buena llegada.
Querellosa, rogó
Elena:
- Sí, Fernando...,
¿quieres, amorcito? Le daremos un baile.
- Pero si está de
luto.
- Entonces un
almuerzo - persistió Elena.
- Ni almuerzo, ni
nada: está de luto... Eres zonza, ¿no? Confesa no más que eres de una estupidez
enciclopédica.
- Sí, pues, soy
tan bruta, que estoy pololeando con vos, después de que vos eres un canalla, un
cholisto... Crees que no me han avisado lo que vas a tunar donde las imillas
del "Rancho".
- Sí, soy un,
canalla, y un cholisto y, ¿qué más? No has dicho lo principal.
- ¿Quieres más...?
Pues, bien: ¡bandido!... Si no estuviéramos en la plaza...
- Me pegabas uno
de esos pellizcones que acostumbras. Pero, no. Desde ahora no te dejo que abuses
de mi pobre humanidad... ¿Te has figurado que yo soy como esas cositas que
tienen las mujeres?...
¿qué se Ilaman?
- ¿Qué cositas...
?
- Esas cositas
donde ustedes clavan sus alfileres.
- El corazón,
será, pues.
- No, ahí, no me
dejo tocar con nadie. ¿eh? ¿Has oído? ¡Con nadie! Eso está guardado para...
- ¿Para quién?
¿Para quién? ... Para alguna chola, pues, ¡claro!
- Para nuestro
Señor Jesucristo... ¡No sabes que yo soy del Corazón de Jesús? ... A él se lo
he entregado el mío... De modo que vos puedes contentarte con el resto.
- Ándate a un
cuerno: Rancheño.
- No se enojen,
pues... - intervino Julia -. Y, hablando en serio: ¿cómo lo festejamos a don
Adolfo?
- Lo mejor será -
afirmó Diaz - que tú, Julia, si tanto te interesas por él, lo enamores - y como
a la sazón se cruzaban con Reyes, Fernando lo llamó y le dijo:
- Adolfo, Julia
dice que tú le has caído en gracia. Tanto te estima que quería organizar un
baile para celebrar tu buena llegada, sin pensar que estás de luto.
Agradeció Adolfo.
Lamentó el luto. Siguieron paseando.
A cosa de las once
y media, Reyes caminaba del lado de Julia, acompañándola a su casa. Adolfo
había comenzado a enamorarse de Julia, de esa única manera que sabía
enamorarse. Lejos de don Juan. Cerca de Werther.
A mí no llegaron a tocarme los lutos directamente, pero he convivido con ellos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buen relato.
ResponderEliminarLa frase final me ha encantado, eso sí, como ame más como Werther, la pobre Julia no tiene nada que hacer.
Besos
Me encantó este relato
ResponderEliminarEl enamoramiento siempre es hermoso. Todos nos enamoraamos de la mejor forma que sabemos :)
Besitos
Si Adolfo se enamora de la dulce Julia, ojalá no sufra como el pobre Werther.
ResponderEliminarBesos, Chaly.
Esto va para novela costumbrista.
ResponderEliminarMuy bien escrito.
Besos
¡Vaya mentidero!
ResponderEliminarTu imaginación es asombrosa. Ya quisieran muchos escritores y novelistas, dar para tanto.
ResponderEliminarAbrazo,